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- HISTORIA DEL MONTAÑISMO
Amante de la libertad y la soledad, salió de una pequeña granja en Japón y se lanzó al mundo en busca de desafíos y aventura
Por José Herminio Hernández, Coronel (RE)
Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez
Nació en la prefectura de Hyogo, Japón, el 12 de febrero de 1941; el menor de siete hermanos, se había criado en una pequeña granja; en la escuela no había demostrado ninguna habilidad particular, ni en el aspecto académico, ni en los deportes convencionales, pero había conseguido ingresar a la universidad para estudiar una carrera sobre agricultura.
Naomi Uemura y sus perros de trineo de Alaska en el camino hacia el Polo Norte en 1978. Foto: www.irablock.com
Era tímido por naturaleza, comenzó a escalar con la esperanza de que el montañismo aumentara la confianza en si mismo; fue el más célebre montañista japonés de su generación y que ha obtenido el reconocimiento internacional por su labor; ha sido recordado no solo por ser un escalador dotado y un aventurero, sino también como una persona humilde y sencilla; otra virtud que tuvo, fue su profundo interés por la amistad de cada persona que conoció; fue alpinista, fotógrafo, periodista, su modestia y el coraje combinados con las hazañas tan diversas y múltiples, en todas las actividades emprendidas, las cuales han sido comparadas con las efectuadas por Chris Bonington.
Se inició la actividad alpinística siendo estudiante de la Universidad de Tokio; se fijo en las montañas por primera vez cuando estaba en la universidad y en seguida se sintió cautivado por ellas, no tanto por la escalada técnica en roca, como por las propias montañas. Le encantaba vagar por ellas y empezó a aventurarse por sí solo y a saborear la libertad de la escalada solitaria, en la que solo había que depender de sí mismo. Fue característico el hecho de que, apenas completado su curso en la universidad, partió por su cuenta a los Estados Unidos, con solo ciento diez dólares en el bolsillo, con la idea de trabajar para costearse el viaje hasta los Alpes europeos.
Luego de conseguir ahorrar algunos dólares en 1964 llegó a Chamonix, a fines del verano de y plantó su carpa junto a la estación del teleférico de la Aiguille du Midi. No conocía a nadie, apenas hablaba algunas palabras en inglés o francés y, por consiguiente, no tenía más opción que escalar por sus propios medios. Su carrera estuvo a punto de terminar allí mismo, cuando cayó en una grieta mientras efectuaba un intento en solitario para subir al Monte Blanco. Tras haber descendido un par de metros por una grieta que lo había sorprendido, le salvo la mochila al quedarse atascada en un lugar donde las dos paredes de hielo se estrechaban, salió como pudo, con las dificultades propias y el susto de accidente, pero el mismo no lo amedentró, sino que le dio más coraje para lograr lo que se había propuesto. Aquel invierno, se las arregló para conseguir trabajo como patrulla de un Centro de esquí; en un pequeño centro de deportes invernales, aunque, como esquiador no pasaba de un nivel medio por su técnica poco depurada.
El explorador japonés Naomi Uemura en Copenhague en diciembre de 1974, antes de comenzar su épico viaje en solitario a través de Groenlandia y luego desde el Ártico canadiense hasta Alaska. Foto: Getty Images
Escaló en solitario varias montañas, era un apasionado de la escalada en solitario, entre las que podemos mencionar en el año 1965, el Ngozumpa Gang, el Monte Blanco, el espolón Walter de la Grande Jorasses, posteriormente, se trasladó a África, en donde realizó el Kilimanjaro; de allí viajo a la Argentina, donde coronó el Aconcagua en el verano de 1978 y en el invierno de 1979, realizó el mismo cerro, en solitario; posteriormente, en dos oportunidades el Denali, el volcán Monte Sandford, en Alaska, que se encuentra en el Wrangell-St. Elias National Park and Preserve.
En el año 1964, hizo su primera expedición al Cho Oyu II, un pico de 7.646 metros mts.; después del año 1969, fue invitado a unirse a una expedición japonesa que efectuaba un reconocimiento de la vertiente Sudoeste del Everest. Aquel otoño, llegaron a una altitud de 8.300 metros, debajo de la Franja Rocosa, la barrera que defiende la parte superior de la vertiente. Al año siguiente, regresaron los japoneses, pero dividieron su esfuerzo entre la cara Sudoeste y la ruta del collado Sur, la normal. Querían asegurarse la posibilidad de situar a los primeros japoneses en la cima del Everest; fue así que, el 11 de mayo de 1970, por la vía normal, Naomi junto a su conciudadano, Teruo Matsuura, coronaron la cima, convirtiéndose en los primeros japoneses en subir la montaña más alta del planeta, y de esta forma se convertían además, en héroes nacionales. Aquel mismo año voló a Alaska, para efectuar una ascensión en solitario al monte McKinley, y así se convirtió en el primer hombre que alcanzó los puntos más altos de los cinco continentes.
En el año 1971, Uemura, fue llamado, para integrar la expedición internacional conjuntamente con Reizo Ito, la misma, tenía dos objetivos: la cara Sudoeste y la arista Oeste, esta fue comandada por Norman G. Dyhrenfurth. No consiguieron ninguno de los dos objetivos por diferentes razones, entre las cuales, la principal, fue el mal tiempo, pero también contribuyó a este mal resultado, un accidente en las primeras etapas de la expedición y la discordia reinante en el equipo. Sin embargo, la expedición se anotó un notable resultado al llegar a los 8.380 mts., por esta vertiente nueva. Dougal Haston y Don Whillans, ocuparon la vanguardia en la vertiente en ese momento, y éste fue uno de los puntos de fricción con algunos otros miembros del equipo, pero ni Uemura, ni su compatriota, Ito, expresaron la menor queja. Apoyaron a los designados durante toda la ascensión, transportando suministros desde el campamento inmediatamente anterior al superior, una tarea monótona y agotadora, sobre todo cuando no hay probabilidades de tener una oportunidad en la primera línea. Es probable que su experiencia en esta expedición robusteciera la preferencia de Naomi, por las aventuras en solitario, en las que no podía haber las complicaciones causadas por la rivalidad y la disensión de un equipo. Fue entonces, cuando empezó a pensar en las inmensidades polares.
Naomi Uemura, durante la ascensión del monte Everest
En el año 1975, realizó una travesía en trineo con perros, desde Groenlandia hasta Kotzebu, Alaska, de 12.067 kilómetros, en dieciocho meses compartiendo en algunos lugares la compania de los esquimales. En el período estival del año 1977, realizó en solitario y en tres días la ascensión del Aconcagua, desde Puente del Inca.
En el año 1978, fue el primer hombre en arribar solo al Polo Norte. Muchos conocedores del ambiente polar, han reconocido el nombre del explorador japonés Naomi Uemura, como el primer ser humano que ha llegado al Polo Norte, cerca de Dogsled, el 29 de abril de 1978. El Polo Norte respiraba solitario. Su nieve, su viento y su cielo no necesitan del hombre. Pero, quizá, recibe con beneplácito y sorpresa al explorador, también solitario, que acude a su encuentro.
Antes de llegar a el Polo Norte, Uemura había recorrido en balsa 6.000 kilómetros del Amazonas y, en trineo, 12.000 kilómetros desde Groenlandia hasta Alaska (el recorrido más largo jamás realizado por una sola persona en trineo tirados por perros). Una versión condensada del viaje de Uemura fue publicado originalmente por la National Geographic.
Naomi Uemura durante el ascenso al monte Everest
En el año 1983, me entregó en la ciudad de Buenos Aires, su libro cuando estuvo de visita, y además, nos comentó las anécdotas de aquel solitario viaje:
Poco antes del amanecer, enfundado todavía en el saco de dormir, escucho el ladrido repentino de mis perros. Son pocas las criaturas del Ártico por las que un perro de trineo siente temor por instinto: una es el hombre; otra, el oso blanco. Oigo un ruido de pisadas cortas, irregulares. Luego un jadeo, y advierto las presencia de un oso a escasos centímetros de mi tienda. Todo ha terminado, me digo. Me va a matar. Mi pensamiento vuela hacia mi adorada esposa, en Tokio. Ayúdame, Kimicham, imploro, y me sobreviene una súbita sensación de tranquilidad. Si permanezco inmóvil y respiro lo menos posible, tal vez me salve. Mi rifle está casi al alcance de la mano, pero se halla descargado. El sudor me produce cosquilleo en todo el cuerpo. El oso revuelve los víveres allá afuera. Con los pulmones a punto de reventar, oro en silencio porque la bestia se contente con eso. Pero no queda satisfecha. Vuelve su atención hacia la tienda y la rasga con sus enormes garras. Contengo la respiración. El terror se apodera de mí al ver que la tienda comienza a combarse y al sentir la nariz de la bestia en mi espalda. Ahora sí, todo ha terminado, pienso. De pronto, el oso se marcha. Torna luego el silencio, y tomo una profunda bocanada de aire.
Es el 9 de marzo de 1978, cuarto día desde que salí en trineo de mi campamento principal, establecido en la costa del océano Glacial Ártico, en Cabo Columbia (Canadá). Alimento el firme propósito de ser el primer hombre en llegar solo al polo Norte. Para lograr mi objetivo he dispuesto que un avión equipado con esquíes venga desde el poblado de Resolute a proveerme de víveres en diversos puntos del trayecto, de 776 kilómetros. Ahora, apenas iniciado mi viaje y viendo los destrozos causados en mis provisiones, doy gracias de estar todavía con vida. Me comunico por radio a mi base de operaciones para que me envíen otra tienda y víveres frescos. Luego me siento a esperar al intruso, seguro de que volverá. Me preocupa el rifle, pues a temperaturas de 40° C. bajo cero, puede congelarse el mecanismo de disparo o trabarse en cualquier momento. Casi 24 horas después de su primera incursión, el oso surge de entre las altas cumbres blancas y se dirige a mí. Se ve colosal y majestuoso en la mira del rifle. Cuando está a 50 metros aprieto el gatillo; la fiera se queda quieta unos instantes; luego lanza un rugido y se desploma. A la vuelta de unas horas escucho el zumbido del avión, que me lanza lo que necesito. Una vez más, el trineo está lleno de provisiones, que en conjunto pesan más de 450 kilos, mucho para 17 perros.
Dedicatoria de Noami Uemura a José Hernández en las primeras hojas de su libro
sobre su ascensión al Everest, unos meses antes de su muerte.
Actualmente el libro fue donado a la Biblioteca de la Escuela Militar de Montaña
Naomi Uemura en la cumbre del monte Everst
El 11 de marzo, reanudamos la batalla contra nuestro sempiterno enemigo: el océano Ártico. Es una región terrible. Los perros y yo nos esforzamos por conducir el trineo por maraña de dentados pradejones de hielo. A menudo, necesito abrir camino a barreta para los perros. En ocho horas de esfuerzo hemos recorrido un par de kilómetros. Es un alivio detenernos y levantar la tienda. El polo está todavía lejos, una temperatura de 38° C. bajo cero y el viento que me azota el rostro me han llagado la nariz y el mentón. Los perros apenas si han salido mejor librados.
El 16 de marzo, surge un nuevo problema. En una planicie de hielo encontramos un estrecho de aguas abiertas de unos 50 metros de anchura, que obstruye nuestra ruta. Sólo nos queda esperar a que la franja se cierre. Por fin la distancia se reduce a metro y medio, y dirijo entonces los perros al otro lado. Están entumecidos, y cinco se dan un chapuzón; su húmedo pelaje se congela en un segundo. Bastan, sin embargo, diez minutos de masaje para que vuelvan a calentarse. Ya el día 26, avanzamos a mejor paso, más de 19 kilómetros en este día. En la nieve blanda los perros corren como si nadaran, con las patas delanteras tendidas al frente y la cabeza bien erguida. Aunque les doy a diario ración completa, más de medio kilo de tasajo y alimento para perro a cada uno, siempre tienen hambre. Es apremiante la necesidad de mantenerse en movimiento, por lo que sólo duermo cinco o seis horas cada noche. Al final del día, tras batallar y batallar con el hielo, mis piernas vacilan y siento como si mi cuerpo no me perteneciera. A veces me quedo dormido tan pronto como entro en la tienda.
Naomi Uemura, explorador y montañista japonés
El primero de abril, es un día especial. El avión de provisiones ha logrado aterrizar en una planicie helada y me ha traído un trineo más ligero, dos perros descansados, y alimento para perro. Además, para mí, carne de caribú, galletas, azúcar, aceite de ballena, sal, café y mermelada. En el avión se van, el trineo viejo y dos perros inválidos. El aparato alza el vuelo y yo vuelvo a quedarme solo. Al igual que los perros, tomo alimento una vez al día - al final de la jornada - y siempre carne sin cocer. El caribú crudo es nutritivo y delicioso; además no tengo tiempo para cocinar. Si lo hiciera dentro de la tienda, el vapor se cristalizaría y provocaría una tormenta de nieve.
Es día 5 y el frío continúa. Mi consulta matutina del sextante se ve estorbada por un fuerte viento del Nordeste, que ataca mis manos como abejas. Con todo cuidado determino mi posición: estoy a 154 millas aéreas (285 kilómetros) de Cabo Columbia, y a más del doble de esa distancia, 322 millas, del polo. Con decisión reanudo la marcha hacía el Norte.
El día 12, encontramos un estrecho de ocho metros de anchura; en su punto más angosto flotan unas cuantas lajas de hielo. Corto de la orilla otros trozos, que agrego a los que hay para formar una especie de pontón. Al fin, estamos listos. A una voz mía, los perros comienzan a tirar, y yo empujo el trineo desde atrás para pasarlo de laja en laja. Al llegar a la última, cuando ya los animales han cruzado, dejan de pronto de tirar. La laja se ladea peligrosamente y los perros de atrás resbalan. Golpeo los tirantes con el mango del látigo. ¡Vamos, vamos! grito. En un esfuerzo final, arremeten hacia adelante y el trineo toca por fin hielo sólido.
Naomi Uemura y sus perros de trineo de Alaska en el camino hacia el Polo Norte en 1978. Foto: Ira Block
Ira Block y Naomi Uemura en el Polo Norte. Foto: www.i0.wp.com
Naomi Uemura y equipo de trineo de perros en Groenlandia. Foto: Ira Block
El día 13, ya he recorrido más de medio camino. Al otro día, me deja el avión víveres frescos y varios perros. Faltan 364 kilómetros para llegar a mi destino, y, si el hielo y el tiempo lo permiten, acaso llegue en diez días. Pese a las dificultades pasadas, tengo la extraña certeza de alcanzar el éxito. En la mañana del 15 de abril, me siento menos optimista. Una enceguecedora tormenta de nieve me obliga a detenerme dos días. A mediodía del día 17, la temperatura mejora un poco y ya no puedo esperar, pero la nieve, enemiga astuta, cubre todo el terreno y disfraza por igual el hielo sólido y las superficies recién formadas, de hielo delgado. Varias veces los perros rompen una capa, y en más de una ocasión yo me hundo hasta las rodillas. Pronto se presenta un nuevo peligro: grandes superficies de hielo están en movimiento; el mundo que me rodea parece un escenario revolvente. Por primera vez estoy verdaderamente a la deriva en el océano Ártico, y cruzo bloques gigantescos de hielo suelto y quebradizo. Inevitablemente, las secciones se van haciendo más pequeñas. Esa tarde, acampo en una isla de hielo de apenas 300 metros de anchura.
De pronto, a menos de metros de mi tienda, aparece una grieta enorme. ¿Qué haré? Mientras evalúo las posibilidades, se abre otra hendidura más cerca y la isla se vuelve islote; ya no queda tiempo para meditar. Un remolino lanza el trozo de hielo contra otro bloque que rige a lo que, al parecer, es una masa de hielo sólido. Tras doblar mi tienda, tomo la barra y la coloco en el tirante, entre los perros y el trineo. ¡Vamos! grito a voz en cuello y de un solo tirón los perros llevan el trineo al otro bloque. Una vez más estamos a salvo. Vuelvo a apoyar la barra en el tirante y de nuevo los perros tiran con todas sus fuerzas. Segundos después estamos en hielo firme. A raíz de este escape milagroso considero que me estoy pasando de impaciente; por eso espero a que se congelen los bloques de hielo y formen una sola masa. No es sino en la mañana cuando decido que podemos reanudar la marcha sin tantos riesgos. Mi paciencia recibe su recompensa: avanzamos 40 kilómetros, y el día 22, otros 60, uno de nuestros mejores recorridos. Con todo, seguimos avanzando. A veces, cruzamos estrechos valiéndonos de un puente flotante de lajas de hielo; y en su defecto utilizo como puente el propio trineo, para lo cual lo deslizo sobre el agua que cada extremo reposa en orilla del estrecho. Los perros no parecen muy convencidos de mi destreza, pero conduzco uno a uno sobre el puente improvisado. Al otro lado vuelvo a uncirlos y, de un solo tirón, el puente vuelve a ser trineo.
Tapa de la Revista National Geographic, septiembre de 1978
El 26 de abril, el último vuelo de abastecimiento deja caer comida para varios días, y hago votos para que no vaya a necesitar más. Impulsado por ese propósito, dirijo al día siguiente a los perros a marchas forzadas, y hacemos un recorrido excelente. Sólo faltan 76 kilómetros; el 28 de abril: ¿será este el último día? Después de una hora de trayecto, los pedrejones parecen hacerse más escasos, y aparecen, como oasis anhelados, algunos fragmentos de hielo plano. Más de nuevo encontramos estrechos que surcan la superficie como la red que algún pescador gigante hubiese puesto a secar. Si bien la mayoría son angostos, perdemos mucho tiempo. Avanzamos de continuo durante casi 14 horas, más no es suficiente; mañana debe ser el día. Con fastidio desato a los perros y levanto la tienda, espero que por última vez. La emoción me impide dormir. En el verano ártico las mañanas comienzan cuando uno lo decide; no hay un momento preciso en que termine la noche. Me levanto temprano, los perros prestan atención al arribo del nuevo día. Al reanudar la marcha cambia la situación. Los perros realizan un esfuerzo tremendo. Una vez en camino, me invade una sensación de bienestar; estoy seguro de llegar hoy. Al correr tras el trineo, no puedo menos de sentirme agradecido con los canes, por su contribución a la victoria final.
Después de casi 12 horas de viaje calculo que ya hemos llegado a la meta. El 29 de abril, a las 6:3O de la tarde, hora de Greenwich, detengo el trineo y consulto el sextante. Está tan cerca que me parece que, si hubiera polo Norte, ya estaría a la vista. Para asegurarme empleo dos días en realizar nuevas lecturas. Todas indican que, en realidad, he llegado a la cima del mundo. Mientras espero al avión que me trasladará a mi base de operaciones, repaso los 55 fatigosos días que acaban de pasar, y pienso en mi esposa y en las innumerables personas que me ayudaron. Estoy feliz: por primera vez, el hombre ha llegado solo al polo Norte.
El Polo sur en solitario. Naomi con su sextante el cual usaba para navegar
Naomi en su expedicion al Polo sur en solitario
Esto fue lo que nos brindaba de su experiencia en el continente blanco del Norte. Aparte de haber obtenido un serio aprendizaje en el ártico, consiguió también, el patrocinio y el apoyo necesario para respaldar sus empresas. Esta ayuda procedía de una gran empresa editorial japonesa y de una red de televisión que proporcionaron tanto el dinero como el respaldo administrativo.
En el período invernal de 1980, Uemura, tomo contacto con un integrante del Ejército Argentino, destinado en Buenos Aires, el entonces coronel Carlos Abel Balda, quien hizo las coordinaciones para que en Mendoza, el ejercito lo apoyara en una expedición invernal al Coloso de América; para tal actividad, la Brigada de Infantería de Montaña VIII, del Ejército Argentino, con asiento en Mendoza, puso como oficial de enlace y coordinador, al entonces oficial de operaciones de la brigada, el Teniente coronel Alfredo Farmache, quien realizó las coordinaciones para emprender la ascensión, apoyándolo con dos helicópteros y mulares, para realizar toda la aproximación y la instalación de sus campamentos, es decir, contó con el apoyo logístico y la recuperación luego, de todo material utilizado, desde Plaza de Mulas, tarea ésta que finalizó con todo éxito, donando todo el equipo personal a la mencionada brigada. Ese mismo año, fue declarado el deportista del año, en Japón, galardón que le permitió respaldar sus próximas expediciones, con el apoyo de importantes empresas, permitiéndole solventar sus gastos holgadamente.
Naomi Uemura y el Teniente Coronel Alfredo Farmache. Expedición Invernal al Aconcagua, Mendoza 1980
Noami Uemura y, en ese entonces, Teniente José Hernández
Realizó también la navegación en canoas del río Amazonas en Brasil, hasta su desembocadura y posteriormente, cruzó el desierto del Sahara, caminando en solitario. Pernotó durante casi un año, en la Base argentina General San Martín, durante el año 1982, con la idea de hacer una travesía en trineo tirado por perros siberianos, hasta la base del Monte Vinson y posteriormente, escalarlo; su vasta experiencia en el Polo Norte, le había dado la confianza suficiente como para poder llevar a cabo esta empresa; para ello, el Ejército Argentino, designó al Teniente Valentín Ugarte, un gran montañés, que si bien nunca había estado en el continente blanco, sí tenía una excelente preparación desde el punto de vista técnico en la alta montaña y latitudes extremas. Además, el Comando Antártico, había quedado comprometido en realizar el apoyo logístico durante la travesía, por medio del traslado de cargas y eventual evacuación, en caso de ser necesario, por medio de un helicóptero, puesto a disposición de Naomi; lamentablemente, ese año fue el conflicto de Malvinas y esto produjo que no se llevara a cabo el mencionado apoyo que se había establecido, siendo una causa casi fundamental para no llevar a cabo la empresa planificada.
Naomi Uemura durante el ascenso al monte McKinley, Alaska
Una de las últimas fotos que se encontraron en la cámara de Naomi Uemura en el monte McKinley.
Foto: Bungeishunju, Natgeo
El 13 de febrero de 1984, de regreso de su segunda cumbre en el Denali, el McKinley (realizada el día de sus 43 años, el 12 de febrero) desapareció, el personal que hacia el apoyo logístico perdió el contacto radial con él y su muerte conmovió al mundo alpinístico, fue encontrado parte de su equipo en su último campamento, pero ningún rastro de su persona. Este destacado montañista, había logrado varios laureles para la historia del montañismo y de las exploraciones; es más en su libro diario, había anotado en el año 1984, su victoria antes de desaparecer en el Monte McKinley; noticia que se divulga entre otros periódicos, en Los Tiempos de Kansas City, Missouri, el martes 21 de febrero de 1984, cuyos pasajes principales son:
Se aprovecho el cielo despejado y claro del día lunes, para buscar al aventurero y montañés japonés, Naomi Uemura, que se había atrasado su regreso, con los pilotos del Geeting Talkeetna, de Alaska, que con tres aviones y un helicópteros, sobrevolaron los flancos helados del McKinley, el pico más elevado de Norteamérica, por otro lado los rescatitas habían encontrado las raquetas de Naomi, en un lugar menos pronunciado a unos catorce mil pies, donde las había dejado para seguir hacia la cima. Mientras que el campamento bajo a unos siete mil doscientos pies, no habían encontrado ningún rastro del himalayista japonés y supusieron que no había descendido de los dieciséis mil pies, en donde lo habían visto el jueves anterior los pilotos, cuando agitaba sus brazos fuera de una cueva de hielo.
Groenlandia 2011. Estampilla de Naomi Uemura y en segundo plano el pico Nunatak Uemera
Foto: www.mountainstamp.com
El japonés pequeño de estatura, pero grande como montañés había desaparecido, sus restos nunca han sido encontrado, los guardo bajo su manto de nieve y hielo, el señor del Norte, el McKinley para siempre, y esta triste experiencia nos muestra cuan frágil somos, teniendo en cuenta que un andinista experimentado como este y cuando hacía por segunda vez el mismo cerro, desapareció.
Tanto su esposa Kimi Chan y muchos otros montañistas de distintos países se trasladaron para intentar buscarlo, pero todo fue lamentablemente sin éxitos. Como muchos grandes aventureros y alpinistas, Naomi, escribió y trasmitió sus experiencias acerca de sus viajes en libros para niños, los cuales fueron muy populares en su país natal. La modestia y el coraje de Uemura combinados con hazañas tan diversas, nos muestran la grandeza de este deportista japonés tan valiente y tan especial. Por último nos quedamos con aquella frase que escribió de sus hazañas en solitario:
La soledad en todo su esplendor... es una prueba para mi mismo, y una cosa que detesto es tener que probarme a mí mismo delante de otras personas.
Naomi Uemura en la expedición al Polo Sur. Foto: www.phototrio.com
Naomi Uemura Adventurer Museum
El Naomi Uemura Adventurer Museum fue construido para honrar a Naomi Uemura, un gran aventurero y montañista que fue la primera persona japonesa en escalar el Monte Everest. Uemura desapareció en 1984 durante una dura escalada invernal en el Denali en Alaska, también conocido como Mount McKinley. El museo está ubicado en su ciudad natal, Hidakacho de Toyooka. Hay más de 200 artículos en exhibición. La sala de exhibición, muestra los registros de sus desafíos como aventurero, tiene trineos tirados por perros, carpas y piolets en exhibición, así como otros equipos. Todos artículos que han sido usados y cada rasguño, distorsión de color y rastro de reparación cuentan una historia sobre los entornos hostiles que enfrento.
Museo del Aventurero Naomi Uemura
Trineo utilizado por Naomi Uemura en el Polo Norte. Foto: www7.kobe-np.co.jp
Recordatorios de expediciones realizadas por Naomi Uemura
Pertenencias de Naomi Uemura de la expedición al Polo Norte
Video:
Monte McKinley: Naomi Uemura 1984
En 1984, Naomi Uemura pereció después de convertirse en la primera persona en alcanzar la cima del Mt. McKinley en solitario en invierno.
Bibliografía Recomendada:
- Enciclopedia Incompleta de Montaña
Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez
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