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- HISTORIA DEL MONTAÑISMO -



Cholila, El Bolsón, Provincia de Chubut. Parte I
El verano inolvidable de 1964
- Por Carlos Rey, Grupo Dinos
-

Carlos Rey
Carlos Rey

El día 2 de enero de 1964 a las cinco de la tarde, un grupo de seis personas viajaba en la caja de un taxiflete rumbo a la estación de trenes de Constitución, en Buenos Aires. Debajo de ellos iban 500 kgs. de carga perfectamente acomodada, revisada y controlada. Al menos así lo creíamos.

El objetivo: Las montañas aún sin escalar, situadas en el corazón de la cordillera, en la frontera con Chile, en las nacientes del río Tigre a la altura de la pequeña localidad de Cholila (cercana a El Bolsón) en la provincia de Chubut.

El sábado 4 llegamos a Bariloche. Y al día siguiente salimos para Cholila. Nuestra impaciencia hace que las seis horas que duraba en aquella época el viaje hasta El Bolsón ,nos resulten larguísimas. Todavía tenemos un importante problema a resolver y vamos haciendo las mil conjeturas que ya nos hemos hecho muchas veces. Lo que nos preocupa es conseguir los caballos para transportarnos en Cholila hasta el “fondo” de la cordillera. A pesar de esto en el Cañadón de la mosca y en la Pampa del toro no dejamos de ver la belleza de los valles y montañas de este recorrido; que para eso también estamos aquí. En El Bolsón es todo quietud en ese brillante mediodía. El calor y los tábanos se hacen notar. Descargamos en el depósito de la terminal y nos dirigimos al Hotel Andino. Encargamos el almuerzo y entablamos conversación con los dueños del hotel. Ellos son socios del Club Andino Piltriquitrón. Nos dicen que como es domingo, todo el mundo anda de paseo aprovechando el buen tiempo. Queremos ver al señor Rudolph, presidente del C.A.P. y por sobre todo al doctor Venzano, hacedor de mapas, y que es quien conoce más a fondo la región montañosa.

Mapa de ubicación de Cholila, Provincia de Chubut, Argentina
Mapa de ubicación de Cholila,
Provincia de Chubut, Argentina


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Luego de descansar a la sombra y dejar pasar la hora de mayor calor, vamos a la búsqueda de estas dos personas. Rudolph no conoce la zona de montaña de Cholila como para darnos datos interesantes y por él mismo nos enteramos que -desgraciadamente para nosotros- Venzano anda haciendo una de sus habituales salidas aprovechando el fin de semana. Mala suerte, no conoceremos nunca a este famoso personaje. Al otro día, seis de enero, salimos en ómnibus hacia el almacén de Nataine, que es la parada de Cholila. A mitad de viaje comenzamos a ver los altos picos de la zona. Todos ellos promedian los 2.300 mts. Finalmente llegamos y descargamos en un costado del almacén. El día continúa despejado y hacia el oeste gozamos de un inolvidable panorama. Las cumbres rocosas del cerro Dos Picos y hacia la derecha y más cerca el Tres Picos, se alzan hacia el cielo. Sus glaciares relucen con la luz del sol.

Tenemos suerte, conseguimos que Don Luna, también poblador, lleve la carga esa misma tarde con cuatro caballos pilcheros, los 15 kms. que hay desde el almacén de Nataine a la casa de Mellado. Ayudamos a cargar los caballos, cosa de la que no tenemos la mínima idea como buenos porteños que somos. Parece que los animales se dieran cuenta porque se ponen algo nerviosos, pero por fin salimos con todo acomodado. Nosotros, a pie y con nuestras mochilas llegamos a la casa del baqueano muy contentos de estar a un paso de resolver una de nuestras incógnitas. Ya son las nueve de la noche pero aún es de día. Mientras descargamos se presenta Don Mellado ¡Por fin lo conocemos! Lo saludamos efusivamente como si lo conociéramos de siempre, tanto es lo que lo hemos mencionado en nuestros planes en la ciudad. Es un viejito muy simpático. Se ríe todo el tiempo y lía sus cigarrillos, que fuma uno detrás del otro. Le planteamos la necesidad de transportarnos y como le preguntamos si tiene caballos para ello, nos dice que no, que solo tiene pilcheros. Nos corre un escalofrío hasta que enseguida todo se aclara por la diferencia entre lo que ellos llaman caballos de transporte de gente y pilcheros para llevar la carga. Ahora tranquilos con esto solucionado, nos vamos a preparar una cena y después a dormir.

Con los "pilcheros" de Don Chano Mellado, camino al Cholila, el Bolsón, Chubut
Con los "pilcheros" de Don Chano Mellado

Al día siguiente conocemos a Carlos, hijo de Don Mellado, quien sería en realidad el encargado de llevarnos al “fondo”. Es un muchacho de 24 años que aparenta mayor edad. Extremadamente reservado y tímido, sólo habla con monosílabos. No conseguimos entablar una verdadera conversación, pues a nuestras preguntas responde únicamente sí o no. Cuando se marcha deducimos que es probable que salgamos al otro día si es que consigue reunir los pilcheros y cangallas (armazones) necesarios. De modo que estamos obligados a resignar nuestra premura ciudadana y pasar todo ese día en los dominios de Mellado. Aprovechamos para bañarnos en la desembocadura del lago Cholila, en el río Carrileufú. Este río corre hacia el sur y va a desembocar en el lago Rivadavia. Reconocemos el cerro Chato y sobre los otros se extienden las discusiones un largo rato. Al anochecer después de la comida nos reunimos en el fogón junto a Don Mellado que nos cuenta anécdotas de su vida. A su hijo Carlos no lo vimos en todo el día, seguramente atareado en reunir los caballos.

A la mañana siguiente me despierta Edgar muy azorado. Se ha levantado temprano y hablado con Carlos. Al parecer está listo para salir. Me levanto de mal humor pensando que podría habernos avisado el día anterior aunque sea a última hora. Pero como todo tiene sus tiempos en los pueblos del interior, mientras preparamos va pasando la mañana. El problema consiste en acomodar alrededor de 400 kgs. en cuatro pilcheros. Finalmente a primera hora de la tarde queda lista la carga. Nosotros por supuesto iremos a pie con alrededor de 15 kgs. en la mochila personal. Por fin Carlos sin pronunciar palabra, se pone en camino dando así “la voz de partida”. Él va montado encabezando la marcha y a su montura va atado un pilchero. Nosotros lo seguimos a pie llevando de la mano un pilchero atado a una corta soga. Somos seis de modo que siempre habrá dos que descansen de conducir al pilchero y así nos iremos turnando durante el trayecto.

Somos socios del Centro Andino Buenos Aires, (C.A.B.A.) fundado en 1950 y cuna de grandes escaladores argentinos. Nuestra expedición está respaldada oficialmente por el club, con el nombre de “Expedición a las nacientes del Río Tigre - Cholila - Chubut”

La componemos, como ya dije, un equipo de seis; en su totalidad escaladores con mayores o menores aptitudes. No hay ningún logístico o administrativo entre nosotros. Podemos quizás “lamentar” la falta de un médico para casos de accidente, bastante común en deportes de riesgo. Fundamentalmente conformamos un grupo de personas fuertemente ligadas por la amistad. Somos de los que creemos que (mientras no se acepte a alguien verdaderamente inútil) las cosas funcionan mejor así que con un equipo de “estrellas” que se lleven mal entre ellos: Rolando Bettinelli “Bambufoca” - Julio Aguirre “Negro” (1º de cuerda) - Mario Castelazzo “Tano” - Avedis (Avo) Naccachian “Turco” (1º de cuerda) - Edgar Köpcke “Inglés” (1º de cuerda y líder de las cordadas de ataque) - Y yo, Carlos Rey “Antiguo” (Jefe de la expedición).

Y como dije, el 8 de enero a las tres de la tarde nos ponemos ¡por fin! en marcha en busca de la gran aventura, nuestra primera expedición de exploración y escalamiento de las montañas de esa zona de la Patagonia (inexploradas en su mayoría, aún hoy en 2004). A medida que continuaron los vadeos -que fueron muchos- nos fuimos dando cuenta que lo mejor era cruzar con los botines puestos, y que, aunque se inundaran, nos protegían de las piedras del lecho del río y luego en la continuidad de la marcha se iban escurriendo y secando solos. Además continuamente soportábamos el ataque de los malditos tábanos, de modo que cuanto menos no detuviéramos era mejor. Entrada la noche todavía seguíamos en plena picada, faldeando un monte de Coihue y Ñire muy tupido.

En el fogón: Avo - Rey - Mariolino - Aguirre - Edgar. Cholila, el Bolsón, Chubut
En el fogón: Avo - Rey - Mariolino - Aguirre - Edgar

A todo esto ya habíamos terminado de recorrer el lago Cholila, de unos 15 kms. de largo aproximadamente y nos habíamos topado ahora con el río Tigre, que proviene directamente de las montañas que nosotros íbamos a explorar y desemboca entre mallines en el lago. El día siguiente amaneció esplendoroso y partimos contentos a recorrer lo que se suponía la última jornada de aproximación. De lo que recuerdo, este fue, además de la zona del lago Cholila, el recorrido más pintoresco en toda la marcha. El bosque era casi exclusivamente de árboles altos; había raleado el bosque bajo de Ñire y los vadeos fueron en general livianos. Hubo una parte que recuerdo en especial en la que el Tigre corría mansamente bordeando el monte arbolado y su lecho claramente visible era de pedregullo color óxido. Todo el entorno adquiría un aspecto tan particular que colmó mi corazón de dicha y paz.

Luego de un tramo en el que nos separamos mucho del río, apareció ante nosotros un lugar de aspecto completamente distinto a lo que veníamos recorriendo. Se trataba del “aluvión”, y allí había desaparecido la vegetación. Con ese nombre estaba bautizado, pues se trataba de un “corredor” de piedras de todos los tamaños que venía desde la montaña y, esparcido sobre el suelo, recorría un largo sector como si alguna vez hubiera explotado una parte del cerro y hubiera corrido locamente hacia abajo y luego horizontalmente cerca de trescientos metros. Faltaban todavía varias horas para llegar al “fondo”, como le llamábamos al final del recorrido: el pie de las montañas. Es decir, la culminación de la aproximación; el lugar en donde nos encontraríamos con la base de los cerros que queríamos escalar, con sus paredes emergiendo de los valles; lugar en donde ya no hay más picada, la vegetación desaparece casi por completo y se instala el reino de la roca y del hielo. Por supuesto por allí cerca también andaría la "naciente" del río Tigre. Es probable y casi seguro, el hecho de que el terremoto ocurrido en Chile hacía algunos años, modificó también en parte, este lado de la cordillera.

Luego de una frugal comida reemprendimos la marcha. Recorríamos ahora el aluvión y el río corría caprichosamente hacia el este; torcía a derecha e izquierda según se le presentaba la dificultad del terreno y a veces se bifurcaba para volver a unirse más adelante. Se nos presentaron todavía algunos vadeos. El agua era cada vez más fría debido a que estábamos más cerca de la montaña alta y el glaciar que le da origen. Cada vez que cruzábamos el Tigre y llegábamos a la otra orilla parecía que la sangre se había detenido en nuestras piernas. Por suerte en estos vadeos el agua nunca llegó más arriba de nuestras caderas, pues con la fuerza que llevaba nos hubiera arrastrado. Sin embargo en uno de estos cruces me pasó algo tragicómico: mientras todo el grupo iba cruzando por determinado lugar, a mí se me ocurrió utilizar, para ayudarme a avanzar, un gran tronco de árbol caído, que desde la otra orilla se extendía casi a flor de agua, llegando muy cerca de la orilla donde estábamos. Me fui agarrando de él mientras avanzaba caminando con el agua hasta los muslos, hasta que ya en la mitad del río, el agua me llegó a la cintura y comenzó a arrastrarme por debajo del tronco. Fueron unos segundos de angustia porque ya me veía mojado y helado de pies a cabeza. Mientras tanto los demás, ya en la otra orilla se reían y me sacaban fotos. Por fin y haciendo mucha fuerza pude volver hacia atrás y cruzar por donde lo habían hecho todos.

El Dos Picos había quedado bastante atrás, el aluvión había ido ensanchándose y sus piedras eran de mayor tamaño. Parecía una gran avenida en construcción. El cielo estaba bastante nublado y todo el entorno tenía un aspecto triste y lúgubre que contrastaba con el bosque con sol y calor de los días anteriores. Los glaciares superiores del D-6 pendían a nuestra izquierda muy por encima de nuestras cabezas. Una nueva caída de la carga de uno de los pilcheros, lo espantó y debimos detenernos por un rato. Mientras algunos ayudaban a Carlos con el caballo, otros nos dedicamos a observar con el binocular las cumbres que nos rodeaban. Nuestra aproximación había concluido. Por fin teníamos ante nosotros el “teatro de operaciones” con el cual habíamos soñado tantos meses en reuniones de trasnoche ciudadana y palpitado la aventura gastando fotografías de tanto mirarlas. Realmente el espectáculo era magnífico a pesar que las nubes escondían la mayoría de los picachos. Alcanzamos a distinguir unas torres de hielo sobre el glaciar superior del D-6, las que fueron motivo de discusión por determinar su altura. Pero hay que tener muchísima experiencia en la montaña para calcular la distancia y la altura de los objetos.

Pasamos los mallines y nos internamos en el bosque por la margen izquierda del río Tigre. Pocos metros más allá se hizo un claro y apareció delante de nosotros un lugar con evidentes signos de haber sido habitado. Un cajón con inscripciones de El Maitén, algunas botellas, un piso de cortezas de árbol que sin duda había tenido un techado de ramas y dos bancos largos hechos con troncos y cañas. Nos detuvimos a deliberar mientras esperábamos al baqueano que había quedado algo rezagado pues ahora había preferido llevar él solo los cuatro pilcheros. Eran las seis de la tarde. Apenas llegó, Carlos nos dijo que a partir de ese lugar él no conocía nada. Sólo su padre había llegado hasta las nacientes del río Tigre y recordamos que nos había dicho que el río “no salía de un borbollón”. Se nos hizo evidente que Carlos no quería ir más adelante, no obstante nuestra idea era la de acampar en las nacientes, pues pensábamos que allí estaba la clave de la ascensión al cerro Fortaleza y no queríamos armar campamento base muy lejos del “arranque” en nuestros intentos. Decidimos entonces continuar y convencimos a Carlos para que nos siguiera detrás. La picada se perdió completamente a poco de andar y dejando entonces los caballos a cargo de Carlos, proseguimos a pie. Es increíble pero indudable que un hombre sencillo como Carlos, o cualquier otro paisano, no quiere arriesgar más allá de lo conocido. Seguramente, si su padre se hubiera encontrado allí, Carlos lo hubiera seguido pues aquel conocía lo que seguía por delante. Hay en esto una cuota de responsabilidad por el grupo que guiaba a buen destino, pero también algo de temor. No hay que olvidar que se trata de gente de campo y no de montaña. Es digno de análisis, pues en esto se establece una clara diferencia con el espíritu de exploración que anida en todo montañista, aunque provenga de la ciudad como era en el caso nuestro. Un poco más adelante nos dimos por vencidos, al menos por ese día. Pensamos que las nacientes estaban lejos todavía y tal vez el cansancio influía y teníamos ganas de parar. De modo que dimos marcha atrás y regresamos al campamento abandonado. Allí armamos nuestras tres carpas y Carlos se organizó un parapeto con sus enseres para pasar la noche. Al día siguiente se marchaba y por lo tanto debíamos conversar con él esa misma noche. Después de la cena, Edgar y yo fuimos a verlo. Había terminado con su comida y estaba hechado junto al fuego. Un viento bastante fuerte se arremolinaba sacando chispas del fogón. Nos sentamos y comentamos algunas de las peripecias del viaje. Hasta el momento no se había mencionado el costo del transporte y los servicios de guía.

-Bueno, ¿cuánto nos sale? -preguntamos.

-Y, trecemil pesos... -dijo y se calló.

-Podemos dejarlo en docemil- agregó.

Betinelli en la Laguna Triste - Cerro Fortaleza, Chubut
Betinelli en la Lgna. Triste
Cerro Fortaleza

En un momento de debilidad y creyendo sinceramente que se lo había ganado, asentí con la cabeza y dije que estaba de acuerdo. El Inglés me miraba con duda y asombro a la vez. Pero ya estaba dicho.

Me levanté y fui a las carpas a buscar dosmil por cabeza. Luego volví al fogón de Carlos y le di docemil pesos diciéndole que habíamos decidido darle todo para no correr el riesgo de extraviar la plata. Lo miré y le dije que no fuera a dejarnos abandonados para regresar y que eso debería ser indefectiblemente el 25 de ese mismo mes de enero.

Nos habíamos fijado un tiempo de quince días para cumplir con nuestros objetivos ¿Alcanzarían? Todo dependía de nosotros y por supuesto, del clima. Queríamos volver a Bariloche “triunfantes” para reencontrarnos con los nuestros y si se daba, escalar en las agujas del cerro Catedral.

Muy bien -dijo Carlos Mellado- el 25 al mediodía estaré sin falta -estén listos, cargamos y salimos enseguida. Creo que fue la vez que más habló de corrido. Nos despedimos allí mismo porque sabíamos que al día siguiente, él saldría a primera hora y nosotros pensábamos dormir hasta que nos pidiera el cuerpo.

Efectivamente el día 10 de enero amaneció para mí bastante tarde. Rolando roncaba, tal su costumbre involuntaria pero no por ello menos molesta, y afuera se oían voces. Me asomé por la puerta de la carpa y vi a los demás ocupados con el desayuno-almuerzo junto al fuego. Me vestí y salí. Era un día fantástico. Algunos habían escuchado a Carlos cuando se marchaba con los caballos. Yo confieso que no. Nuestro próximo paso, entonces, era organizar el campamento base. Las carpas ya estaban armadas y dispuestas en triángulo con la entrada hacia el centro. Pusimos manos a la obra en la construcción de un tinglado con ramas y cañas, destinado a proteger la treintena de latas con comestibles. Lo terminamos cubriéndolo con un paño de nailon grueso para protección de la lluvia. Avo -ansioso por entrar en acción- anunció que se iba a recorrer el aluvión para ir reconociendo posibles accesos. Nos pareció mejor que fueran dos y Mario salió con él.

Mientras acondicionábamos el campamento no dejamos de hacer conjeturas sobre las posibles rutas. Sabíamos, por boca de nuestros amigos del Centro Andino, Hugo Bella y Pedro Khun, que el año anterior se habían internado por el aluvión, habían llegado a una lagunita de altura a la que llamaron Laguna Triste, e inclusive habían remontado su margen derecha hasta llegar al glaciar. También habían hecho observación de la cumbre del cerro C-5 al que bautizaron Cerro Fortaleza. Eso era todo y en realidad era bastante porque gracias a esas observaciones y sus fotos estábamos allí y ¡rodeados de cumbres vírgenes!

Suponíamos por otro lado que una vez llegados a las nacientes del río Tigre, también tendríamos el acceso al Fortaleza a mano y en realidad esta era nuestra cábala, pues además queríamos instalar el Campamento Base allí mismo. El segundo objetivo, que a mí en particular me había entusiasmado mucho a la hora de los sueños y proyectos, era el cerro D-6; punto culminante de la cadena montañosa de los “D”. Quizás acá convenga aclarar que al hacer los relevamientos geográficos y llevados estos a la confección de mapas, la parte correspondiente a la orografía, designa a los cerros con letras y números, hasta tanto alguien, por diversas circunstancias, los bautice de algún modo. Por ejemplo, en la zona en que realizábamos nuestra exploración y ascensión, los dos cordones principales figuraban en los mapas del Instituto Geográfico Militar con las letras “C” y “D”. El primero con cinco cumbres principales de entre 2.000 y 2.500 metros sobre el nivel del mar (2.500 m.s.n.m.). Desde C-1 hasta C-5, siendo el C-5 nuestro principal objetivo, el de mayor altura; bautizado por Bella y Khun en el verano del ´63 (y con toda razón por el formato de su parte superior) como Cerro Fortaleza.

Carlos Rey - Edgar Köpcke - Avo Naccachian - Julio Aguirre - Mariloino Castellazo - (agachado): Rolando Betinelli. Cholila, el Bolsón, Chubut
Carlos Rey - Edgar Köpcke - Avo Naccachian - Julio Aguirre
Mariloino Castellazo - (agachado): Rolando Betinelli

En el caso de los “D”, iban del D-1 al D-6. Y este era, (y sigue siendo), un cerro con forma de pirámide, cuya parte superior tiene cierta semejanza con el monte Cervino de los Alpes. Su cumbre, al igual que el Fortaleza, es de roca negra, lo cual indica un avanzado estado de descomposición; un granito que en su estado más “sano” tendría coloración rosada. Está rodeado de glaciares que caen a los valles desde grandes alturas. Sobre su ruta de ascensión no teníamos mayores ideas, aunque su cara norte ofrecía una rampa de nieve ascendente que nos hizo pensar en un posible acceso por allí.

Así las cosas, terminamos de acondicionar el Campamento Base y mientras tanto regresaron Avo y Mario de su incursión de reconocimiento. Nos contaron que habían remontado el Aluvión -que ya tenía su nombre ganado- y llegado a la laguna Triste; observando desde allí el siguiente panorama: Desde la desembocadura de la laguna y mirando hacia el oeste, tenían el Fortaleza enfrente y por supuesto más arriba. A su izquierda (hacia el sur)una pared impresionante conducía la vista a la cima del D-6. De las partes superiores del Fortaleza bajaba una cascada de glaciar sobre una pared vertical que caía sobre la laguna. Optaron entonces por subir remontando el acarreo que tenían a su derecha y que llevaba a las paredes aparentemente fáciles que conducían al glaciar. Llegados al comienzo de ellas decidieron volver, considerando suficiente el reconocimiento hecho. Su opinión era que en general ese no era el mejor acceso a las zonas superiores. Decidimos por lo tanto encarar el reconocimiento de las nacientes del río Tigre.

Al día siguiente nomás, salimos Cacho, Edgar, Avo y yo del Base a media mañana, llevando los machetes, pues sabíamos que más adelante la picada se terminaba y necesitaríamos de ellos para abrirnos paso en la tupida vegetación. Llegados a esa instancia buscamos la orilla del río y proseguimos sin mayores inconvenientes sobre la margen izquierda. El río iba describiendo una curva y orientándose francamente hacia el oeste, lo cual era lógico ya que todos o casi todos los ríos tienen su origen en las montañas, y bajan por los valles buscando inexorablemente el mar. Cuando llevábamos más o menos una hora y media de marcha vimos con emoción que el valle se angostaba y terminaba cerrándose en un circo glaciar bastante más chico que el de la laguna Triste y el Aluvión. Es casi imposible describir lo que se siente cuando uno toma conciencia que está presenciando algo tan natural y a la vez tan vedado para los que viven en las ciudades y nunca salen de ellas. No es una pavada presenciar como, todo un valle, que en muchos casos puede tener proporciones descomunales, termina, o mejor dicho empieza, entre dos montañas en un espacio que -muchas veces- no tiene más de 50 ó 100 metros de ancho. Una lengua de glaciar se separaba del resto del hielo y descendía un trecho formando cascada y dando origen al, allí pequeño, Río Tigre.

A nuestra derecha corría el cordón de cerros que venían desde el Dos Picos. Su dirección era E-O y los negros picachos que emergían de sus glaciares no eran otros que el C-1, C-2, C-3, C-4 y C-5 que describiendo un gran arco tomaban la dirección Sur, culminando en el Fortaleza. En aquel momento eso no lo sabíamos aún, pues desde abajo, en donde nos encontrábamos era imposible tener un panorama completo de las altas cumbres. Tres torres que vimos por encima de nosotros supusimos que eran estribaciones del Fortaleza o este mismo. En media hora más estuvimos al pie de la cascada. Grandes bloques de piedra formaban obstáculo para el agua que corría allí con gran ímpetu salpicando todo con una fina llovizna. El hielo sucio, propio de la época del verano, se mantenía todavía en algunos sitios formando grandes y frágiles puentes por sobre el río. Nos entretuvimos un rato contemplando todo aquello y cobraba mayor interés en nuestros corazones, el pensar que eran muy pocas las personas que habían gozado el espectáculo. Luego de sacar algunas fotos comenzamos a subir por las piedras y a poco llegamos a las paredes de granito pulimentado por la acción del hielo. Tenían poca inclinación, pero llegamos a un punto en que la adherencia de nuestros zapatos y nuestro equilibrio se vieron comprometidos. Superado este tramo llegamos a un gran planchón de nieve dura y detuvimos nuestra ascensión. A nuestro alrededor y bastante arriba era todo glaciar y cascadas de hielo. Este punto de observación resultó ser más adelante malo y engañoso, pues en aquel momento pensamos que el reconocimiento podía darse por concluido y que hasta el glaciar se podía llegar fácilmente y en poco tiempo. Más tarde comprobaríamos que no habíamos llegado ni a la mitad del recorrido que nos separaba del glaciar y que además se interponía entre nosotros y el glaciar superior una morrena bordeada de acarreos. Aquella noche fue de gran reunión en el Campo Base. Habiendo reconocido ya los dos puntos factibles de ascensión, y aunque Avo era el único que había estado en ambos, podíamos sacar una conclusión. La primitiva idea de instalar el C.B. en las nacientes del Tigre fue desechada puesto que el bosque - de muy cerrada vegetación- no ofrecía ningún claro apropiado, y “fabricarlo” a fuerza de machete no tenía razón de ser, debido al tiempo que nos hubiera llevado. El objeto de estar allí era escalar montañas y no acomodarse en el bosque al estilo de un picnic de fin de semana. Teniendo en cuenta por otro lado, que el acceso al glaciar parecía más factible en la zona de la laguna Triste, decidimos que el ataque a las cumbres se realizaría por allí. Una vez que alcanzáramos el filo decidiríamos qué hacer según las circunstancias.

A la izq: Co. General Paz - Al fondo (centro): Cerro Fortalez, Chubut
A la izq: Co. General Paz - Al fondo (centro): Co. Fortaleza

Al otro día nos levantamos a las cinco de la mañana. Era de noche aún. Mientras algunos encendieron el fuego y otros prepararon un desayuno digno de la larga jornada que nos esperaba, el resto se dedicó a seleccionar el material de escalada y los víveres de altura. Rápidamente tuvimos todo listo y partimos los seis con los primeros resplandores del día. Nuestro propósito no era el de llegar a la cumbre, sino el de volver en el día con un depósito de víveres hecho lo más cerca posible de ella; pero sin descartar -si todo se daba de forma rápida- la posibilidad de ascender a la cima. Llevábamos dos latas de altura que contenían cada una, comida para doce hombres por día; más una lata con galletitas de agua. Es decir que para nuestro grupo de seis, había comida para cuatro días. Además llevamos dos cargas de gas propano puro (incongelable a muchos grados bajo cero) de 1 Kg. cada una. El equipo personal era el corriente, pero con la cuestión de aliviar carga, no llevamos las bolsas de dormir; error que hubimos de lamentar como ya veremos.

Saliendo del bosque entramos al mallín que forma el arroyo Triste al llegar a la parte baja. Acá, el arroyo no tiene un cauce definido; se abre en varios cursos de agua inundando toda la zona por la que debíamos pasar. En realidad para nuestra desgracia, se trataba de una gran laguna de poca profundidad, una especie de pantano pero sin barro y con algo de vegetación. El agua muchas veces llegaba hasta nuestros muslos y en algún pozo traidor, casi a la cintura. Superado esto entramos en el Aluvión propiamente dicho. Grandes y medianos bloques de piedra mezclados con pedregullo formaban una especie de avenida y entre ambas márgenes la gama de rocas más completa que se pueda imaginar dificultaba el avance por ese extraño cauce. El arroyo Triste proveniente de su laguna, mantenía allí sí, un curso definido y al frente nuestro teníamos un “portón” –por así llamarlo- consistente en una abertura de no más de veinte metros de anchura entre las dos paredes laterales que pertenecían, una al D-6 y la otra a las estribaciones inferiores que conducían al filo del Fortaleza. En este estrechamiento se formaba el clásico “cono de deyección”. En hora y media llegamos a la desembocadura de la laguna Triste. El espectáculo que se ofreció a nuestra vista era francamente... triste. El color verde lechoso del agua -propio de los deshielos- y el lúgubre gris de los grandes paredones, formaba junto con el sordo ruido de las cascadas y la ausencia del sol a esa hora de la mañana, un ambiente nada alegre por cierto. Sólo al alzar la vista y ver los altos y refulgentes glaciares cambiaba el sentimiento que despertaba el lugar. Además del Fortaleza conté dos picachos, ambos de menor altura que aquel. Uno casi directamente arriba nuestro, el otro a mitad de recorrido entre ambos. Pero el Fortaleza -su cumbre propiamente dicho- sobresalía con mucho sobre todo lo que le rodeaba y el nombre lo tenía muy justificado. Visto desde allí presentaba una torre que constituía la cumbre principal, unida a otra cima ubicada al sur y algo menor, por medio de un filo con forma de dientes de serrucho. Es decir, tal como la sección de una fortaleza clásica: dos torres unidas por una pared almenada.

 
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