55
años del primer ascenso al Monte Everest
- por el Centro Cultural Argentino de Montaña -
El 8 de marzo
de 1953, una expedición de 14 hombres llegó a Katmandú con
el objetivo de llegar a la cima del mundo, y vivir para contarlo.
Es que el Monte Everest, o Sagarmatha, como llaman los nepaleses
a la montaña más alta del mundo, se había encargado hasta
ese momento de hacer fracasar a todos quienes habían intentado
desafiarla y conocer sus secretos. Y hasta se había cobrado
la vida de varios; tal vez, la de los más osados.
Esa mañana de marzo,
la expedición al mando del coronel británico John Hunt llegó
a Katmandú, donde el equipo de Sherpas liderado por Tenzing
Norgay los estaba esperando. La partida estaba arreglada para
el 10 de marzo. En sólo dos semanas, la caravana alcanzó Thyangboche.
Entre los miembros de la expedición se encontraba un ignoto
apicultor neozalandés de 33 años, llamado Edmund Hillary.
El primer reconocimiento
comenzó inmediatamente. El segundo se hizo en una cornisa
a mitad de camino desde la caída de hielo; el tercero, realizado
el 22 de abril, a 6.150 metros de altura.
El
líder de la expedición había planeado dos tentativas sucesivas
para encarar la cima, con uso obligatorio de oxígeno después
del Campamento 5. Bourdillon y Evans, equipados con aparatos
de respiración de circuito cerrado, abrieron el camino por
la cara sur del Everest. Luego, si era posible, intentarían
conseguir la cima. Al mismo tiempo, Hunt, Gregory y cinco
Sherpas debían establecer un campamento a 8.500 metros. Al
día siguiente, Hillary y Tenzing tenían que escalar hacia
la tienda asistidos por el equipo de oxígeno, pasar la noche
allí, y luego intentar el pico más alto.
El 20 de mayo, acompañado
por unos pocos Sherpas, Noyce escaló hacia el campamento VII
con la orden de alcanzar la cima sur a cualquier costo. Al
día siguiente, el escalador británico y el Sherpa Anullu llevaron
a cabo su tarea; inmediatamente después, el 22 de mayo, Hillary,
Wyllie, Tenzing y un equipo de Sherpas establecieron el campamento
VIII. La hazaña de Hillary y Tenzing fue fabulosa, ambos se
encontraban en un estado inmejorable: en menos de 30 horas
escalaron desde el Campamento IV hasta el Campamento VIII.
El 26 de mayo comenzó
la última etapa de la escalada. En la mañana del 28, el asalto
final tuvo lugar. Lowe, Gregory y Ang Nyima salieron primero,
provistos de alimentos y equipos. Más tarde, Hillary y Tenzing
atacaron la cornisa, siguiendo los pasos de sus compañeros.
Los dos grupos se encontraron cerca de una vieja tienda suiza
y fueron juntos al lugar donde se encontraba el material dejado
por Hunt y Da Namgyal en una expedición anterior.
Cada uno cargó 23 kilos
de equipaje, a excepción de Hillary, quien cargó 5 kilos más.
A 8.500 metros, el equipo se separó. Lowe, Gregory y los sherpas
bajaron otra vez, mientras que Hillary y Tenzing se prepararon
para pasar la noche. Debían descansar y prepararse, el día
siguiente sería duro.
A
la mañana siguiente, la primera parte de la escalada fue difícil
debido a la nieve que se rompía bajo los pies de los escaladores.
Montaña arriba encontraron los cilindros de oxígeno dejados
por Hunt y Bourdillon, los que -por suerte- no estaban completamente
vacíos, ya que Hillary y Tenzing habían tenido que usar el
suyo durante la noche. Esos cilindros usados podrían serles
útiles en el camino de regreso. A las 9 horas alcanzaron la
cima Sur. Continuaron la marcha por la el borde de la cima,
la que tenía enormes cornisas. Resultaba imposible seguir
el camino trazado para el primer asalto: por razones de seguridad
tuvieron que mantenerse del lado contrario.
Afortunadamente, la
nieve estaba bien. En cierto punto, la cordada alcanzó la
base de un paso, hoy conocido como paso Hillary. El escalador
neozelandés la escaló aprovechando el espacio que había entre
la roca y la delicada cornisa de hielo. Tenzing lo siguió.
Más arriba, la inclinación decrecía y progresivamente se fue
volviendo más fácil.
Y a las 11.30 alcanzaron
la cima. Hacia el Este, podían ver el glaciar Rongbuk, muy
lejos, miles de metros hacia abajo, el glaciar parecía un
espejo en ese mundo blanco con hielo y nieve. Unos minutos
después, Hillary miró hacia el norte, y recordó a Mallory
e Irvine. Instintivamente, buscó alguna señal, algo que pudiera
decirle qué fue lo que había pasado con ellos, alguna evidencia
de su paso. Pero no encontró nada. La nieve se estrujaba bajo
los pies de Tenzing, que preparaba las ofrendas de agradecimiento
para los dioses de Chomolungma. Unas galletitas, algo para
comer, y unos minutos después, ya era tiempo de comenzar el
descenso: las reservas de oxígeno eran limitadas y los obligaban
a apurarse.
Una hora más tarde Hillary
y Tenzing estaban en la cima Sur, pero no pararon. Más abajo,
cargaron a sus espaldas los cilindros dejados por Evans y
Bourdillon. En la tienda del campamento IX, cambiaron los
cilindros, recogieron sus pertenencias personales y continuaron
con su camino de regreso. Luego se encontraron con George
Lowe, que había ido a buscarlos para alcanzarles más botellas
de oxígeno. A la pregunta de Lowe acerca de si habían logrado
su objetivo, Hillary respondió: "Hey, George, le ganamos a
la montaña".

Por Sir Edmund Hillary
El tiempo es a menudo impredecible; el aire enrarecido
supone un desafío constante. Nuestra ascensión de 1953 fue
el punto de partida, y no el punto final. La ascensión del
Everest sin oxígeno fue un nuevo paso adelante, que ha llevado
los límites de la resistencia humana un poco más lejos aún.
Y muchos han quedado en el camino. Me alegro de haber escalado
el Everest en los días de la inocencia, cuando todo era nuevo
y suponía un reto constante. Las técnicas, el equipó y la
pericia de los escaladores cambian rápidamente a lo largo
de las décadas, pero nada reemplaza al valor, una motivación
sólida y una pizca de buena suerte. Tales cualidades separan
el fracaso y el desastre de los momentos de éxito y triunfo.
Los escaladores que más me motivaron -Mallory, Smythe, Shipton-
fracasaron, pero todos ellos, en sus tentativas, apostaron
muy fuerte a costa de inmensos esfuerzos. Nadie triunfa solo.
En cierto sentido, todos ascendemos a hombros de esos vigorosos
personajes que nos han precedido. En la propia cumbre del
Everest, me sentí sorprendido de que Tenzing y yo fuéramos
los afortunados. Y sin duda, el Everest fue para mí un comienzo,
no el final. Quedan muchas aventuras por vivir, muchos retos
a los que hacer frente. ¡Puede que sea un camino muy largo!