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Octubre 2013 – Revista Digital Nro 43
Biografía de Cesarino Fava

Este escalador y escritor nacido en Italia, fue un gran amante de las montañas argentinas, llamado por sus amigos el Pata Corta, por haber perdido sus dedos por congelamiento en el Aconcagua

Por José Herminio Hernández, Montañista, Coronel (RE)


Restauración Fotográfica:
Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez

Nació el 12 de junio de 1920, en Malé, de Val di Sole, localidad en torno a las Dolomitas di Brenta, en la República de Italia. Comúnmente llamado o cuyo seudónimo adoptó, luego de su accidente en el Aconcagua, “el Pata corta”. Su familia fue numerosa, él fue el noveno de diez hermanos, su adolescencia transcurrió entre aventuras y experiencias en la montaña: el esquí, la prueba de habilidad y valentía propia de la juventud y sus salidas hacia algún cerro.

Su madre fue capaz de criar a diez hijos, educarlos y trasmitirles los valores éticos de de la vida. Pero que mejor descripción la que hizo en su momento el propio Cesarino:

Mi madre fue un ejemplo para mí, una guía, una estrella que representa seguridad. Todavía siento remordimientos cuando recuerdo, al volver de la guerra, como ella, amorosamente, sacaba brillo a mis cinco pares de zapatos, incluso aunque yo no quisiera. No me parecía bien, pero para ella era una obligación. Para ella el afecto eran cosas concretas, no recuerdo que de niño me haya jamás abrazado, y cuando partí para el Brennero, simplemente dijo, Ciao, ciao, respaldando la decisión que había adoptado.

Tonni Egger (a la izquierda ) y cesarino Fava (con camisa blanca)  al inicio de la expedición de 1958/59. Foto: Gianni Dalbagni


A los dieciocho años, fue a trabajar a la estación de Brennero,
nos comentaba también, Cesarino:

Los dos años, fueron muy duros, porque era la primera vez que me iba de casa, y era como ir al fin del mundo, y porque, Brennero, era el lugar más inhóspito de Europa. En el invierno del 38 al 39, la temperatura bajó hasta los 36º bajo cero y yo, dormía en una habitación sin calefacción. Debía despertarme a las tres para ir a trabajar a la estación, para una empresa de transportes internacional. A los veinte años, como era de costumbre si era apto, era incorporado como soldado raso; tuvo que pasar cinco años de su vida, combatiendo, sufriendo y matando para poder vivir, !era la guerra! Y sobre sus cinco años como soldado, expresaba: En el 1940, Italia declaró la guerra a Francia y me llamaron para prestar servicio en el Val d'Aosta. Después, fui trasladado a Mentone, en Francia, formaba parte de un destacamento y debía anotar todo el material que se movía en los ferrocarriles franceses. Cuando íbamos de Francia a Italia llevábamos el perfume a los italianos, cuando volvíamos, los zapatos para las muchachas francesas. Después me trasladaron a Croacia y a otros sitios más, terminando la guerra como soldado raso, de lo que aún me siento orgulloso.

Solía comentar Cesarino, que el alpinista austriaco Paúl Preuss, fue su inspiración, su musa:
siempre he sentido una gran admiración por él. Me quedé atónito cuando leí sobre su ruta por el Campanile Basso y cómo la había hecho, fue el 28 de julio de 1911, cuando fue solo sin cuerda y escaló la pared Este del Campanile Basso, del grupo de las Dolomitas de Brenta y la escaló en dos horas, esta pared de 120 metros, abriendo una vía nueva y naturalmente, desescalando por el mismo camino, eran sus reglas, un alpinismo limpio, sin ferretería y sin clavos. También fue el inglés, Eric Shipton, por sus escritos, sus descripciones. Sin embargo, nunca me ha entusiasmado Emilio Comici, aunque fue un gran escalador.


Tiempo después, embarcó como maquinista en una nave
que por su mente solo pasaba dos idea, aventura y de buscar algo mejor para su vida.
Tenía que quitar de su mente los momentos trágicos de la Gran Guerra, que había padecido y esta vez, desembarcó en Buenos Aires, Argentina, que luego, se convirtió en su segunda patria; compartió su viaje a bordo de esta nave que tenía de todo, asesinos, ladrones, clandestinos, la peor especie de hombres, gente que no pensaba dos veces para cortarte el cuello a cualquiera, no andaban con vueltas. Fue tal la sorpresa cuando llegó que, después de vivir un tiempo algo escaso de recursos y hasta con mucho hambre, así expresaba Cesarino aquellos días:

No daba crédito a mis ojos. En el año 1952, Argentina representaba el país de la abundancia y Buenos Aires, era la ciudad de Oro. En los restaurantes te traían enormes cantidades de comida, con un día de trabajo podías vivir bien una quincena. Había carne en abundancia y un despilfarro de cosas. Además, para encontrar trabajo no había ningún problema.

Club Amigos del CAI visitando a Rapicavoli y Fava en el hospital luego de la expedición al Aconcagua de 1952.
Foto: Archivo de Claudio Rapicavoli

Cesarino Fava en su casa, notese el detalle de los pies. Cesarino Fava escalador italo-argentino.

Cesarino Fava en su casa, notese el detalle de los pies


Sin embargo, no fue fácil sus primeros tiempos.
Como todo extranjero en cualquier lugar del mundo, uno se siente, y muchas veces lo hacen sentir de otro lugar, aunque en Argentina, siempre se trata muy bien a los extranjeros y desde sus primeros momentos él se sintió como en su casa, aunque la nostalgia de sus lejanas tierras no dejaron de pasar como una película por su mente. Tuvo la suerte por otro lado, que esta era tierra donde habían puesto sus esperanzas muchos italianos, y ellos le hicieron sentir buenos momentos, como un preludio de su segunda nación. Alternó algunos trabajos: lavacopas, tuvo un kiosco y una pollería industrial, pero siempre pensando que en alguna oportunidad iba a descubrir las montañas, que tanto deseaba conocer de este país, hasta que decidió ir a descubrirlas. Expresó en varias oportunidades, que los mejores años de su vida, los pasó en su segunda patria, Argentina. Luego, su casa fue un punto de referencia para todos los montañeros italianos y de otros lugares, que querían escalar los Andes. Siempre estaba conociendo gente y organizando aventuras.

En Argentina, conoció a su esposa,hija de italianos del Friuli; ella siempre le ayudaba y lo secundaba en todo; nunca se sintió como un inmigrante, sino como un italiano viviendo en Argentina, en donde por la cantidad de compatriotas, parecía estar en parte en su patria. En Buenos Aires, se encontró con algunos italianos, también apasionados por la montaña; entonces, decidieron formar una sección del “Club Alpino Italiano en Argentina”, e ir a escalar el Aconcagua, que representaba la montaña más alta del mundo, después de los Himalaya. Estaban acostumbrados a las paredes rocosas y a esfuerzos no superiores a los cinco mil metros, a las escaladas de paredes técnicamente empeñativas, así que una montaña volcánica cubierta de piedras no los asustaba, es más, la subestimaron. A pesar de que sabían, que ya había muerto mucha gente en este tipo de montaña, se sentían seguros, ¡ellos eran alpinistas!!!
Comenzaron cuatro amigos, pero ya en Plaza de Mulas, dos se sintieron mal, por el efecto de la altura; los otros dos alcanzaron los 6.900 metros, muy cerca de la cima, pero renunciaron a la misma porque querían llegar todos juntos.

Uno de los integrantes de la primera ascensión a la pared su del Mercedario, realizando una travesía por un campo de nieve. Expedición a la pared sur del Cerro Mercedario, San Juan.

Primera ascensión a la pared su del Mercedario,
realizando una travesía por un campo de nieve

Cesarino Fava y Cesare Maestri 1958. Foto: www.fotonicolaeccher.it

Cesarino Fava durante la expedicion al Cerro Torre en 1958. Foto: www.fotonicolaeccher.it


Dos años más tarde, estaba nuevamente intentando escalarlo,
junto a Leonardo Rapicavoli. En esta ocasión alcanzaron la cima y junto a ellos, el escalador americano Richard Burdsall, que había participado en la expedición al K2, en el año 1938; Richard, iba con un guía o conocedor del cerro, de la provincia de Mendoza, pero luego de arribar a la cumbre -según manifestó Cesarino- el presunto guía se fue, dejándolo con los italianos que bajaban más despacio y que pernoctaron en la Canaleta. Al otro día, llegó Flores, con más gente para bajarlo, pero Burdsall, agotado y con síntomas de mal de altura, se encontraba mal; Cesarino, ya lo había bajado hasta un lugar donde tenía dos sacos de dormir. Lo cargó sobre sus hombros, pero Cesarino también estaba agotado y sus piernas ya no le respondían; es por ello que hicieron un vivac y pasaron una noche infernal, con temperaturas menores a 25 º bajo cero. Al otro día, sufriendo de oftalmía y agotamiento, pudieron oír una voz, pero no conseguían saber de dónde provenía. Era el grupo que venía a auxiliarlos. Sin embargo, después de un agotador y lento descenso con los pies congelados, tuvieron que amputarle todos los dedos de los pies dos meses más tarde.

Durante un largo tiempo de recuperación no pudo trabajar, pero afortunadamente, tenía guardado algo de dinero, este detalle permitió que sus hermanos viajaran a la Argentina. Todo este tiempo Cesarino lo vivió entre la desesperación y el suicidio; recordando esos días, nos decía:
Sentía que mi vida había terminado; después conocí a un zapatero de Venecia, que comprendió mi situación y ofreció hacerme un par de botines. Cuando me los puse, sentí como si mis pies hubiesen vuelto a la vida y volví a sentirme un escalador. Pensé, y lo he pensado siempre que en la vida, hay que luchar. La vida es una continua lucha y todo depende de cómo se interprete esta lucha; pero sería un error imperdonable pensar en vivir sin luchar. La lucha hay que tomarla como una característica intrínseca de la vida.
Tiempo después, junto a seis amigos se reunieron para volver al mismo escenario donde había perdido parte de su cuerpo: a escalar un cerro satélite del Aconcagua, como para desafiar de nuevo a la montaña; sin embargo esta vez fueron a escalar el Cuerno… Cuando llegaron al lugar, Cesarino quedó solo, estaba solo; entendió que sus compañeros temían por sus pies y una forma de presionarlo para que volviera fue dejarlo solo; estaban preocupados y querían que desistiese. Pero él tomó la determinación de seguir para intentarlo solo; cargó la mochila y partió. Según él mismo decía, no tenía miedo a la muerte, e incluso aunque hubiese caído, se sentía seguro, su ambiente era ese, su pasión era ese escenario.

Cerro Mercedario, Provincia de San Juan. Foto: Guillermo Martin

Cerro Mercedario, Provincia de San Juan. Foto: Guillermo Martin


El cerro Cuerno fue su retorno a las montañas,
aunque había arriesgado su vida, pero qué mejor darle paso a sus propias palabras, expresando lo que sintió en aquel momento:
Una vez que alcancé la cima, me sentí lleno de gloria, me invadió una alegría que me sobrepasaba. Estaba vivo de nuevo y estaba avergonzado de haber pensado en la muerte alguna vez; había mucha gente más desafortunada que yo, gente que vive en silla de ruedas.

Cesarino Fava, oyó por primera vez hablar del cerro Torre, a principios de la década de los cincuenta, época en la que vivía y trabajaba en Buenos Aires; invitado por la embajada francesa a una fiesta organizada con motivo del éxito de la expedición de ese país, en el Chaltén; en esa oportunidad, se encontró con el alpinista francés Leonel Terray y algunos otros escaladores que integraban la expedición. Fue en ese momento, que pudo intercambiar algunas expresiones con Leonel. Este último, ante la admiración y las palabras de Fava, (él le decía que los franceses no estaban dejando cerros difíciles sin escalar), le contestó que existía en la Argentina un cerro que era inviolable, imposible de escalarlo: ese era el cerro Torre. Cesarino respondió que ninguna montaña es imposible y fue suficiente este mensaje, para que incorporara la idea en su ser. Ante el nuevo desafío, consiguió el libro del padre Alberto D´ Agostini, lo empezó a leer, y la Montaña Imposible de Terray, se convirtió en una obsesión, en un objetivo irrenunciable.

Cesarino Fava escalando. Escalador italo-argentino

Cesarino Fava escalando


Otro día, en que estaba de visita en la casa de Mickelson,
prestigioso fotógrafo alemán, relacionado con la fotografía de montaña, éste le mostró algo que resultó decisivo; ocupando las dos páginas centrales de una importante revista de escalada de entonces, una foto imponente mostraba a un hombre trepando y cubriendo una ruta que exigía subir y bajar picos a lo largo de toda una cadena de montañas y que, considerando que aquel individuo estaba solo, significaba una proeza. El título decía: “Maestri, solo, Maestri”; Cesarino, supo en ese momento que había encontrado al hombre para escalar el cerro Torre. Le escribió, transmitiéndole la semblanza de lo que hasta entonces era un sueño, y poco tiempo después, viajó a Italia, con el propósito de comprar un terreno que se vendía que colindaba con su casa paterna, ocasión que aprovechó para conocer personalmente a Maestri, uno de los mejores escaladores en roca del momento. Juntos planificaron y dieron forma a la expedición que se materializó poco tiempo después. Maestri, participó a su amigo Egger -un austriaco especialista en hielo- que era el máximo exponente en ese tipo de superficie, muy por delante del resto, según contaba el propio Fava.

Así nació, la Primera Expedición Trentina al Cerro Torre, También de esta región provinieron el apoyo económico y los sponsors, que costearon la expedición; fue en el año 1957, con Bruno de Tassi, escalador italiano, como jefe de la misma. Fue un viaje que tardó diez días, cubriendo el trayecto desde Buenos Aires a Calafate en un DC-3, y desde allí, fueron traslados en camión hasta el valle del Chaltén. Ranelli, un poblador de la zona que vivía de lo que los estancieros le pagaban por juntar las ovejas en los cerros, en época de esquila, les llevó los bultos con la comida y el resto del equipamiento hasta arriba. A Cesarino, no le gustaba dormir bajo techo, entonces se instaló afuera, utilizando por techo un apero bajo la luz de las estrellas. Ranelli, era un paisano romántico, según lo definía el propio Cesarino. Mientras Lucchini, un cartógrafo italiano, nacionalizado argentino, era el encargado de organizar todo lo concerniente a raciones para la expedición, habiendo distribuido el alimento en cajones que contaban, cada uno, con alimento por tres días para seis personas (dieciocho raciones).

Cesare Maestri

Cesarino Fava. Foto: Circulo Trentino Di Buenos Aires


Utilizaron sogas de cáñamo de doce milímetros,
de seiscientos metros de largo. Ésta componían la carga de una mula. Lamentablemente, la expedición se frustró por decisión de Bruno de Tassi, que consideró que las condiciones climáticas del momento no eran las más apropiadas para realizar la ascensión; como jefe, su palabra se debió respetar y el tan ansiado ataque al Torre, tuvo que convertirse en un sueño postergado. Para Cesarino, esta decisión no fue muy grata, siempre la recordaba con una mezcla de desprecio y de bronca, pero en su momento, la tuvo que acatar.

Dos años más tarde, Fava, Egger y Maestri, volvieron al Torre, sin dinero suficiente y sin sponsors, pero en una condición anímica y física que Fava según sus propias palabras, no volvería a encontrar en su vida. Luego de permanecer dieciocho días encerrados en una carpa por las malas condiciones y a punto de desistir, el buen tiempo se presentó de pronto y la dupla Egger - Maestri, escalando sin cuerdas fijas, conquistó el Torre, a través de una ruta con una enorme dificultad y peligro. La consecuencia de una expedición pobre, carente del equipo necesario para atacar la montaña por la ruta más fácil, la que hoy utilizan todos los escaladores, los llevó a ascender por otro lado, por un atajo cuya distancia total permitió utilizar las pocas cuerdas que tenían; así trazaron la Ruta ‘59, muchos centenares de metros más corta que la ruta del Compresor.

Saliendo de Plaza de Mulas. Expedición al Aconcagua 1952. Foto: Archivo de Claudio Rapicavoli

El montañista argentino Manuel Rodríguez es rescatado por Cesarino Fava y Leonardo Rapicavoli.
Aquí cerca de la Plaza de Mulas. Expedición al Aconcagua 1952. Foto: Archivo de Claudio Rapicavoli


Cesarino, subió y los acompañó hasta el Collado, formación situada poco más arriba de la mitad del trayecto, donde un cambio abrupto de las condiciones climáticas, lo llevaron a regresar, ayudado por sus compañeros hasta que inició los descensos de cuerda doble. Cuando Egger y Maestri, descendieron de la cumbre, por alguna causa externa que vivirá para siempre en el misterio, se precipitaron ambos. Egger murió y Maestri salvó su vida por milagro, ya que si Fava no lo hubiese encontrado, tendido cerca de la base, aquel habría muerto congelado.

Con Egger, fue sepultada una cámara Leica,que guardaba en su interior los testimonios de la hazaña, desapareciendo la misma para siempre; hasta el momento no ha sido encontrada, y sin ella, se esfumó la posibilidad de probar de un modo irrefutable la conquista del Torre. Hasta hoy, el daño anímico que los detractores invariablemente han causado acerca de esta gran conquista, provocaron en Maestri cicatrices que morirán con él.
Tras la gran aventura de 1959 al Cerro Torre, “La Montaña Imposible”, años después, realizó la escalada del Fitz Roy, a los 58 años y con dos vivacs; luego, volvió al Torre y posteriormente, abrió una nueva ruta sobre el espolón central de la cara Norte del Nevado de Chañi, en el Norte Argentino y posteriormente, intentó una nueva ruta en la cara Sur del Mercedario.

Recordaba, Antonio Pedro Beochia Nigris, en algunas ascensiones y amigo de Cesarino, sobre el intento de ascensión al Mercedario, nos decía:
Si bien lo conocí personalmente durante la expedición japonesa a la pared Sur del Mercedario, en el año 1968, por entonces ya había llegado a mis oídos su legendaria fama como escalador. Yo sabía, por ejemplo, que había sido protagonista de la primera ascensión al cerro Torre, con Egger y Cesare Maestri, en el año 1959. Con anterioridad, sabía de su desprendimiento en el Aconcagua, cuando para auxiliar a un hombre agonizante, él mismo se congeló los pies con la consiguiente pérdida de los diez dedos. Pero una cosa es conocer a alguien de oídas y otra encontrarlo frente a frente, en su propio terreno.
Sucedió así: mi muy recordado amigo, Héctor De La Vega (un fuerte andinista porteño), a fines del año 1967 me confió que él, con Cesarino Fava y Fausto Barozzi, se adelantarían dos semanas a la expedición japonesa del Odawara Alpine Club (que intentaría escalar la pared Sur del Mercedario, por entonces invicta) con el propósito de ganarles de mano a los japoneses en esa codiciada conquista.
Cuando cuatro andinistas del Club Andino Mercedario, (Sergio Fernández, Oscar Kümmel, Rogelio Dupont y yo), llegamos al campamento base en el valle Colorado, juntamente con los miembros de la expedición japonesa liderada por Saburo Yoshida, encontramos a Cesarino Fava físicamente muy aporreado por días de mal tiempo y problemas habidos para salvar a Barozzi.
Cuando llegamos, al campamento base, ya habían levantado las carpas.

También estaba allí Cesarino Fava. Su aspecto era impresionante, tenía la boca hecha una llaga, la nariz y la frente un costrón de piel quemada, las manos resquebrajadas, la cara hundida y demacrada.
“¿Cómo estás Cesarino?”, pregunté. “¡Male… male –contestó en italiano- un disastro sai, quasi ci lasciamo la pelle!”. (¡Mal... mal, un verdadero desastre sabes, casi dejamos el cuero allá!). Luego me relató en italiano, lo mismo que me había dicho De La Vega, y agregó: “Convídame un poco de vino, tengo unas ganas tremendas de tomarme un trago…”. “Se desparramó el primer día de marcha”, contesté.
“¡Ostia, ma mi toccano tutte a me!”
Cesarino Fava era un italiano simpático, bonachón, fornido, de unos 40 años de edad en aquel entonces, rubio, ojos intensamente azules, de estatura mediana. Se dedicaba en Buenos Aires a la crianza industrial de pollos y en las vacaciones a trepar montañas.

Cesarino Fava

Nevado de los Tambillos, Provincia de San Juan. Cesarino Fava, escalador italo-argentino. Colección de Antonio Beorchia Nigris

Nevado de los Tambillos, Provincia de San Juan.
Colección de Antonio Beorchia Nigris


Usaba zapatos confeccionados a la medida,
cortados de tal modo que recordaban los cascos de un caballo. Caminaba bamboleándose un poco, ni podía realizar ya largas marchas. Para trepar usaba grampones especiales de ocho puntas; sobre las pendientes medianas, en particular sobre hielo, debía bajar de cara al cerro, cuando los demás lo hacían de frente, es decir mirando al valle. A pesar de tantos inconvenientes, era todavía un gran andinista, poseedor de una técnica depurada tanto sobre hielo como en roca.
A eso de las tres de la tarde llegaron al campamento Nao (Naoyochi Masuyama) y Héctor, con Fausto Barozzi montado en un caballo. Todos fuimos a su encuentro con visibles muestras de ansiedad por la salud del muchacho. Tenía éste la cara hinchada, devastada por el frío, la nariz cubierta por una costra de tejido muerto color cuero, los labios llagados, las mejillas agrietadas, las manos hinchadas, con la piel rajada y oscura. No tenía sensibilidad en los dedos de las manos, donde ya se estaban formando ampollas llenas de un líquido transparente. Cuando Fausto nos vio, se puso a llorar en silencio y nos abrazó a todos. Lo curamos lo mejor posible y a continuación, Cesarino, quiso verle los pies, calzados con unas viejas botas que él mismo había dejado de repuesto en el primer campamento. Estaban milagrosamente sanos. Cesarino, le dio entonces una palmada en los hombros y con aire satisfecho exclamó: “¡Estás bien che!”.
Al otro día, jueves 1º de febrero de 1968, nos dimos a la tarea de remozar el campamento. Cesarino, recostado contra una piedra comía con fruición uno y otro plato de guiso. “Claro – comentó en su particular castellano - ¡Como no van a subir con una comida así…!”.
Más tarde nos relató muchos pormenores de su recién terminada aventura. Entre otros detalles nos dijo que tanta había sido la sed sufrida durante los últimos días y tanta la necesidad de ingerir sales, que en una ocasión intentaron resolver el problema orinando sobre la nieve para luego comerla. “¡Ma non vá eh ragazzi… non vá!” acotó Cesarino. (“¡Pero no sirve muchachos... no sirve!”).
Terminado el almuerzo los tres porteños partieron, dos de ellos montados en una yegua tordilla y Cesarino, encaramado sobre la carga de un fuerte macho zaino. Nosotros los acompañamos un trecho caminando al lado de las cabalgaduras y por último los saludamos estrechándoles la mano. A Cesarino, le corrían las lágrimas sobre las mejillas agrietadas. Intentó cantar un yodl a modo de saludo, pero la voz se le cortó en la garganta. Saludó entonces por última vez, agitando el sombrero.
Para entender los párrafos que acabo de transcribir conviene aclarar que Barozzi, se había apunado en el tercer campamento de altura, a unos 6.000 metros, justo bajo el balcón superior de la pared Sur del Mercedario. Sin tener ya conciencia de sus actos, tiró cuesta abajo sus botas, la bolsacama y otros objetos, quedando así imposibilitado de iniciar el descenso. Cesarino, fabricó entonces una especie de trineo con una mochila donde, con la ayuda de Héctor, sentó y ató al apunado Fausto. Deslizando al enfermo un largo de soga por vez, tardaron seis largos días para alcanzar la base de la pared, a 4.500 metros de altura, sin poder derretir un poco de agua por falta de combustible.

Cumbre del Nevado de los Tambillos, al fondo Cesarino Fava, Provincia de San Juan. Colección de Antonio Beorchia Nigris. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cumbre del Nevado de los Tambillos, al fondo Cesarino Fava, Provincia de San Juan
Colección de Antonio Beorchia Nigris


Siguiendo con los recuerdos de Antonio Beorchia Nigris,
sobre Cesarino, nos decía:
Un año después… ¡vuelta a las andadas! Pero esta vez la expedición tenía fines arqueológicos más que andinísticos. Íbamos los siguientes expedicionarios: Irene Rost de De La Vega, Susana Ribas de Argüimbau, Cesarino Fava, Héctor de La Vega, Fausto Barozzi, Francisco Argüimbau, Rodolfo Accoroni y yo. Como baqueanos se desempeñaron Laceriano Balmaceda de la aldea del Cerro Negro y Manuel Ontiveros, iglesiano.
Nuestro objetivo fue escalar el nevado de Los Tambillos – por entonces creído virgen - de 5.747 metros de altura, ubicado en zona limítrofe con Chile, en la actual reserva de la biosfera de San Guillermo. Yo sospechaba sin embargo que su cumbre debía guardar uno de los conocidos santuarios incaicos de alta montaña a causa de la belleza de ese nevado, por estar el mismo junto a uno de tantos caminos del Inca y de poseer a sus pies tres tampu o postas del mismo origen, llamados por los españoles tambos o tambillos, según era su importancia.
El 5 de diciembre de 1969, partimos hacia la gran aventura. Íbamos: Cesarino Fava, Héctor de la Vega, Fausto Barozzi y yo, con el objetivo de escalar el nevado; los restantes nos acompañaron hasta los 4.500 metros y regresaron al campamento base, para desde allí, seguir nuestro avance con el largavista.
Cesarino, llevaba la delantera, buscando en teoría la ruta más fácil… Pero, ¿qué digo?, nuestro amigo elegía a sabiendas una ruta expuesta, directa, lo más aérea y peligrosa posible. ¡Claro!, él que fue al Torre con Maestri, que subió el Cuerno en solitario, que alcanzó la cumbre del Chañi, en escalada libre (y que además, dejó los diez dedos de los pies en el Aconcagua), deseaba sin dudas demostrarnos que este Tambillos, este tortillón como él lo apodaba, no era gran cosa. Nosotros lo seguíamos con cierto placer en principio, hasta que, viéndole 50 metros encima nuestro lidiar con un pequeño diedro vertical, expuesto sobre el vacío, optamos por retirarnos estratégicamente y rodear ese gran peñón de roca. Nos juntamos nuevamente algo más arriba del mismo y, como ya eran las 19 horas, decidimos acampar ahí mismo, sobre un estrecho portillo, a una altura de 5.200 metros. A gatas si cabíamos los cuatro en la estrecha carpa pentagonal…Juntamos hielo y a continuación Héctor, dedicó largas horas a prepararnos té y sopas. Aquella fue una espera enervante: se necesitaba una hora o más para obtener un litro de agua… nada para apagar la sed que nos abrasaba.

Nevado de los Tambillos Cesarino Fava (izq.) y Fausto Barozzi (der.) Colección de Antonio Beorchia Nigris. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Nevado de los Tambillos Cesarino Fava (izq.) y Fausto Barozzi (der.)
Colección de Antonio Beorchia Nigris


A las 24, decidimos finalmente dormir.
Amaneció espléndido, leves vapores subían desde el valle, acariciaban nuestra carpa y continuaban hacia lo alto. Un mar de nubes a nuestros pies nos producía la impresión de hallarnos sobre una isla.
Calzamos los grampones y, después de atarnos los cuatro, nos metimos de inmediato en el glaciar, que allí tenía una pendiente media de unos 45º. La nieve dura, muy compacta, apenas ondulada, ofrecía óptima agarre a las puntas de acero, de tal manera que trepar resultaba un verdadero placer. Crujía la nieve y se desmenuzaba bajo nuestros pasos; la niebla seguía envolviéndonos y todo alrededor era blanco, sin solución de continuidad. ¡Qué bien marchábamos!, casi sin descansos, casi sin sentirlo. Luego, a Cesarino se le salió un grampón y… a Héctor otro, al mismo tiempo. Con sangre fría, ambos lo colocaron en la mano derecha y afirmándose con la piqueta asida en la izquierda, avanzaron a cuatro manos hasta un lugar de pendiente menos pronunciada. Arreglado el inconveniente, seguimos.
Superamos una grieta sin dificultad; otra más arriba; esquivamos grandes placas de hielo verde, y por último, a las 12,30 horas, el glaciar se suavizó hasta transformarse en una hoya de unos 200 metros de diámetro, que iba a morir a los pies de la cumbre. Consistía ésta en un morro de cascajo muy meteorizado que se levantaba apenas unos diez metros sobre el hielo.
A las 12,50 horas, nos encaminamos despacito hacia la cima.
¡Qué ruido producían los grampones sobre las piedras!... Y finalmente el grito de Cesarino: “¡porco boia, é giá stato scalato ragazzi!”, es decir, “¡Carajo, ya fue escalado muchachos!”.
Los tres restantes nos arrimamos al círculo de gruesas piedras -de un metro de diámetro- que coronaba la misma cima. Ahí observé un guijarro más chico que señalaba el centro del círculo y un tremendo sacudón me hizo estremecer de pies a cabeza. “Es obra de indios – casi grité - ¿no ven la piedra en el centro?”. Nos abrazamos todos, y uno lloraba, el otro reía….
Cesarino mientras – que minutos antes no andaba apurado - empezó a escarbar febrilmente con la piqueta en el sitio de la piedra central, hasta con las manos, con las uñas… Apareció así, a 20 centímetros de profundidad, algo semejante a una tela. Ví como Cesarino palidecía y como empezaba a temblarle la barbilla. Por último explotó: “¡La momia ragazzi… la momia…la MOMIAAAA!”.
Nos electrizamos. “A ver, déjame ver. ¡Aquí está… aquí está!”.  
Jadeábamos. No aguantando más tanta emoción, me tiré al suelo y gritando como un endemoniado me revolqué y pataleé al aire un rato, hasta tranquilizarme.
“A ver las máquinas… saquen fotografías… despacio… despacio. ¡Cuidado con arruinarla!”.
“ Ésto se sale… ¿Qué es esto? Parece un tejido apelotonado…. ¿Y la momia?”. Todos me miraron. “Contendrá un sacrificio sustitutivo – dije - seguro que contiene una estatuita de plata”.

Encuentro con Maestri, Fava y su grupo a su regreso del Cerro Torre, Calafate. Foto: Insua. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Encuentro con Maestri, Fava y su grupo a su regreso
del Cerro Torre, Calafate. Foto: Insua


Desenvolvimos el tejido y en su interior apareció un penacho de plumas blancas engarzadas con soguitas de fibra vegetal. Un trozo de sustancia oscura, como charqui o sangre amasada con harina de maíz cayó al suelo. Nada más. Nos miramos de nuevo sin hablar. Finalmente, estiramos la tela hasta desplegar una hermosa camiseta andina, incaica sin duda, a juzgar por la guarda de vivos colores con dibujos geométricos que la adornaba. Veíase el verde, el blanco, el amarillo, el rojo, el celeste…Entonces nos conformamos. Posteriormente, bajamos hasta el campamento de altura y de allí al campamento base, en donde nos esperaba el resto de la comisión.

Fava, relató sus ascensiones y vivencias en la montaña y las condensó en su libro que publicó con el título “Patagonia, terra di sogni infranti”, que traducido significa: Patagonia, tierra de sueños enfrentados o rotos, editado por la CDA. De ese libro Patagonia. Tierra de sueños rotos o enfrentados, podemos extraer lo siguiente:
Colgado cabeza abajo sobre un espacio vacío sin fondo, con los pies sujetados o bloqueados por las manos expertas de la partera del lugar, al fin, con un grito de desaprobación, llegué al planeta Tierra. Era un luminoso día del mes de junio, el decimoprimero, que oficialmente, debido a la lentitud en el proceso de registro en la parroquia del lugar primero, y luego en la comuna, se convirtió en el doce de los dominios del año 1920. Un año muy particular de aquel 1920: la guerra, la Primera Gran Guerra había terminado hacia dos años. Eso fue, cómo explicar el fenomenal aumento demográfico de aquel 1920: cuarenta y cuatro nacimientos en un pueblo de poco más de un millar de almas, incluidos niños y ancianos! Vine al mundo con babero N º 10. El número de Platiní, Pelé, Maradona... por lo tanto, un número mágico. Yo fui el décimo nacimiento, con nueve hermanos; faltaba Natalia, que me había precedido catorce años antes y que murió pocos meses después de su nacimiento; sustituida por otra Natalia, que hoy (en el año 1999), tiene ochenta y cinco años. Nacer, vivir y morir, en aquellos tiempos era aceptado con resignación y dignidad. Contra la apendicitis, la escarlatina, la neumonía, el tétanos y otras enfermedades, no había nada que hacer. Se moría y basta. La selección era inexorablemente natural, sobrevivía el más fuerte y el más afortunado.

Tapa del libro "Patagonia, Terra di sogni infranti" de Cesarino Fava

Ruta Cerro Torre, Calafate, Santa Cruz. Cesarino Fava, escalador italo-argentino
Ruta Cerro Torre, Calafate


Tiempo después, ante los embates de nuevos escaladores
del cerro Torre, escribió una declaración oficial, realizada en Trento, Italia, el 30 de enero de 2006, como consecuencia de las polémicas declaraciones efectuadas por algunos montañistas respecto a la ascensión al cerro Torre, efectuada por Egger-Maestri.
Respecto a la vía Egger-Maestri del año 1959, el suscripto, Cesarino Fava, en cuanto me compete a la escalada al cerro Torre, en los años 1958-59, ante la avalancha de polémicas, dudas, incertidumbres y las acusaciones, me veo en la obligación de reiterar aquello que ya he dicho, escrito y reescrito, por enésima vez -y espero que sea la última-, en el modo más conciso posible, sobre la expedición con Toni Egger y Cesare Maestri.
Dejando a un lado toda la vicisitud preliminar de aquella inolvidable ascensión y recordando, luego de 47 años transcurridos desde la conquista del cerro Torre (las imprecisiones y los olvidos humanos que en los últimos años han provocado dudas y polémicas, sin tener en cuenta esto en particular, ciertamente no despreciable), declaro y vuelvo a repetir, que, dejando el campamento en la noche, Toni Egger, Cesare Maestri y yo, subimos rápidamente por las cuerdas fijas el primer gran diedro hasta la base del glaciar colgante. Allí me dijeron mis dos compañeros que siguiera hasta donde fuera posible; así fue que paso a paso, llegamos al atardecer al Col de la Conquista; ver desde allí la imponente pared Norte y la arista Noroeste, representaba para mí dificultades que sobrepasaban mi capacidad. Cesare Maestri y Toni Egger, me ayudaron a descender la travesía oblicua, desde donde seguí solo sirviéndome de los clavos puestos en la subida, hasta alcanzar las cuerdas fijas del gran diedro y de allí a la cueva.
Seis días después, encontré a Cesare Maestri, boca abajo y semisumergido en la nieve. Nunca tuve ni tengo duda alguna de que Toni Egger y Cesare Maestri, hayan alcanzado la cumbre del Cerro Torre. En aquel momento el Cerro Torre era como un gigantesco iceberg de nieve y hielo revocado por los vientos húmedos del Noroeste y endurecido por el frío. Toni Egger, se había adelantado por lo menos diez años a la escalada en hielo. Era, sin duda alguna, la cordada más fuerte y la más completa que entonces se podía imaginar.
Tras los años, sigue firme y clara mi convicción, incluso aproximándole a una duda razonable de que los escaladores Egger-Maestri, dada la capacidad técnica y las condiciones climáticas favorables y el medio ambiente encontrado en los primeros días de su permanencia en la pared, han completado el largo ascenso, por la arista o borde Noroeste, la pared Norte y la cresta del hongo de hielo cumbrero del Cerro Torre. Estoy convencido que la última, aunque una notable ascensión, (hecha por la cordada Beltrami-Garibotti-Salvaterra, en las paredes Este, Oeste y Norte del Cerro Torre), no fue una primera ascensión (e incluso en estilo alpino puro, porque habían fijado cuerdas, para poder subir más rápido algunos largos de cuerda), siendo una repetición parcial de la ruta original Egger-Maestri, del año 1959, conectados algunos tramos de otra vías ya realizadas o existentes sobre la pared Oeste y combinadas con breves variantes. Confirmo que la expedición de 1958-59, fue una escalada muy bella e importante, hecha en silencio con pocos medios, con profunda y pura pasión y un gran espíritu de sacrificio. Lástima que terminara en tragedia y sobre todo en polémica.

Cerro Torre, Santa Cruz. Foto: Vivaldi. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cerro Torre. Foto: Eduardo Vivaldi, 1968


Nos comentaba la montañista suiza, Silvia Metzeltin, que:

Después del Cerro Torre, muchos periodistas quisieron presionarle a Cesarino, a veces de mal modo, provocador, para que renegara del relato de Maestri, pero él nunca lo hizo. Si hubo un secreto, lo llevó consigo. Al final, si un enigma puede quedar, lo cierto es que Fava fue correcto y leal en la amistad, y esto vale mucho más de una posible duda histórica. A pesar de sus pies amputados, escaló cerros de cualquier tipo, en Italia y Argentina, y a los sesenta años pasados llegó también a la cumbre del Fitz Roy. En Italia escribió su biografía, publicada en el año 1999, bajo el título Patagonia terra di sogni infranti y fue actor de una película de Elio Orlandi, que lleva el titulo Pata corta. Pasó el testigo de su pasión patagónica a sus hijos, que en El Chaltén y Chaitén, acogen a viajeros y andinistas, además de seguir sus huellas por los cerros y cuidando las amistades.

En las postrimerías de su vida, Sara Sottocornola, recordaba que, cuando Fava, retornó después a Italia, no dejó de dedicarse al alpinismo. A los 79 años, escaló el Campanile Basso, a los 81 años, la Cima D'Ambiez, una cima de tresmil metros, en Las Dolomitas, con pasajes de quinto grado. Las personas que lo conocían, lo recuerdan como un grande “vecchio saggio”, es decir, un gran anciano sabio, que ha conservado su persona hasta fines de sus días, y que le permitió con frescura y lucidez envidiable, hablar de su vida, de la montaña y de la injusticia que se esparce en el mundo.

Cerro Torre, Santa Cruz. Foto: Eduardo Vivaldi, 1968. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cerro Torre. Foto: Eduardo Vivaldi, 1968

Cesarino Fava en la montaña

En la cima de Tosa Cesare Maestri y Cesarino Fava (2000), su compañero en la trágica experiencia de 1959.
Foto: Serafin / MountCity, www.mountcity.it


Comentaba también, su amigo, el italo-argentino, Antonio Pedro Beorchia Nigris:
La última vez que conversé con él, fue poco antes de su muerte. Un día, me llamó por teléfono desde Italia, para pedirme que le enviara viruta de lapacho, porque durante su larga permanencia en Argentina - especialmente en Buenos Aires, donde regentó un criadero de pollos - había escuchado decir, que el lapacho es un excelente anticancerígeno. Me confesó, que un cáncer de colón lo tenía a mal traer y que confiaba en el lapacho para sanar. Estoy hablando de un hombre de 87 años, ¡tanta era todavía su vitalidad y sus ganas
de vivir!

Como solía decir el propio Cesarino, su vida fue una pequeña aventura afortunada; murió víctima de un mal incurable, el 22 de abril de 2008, en su tierra natal, Malé, Trento, Italia. Recordaba Vinicio Stefanello: Parece imposible, ¡Cesarino no está más!
Parece imposible, porque Cesarino Fava, era un hombre que no se puede olvidar. Por su infinita vitalidad, y porque los años, todos los años de su vida, no afectaron para nada su forma de ser, siempre apasionado y participativo; Cesarino, amaba la vida y esto se notaba en su persona, en su piel. Le encantaba estar con la gente, con el corazón, entender, conocer, hablar, también escucharles. Y siempre, se reunía con viejos amigos o con extraños; así era él, su personalidad te capturaba.

“¡Son amigos!!”. Esto lo he sentido expresar a Cesarino, de tantos, de todos aquellos que conocía. Fue así, incluso conmigo. Fue así, este eterno joven alpinista, de la tierra trentina, que partió de su Malé para Argentina. Él era un emigrante, por lo tanto, Cesarino le daba un alto valor a esa palabra, luchando e inventando su propia vida; así también, ideó e inventó su montañismo. Sus montañas, que amaba profundamente, con todo su ser, como amaba su familia, una bella familia, que recordaba a menudo.

De Cesarino, muchos recordamos la historia ligada al Cerro Torre y a Cesare Maestri, recordemos que fue él, quien llamó a Maestri y a otros alpinistas trentinos, para aquella montaña de fábula. Aquella vez, en el año 1959, fue el mismo Cesarino, quien salvó a Maestri, luego de la trágica subida al cerro, en cual perdió la vida Toni Egger. Tal vez, no muchos recuerdan la historia del Aconcagua, en la que trató de salvar a un alpinista estadounidense, abandonado por su guía, cargándoselo en sus hombros. A Cesarino, esta aventura le costó el congelamiento de ambos pies, y luego, le debieron amputar gran parte de los mismos. A pesar de esto, no se dio por vencido y siguió escalando, continuó su amor por la montaña, como antes y más que antes, sin recriminar sobre todo lo que debió sufrir, sin quejarse del incidente, buscando volar alto, sobretodo de elevarse. Cesarino Fava, fue especial, … Tal vez, por eso ayer, en el día de su muerte, muchos escaladores se sentían conmovidos, nostálgicos.

La italiana Sara Sottocornola, con el título “El Alpinismo está de luto” escribió: ha muerto Cesarino Fava, es decir, “Alpinismo in lutto: è morto Cesarino Fava”. El 22 de abril de 2008, expresaba: Adiós, Patacorta. El alpinismo hoy llora a Cesarino Fava, conocido escalador trentino e histórico compañero de cordada de Cesare Maestri y Toni Egger, en el primera escalada al cerro Torre, realizada en el lejano 1959. Fava, falleció a la edad de 88 años. Fava, nació a la sombra del Brenta, había emigrado muy joven a la Argentina y sobre Los Andes, había realizado los primeros pasos como alpinista. Sin embargo, en su corazón había conservado siempre las Dolomitas, donde había vuelto a pasar sus últimos años de su vida. Inconfundible, su particular forma de caminar, tembloroso, inestable y segura al mismo tiempo, sus pies cortos, amputados después de la congelación sufrida durante la ascensión al Aconcagua, que se produjo como consecuencia de su intento por salvar la vida de un alpinista abandonado por su guía. Un accidente que no impidió su deseo de escalar montañas y que después, le valió el apodo famoso “Patacorta”.

Cesarino Fava escalando

Cesarino Fava y Kurt Diemberger. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cesarino Fava y Kurt Diemberger


Recogiendo las palabras del General (RE), héroe de la Gesta de Malvinas, del Ejército Argentino, Mauricio Fernández Funes,
quien lo conoció y tuvo la oportunidad de compartir algunos momentos con él, nos decía:
Guardo clara memoria de Cesarino, porque fue inesperadamente, un hito en medio de aquella circunstancia casi mágica para mí, acompañándolos a ustedes (expedición de la Escuela Militar de Montaña), que eran mis maestros, en esa experiencia inolvidable que en  pocos meses me llevó del monte y la llanura, al Aconcagua, en el invierno de 1981. Todo me impresionaba, porque en ustedes tempranamente advertí que la montaña era mucho más que un ambiente geográfico y un destino militar y que el montañismo, era mucho más que un deporte, en el que además, no existen los espectadores. Resultó que en nuestro encuentro en el Refugio de Montaña de la calle Gorriti, donde funcionaba la fábrica de prendas de montaña, entre los personajes tan queribles que estaban y los que aparecían, se encontraba Don Cesarino Fava. De su boca recibí mi primera clase magistral: “Para moverse en la montaña, siempre el día adelante y la noche atrás”. Quizás entre los presentes, - todos montañistas - esto pasó desapercibido, pero no para mí, porque tan solo algunos meses más tarde, en la madrugada del 13 de septiembre de 1981, pude comprobar la sabiduría de aquella sentencia. Recuerdas querido amigo José Hernández, que en aquella invernal al Aconcagua, las condiciones estaban un poco complicadas y largamos nuestro asalto a la cumbre desde Berlín, después del mediodía..., con la noche adelante!.  El resto, fue una pequeña coincidencia: me amputaron cinco falanges de los dedos del pie, en un intento de parecerme al gran Cesarino. Pagué mi inexperiencia a pesar de los Galivier Makalu dobles, prestados por el inefable Héctor Vieytes, el dueño de casa en aquel encuentro y que hasta la aparición del plástico eran los mejores zapatos de escalada del mundo. Y hablando de calzado, Cesarino desde hacía varios años - según contó -,  neutralizaba la limitación de sus severas amputaciones, con un calzado marca Brixia, que le mandaban habitualmente de Italia. En fin, José, querido y recordado montañero y amigo, espero que estas líneas te sirvan ayudándote a pintar a aquél grande, maestro de tantos escaladores argentinos y pionero en los primeros intentos al Torre.

Cesarino Fava y Cesare Maestri

Cesarino Fava y Cesare Maestri

Cesarino Fava


El señor Vittorino Mason, integrante del “Gruppo Italiano Scrittori di Montagna”, GISM, nos relató sobre Cesarino, este italiano de nacimiento y argentino por adopción, lo siguiente:
El suyo ha sido un alpinismo con la “A” Mayúscula donde, para alcanzar la meta, se ha antepuesto siempre el respeto por la montaña; la ética y las reglas que ésta requiere. En más de una ocasión, se ha prodigado por salvar la vida a un compañero en dificultades, ha vuelto, renunciando a la meta ya próxima.
La montaña ha sido para él, una experiencia de vida que le ha hecho apreciar las más pequeñas manifestaciones de la naturaleza y del hombre. Los pequeños sucesos, el perfume de una flor, un animal cogido por sorpresa, el vuelo del águila, el aliento de la existencia… ha apreciado todo como un gran don divino, porque todo esto forma parte de la propia esencia.


A fines del año 2009, la cordada de alpinistas italianos, Orlandi (amigo de Cesarino) y Giacomelli, llevaron las cenizas de Cesarino al cerro Torre, para ser esparcidas en la cumbre, según su deseo, pero el mal tiempo y cuando faltándole 150 metros para coronar la cima los hizo desistir, dejándola en la pared y realizando un apresurado repliegue; cuando ya estaban próximos para arribar a la base del cerro, Giacomelli fue sepultado por una avalancha, perdiendo la vida; mientras que sus cenizas se quedaron para siempre, en su amada montaña.

Cesarino Fava

Cesarino Fava y Kurt Diemberger. Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cesarino Fava y Kurt Diemberger

Cesarino Fava, escalador italo-argentino

Cesarino Fava

 

Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez


Videos:
El escalador Cesarino Fava, Patacorta

Cesarino Fava cuenta sobre el quiosco que administró en Buenos Aires

Entrevista a Cesarino Fava


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