La carta robada, robada
- Por Martín Paiva -
aka el Polaco
"No hay una sola batalla que yo haya ganado
que no estuviera escrita en los libros."
Atribuido a Napoleón Bonaparte
-I-
Mi querido amigo y colega Linch desapareció tras la nube de polvo levantada por el escándalo; durante muchos años no supe nada de él hasta que mi primo D. L. viajó al sur. Sufrió un accidente, fue a dar al dispensario de El Bolsón y volvió a Buenos Aires con noticias.
En menos de una semana, adelanté mis vacaciones y estuve en el tren rumbo a Bariloche; luego de 24 horas de desacompasado traqueteo, me encontré en un ómnibus destartalado que en cuatro horas de camino de ripio terminó de destrozar mis infortunados riñones. Al borde de la diálisis, puede aterrizar en El Bolsón.
Caminé maltrecho y achacoso hasta el dispensario, y allí lo encontré sentado sobre un escalón, tal como lo recordaba: fumaba el mismo cigarro que tantas veces le había visto, llenaba el aire con su característico perfume de patchouli y miraba hacia el punto de fuga del cuadro del paisaje: él y su mirada, se perdían en algún punto lejano en el horizonte.
-Linch, soy yo, ¿no te acordás de mí? - me miró de pies a cabeza, esbozó una sonrisa, se puso de pie y, conmovido hasta las lágrimas, me abrazó: - No, no me acuerdo ¿usted quién es?
El Bolsón. Foto: G. Calligari
-II-
Una hora y una refrescada de cara después empezó a volver en sí; retomó su ser y su postura petulantes.
-Te esperaba, aunque no tan pronto, se ve que cada vez la medicina importa menos al gobierno, ¿querés que cierre el dispensario y tomemos unos buenos Chivas en la cabaña? Estamos en el fin del mundo, pero el contrabando me permite ciertos vicios de ciudad.
-¡Siempre el mismo, vos! ¿Cómo sabías que venía y qué es eso del gobierno?
-Sabés muy bien que podría darte una aburridísima explicación de mis deducciones pero era de esperar que luego de tu primo vinieras vos y, por la fecha, adelantaste las vacaciones: a nadie le importa si los pacientes se mueren o no.
-Un momento, ¿Cómo sabías que era mi primo?
-O te miento o te digo que no hay nada extraordinario en el descubrimiento: de la misma forma que él me reconoció, por el apellido.
Me sentía demasiado contento para ofenderme, así que lo abracé y me lo llevé por el camino.
-Vamos, mi viejo, ¡qué alegría volver a verte! - dije emocionado mientras lo tomaba del brazo, pero Linch sólo respondió a mi efusividad con una incómoda mueca: no había cambiado un ápice su timidez sentimental.
-III-
Poco a poco, el verglás de los años se fue rompiendo. Linch me contó acerca de su nueva vida como médico rural, pero no hizo ni una referencia a Buenos Aires ni a cómo había terminado en El Bolsón.
Como buen amigo, no inquirí sobre el tema, me bastó con verlo de nuevo y adivinar la alegría tras el rostro glaciar; pasadas cuatro horas de amena charla conseguí que expresara un sentimiento con palabras que se extraviaron en el personaje antes de salir de su boca: -Estoy exultante de verte, gracias por venir. Estoy un poco solo ¿sabés?
El resto de la tarde pasó entre la charla erudita que disfrutábamos desde el bachillerato y en épocas más felices: historia, filosofía, antropología, literatura, medicina y hasta un poco de derecho. Las horas volaron entre los tonos de la alegre francachela.
Dispensario. Foto: Ruben25, Wikipedia
-IV-
Linch me ofreció una opípara cena de jamón de jabalí ahumado con cerveza casera pero, en plena preparación, fue interrumpido por los bocinazos y las luces de un Torino colorado que estacionó frente a la Land Rover de mi amigo. El mal gusto del dueño se destilaba en llamaradas amarillas pintadas a los costados de la carrocería.
Un hombre bajo, al que diagnostiqué un grado de obesidad tres (una esfera casi perfecta), vestido con traje hecho a medida por un mal sastre y cadenas de oro en cuello y muñeca, bajó del lado del conductor y otro alto, flacucho, diagnóstico posible infante desnutrido, vestido con un uniforme de la policía provincial corto en el ruedo por casi diez centímetros (sin mencionar las medias rojas que combinaban al detalle) y con charreteras de cabo de un dorado nuevito, bajó del lado derecho.
Me sorprendió la absoluta falta de modales: sin golpear la puerta, sin limpiarse el barro de los zapatos y sin esperar a ser invitados abrieron la puerta y entraron en la casa de Linch; por la confianza que se tomaron, pensé que serían nuevos amigos de mi colega, pero en seguida recordé que no le había visto hacer un amigo desde el Colegio.
Linch los miró con frialdad y los saludó con un ademán que podría haber sido un saludo indio o la parodia de una venia militar, los huéspedes no parecieron advertir uno ni otra.
-¿Cómo está comisario? Lindo traje, arréglese la solapa que la tiene levantada y se notan las costuras. ¿Cómo lo trata el peso del poder en la Fuerza? ¿Sigue pensando que el ser policía es redondo? –dijo Linch.
Céspedes, así me enteré luego que se llamaba la esfera, lo miró con odio y apretando los dientes. Linch giró la cabeza hacia dónde estaba yo y con su dejito de sorna característico dijo: - Te presento a la máxima autoridad policial de la zona y a su leal escudero, el flamante cabo Barreiro.
Saludé con un leve movimiento de cabeza. Linch les ofreció bebidas; los oficiales aceptaron y, sin que nadie se los ofreciera, tomaron asiento. Me inquietó tanta grosería, pero entendí que debía contener mis impulsos.
Paisaje de montaña. Foto: V2P
-V-
-¿Es confiable este sujeto, Linch?- Preguntó Céspedes mientras me señalaba ordinariamente con el dedo; me dispuse a pararme y enfrentarme a ese orate mal educado, pero luego recordé que Linch debía vivir todos los días con personajes rusticanos como ese y que sólo lograría complicarle la existencia a mi amigo: pospuse el honor por la amistad.
-Tan confiable como yo, o sea, muy poco. Usted elige en quien confiar y en quien no, pero le aseguro que si alguien será indiscreto, ese seré yo y no mi ilustre colega, él es un caballero y yo… bueno, usted ya me conoce -frunció el ceño. Me indignó ver al gran Linch disminuido frente a ese débil ser que tenía ante a mí.
- Mire, Linch, usted es un creído, un sabelotodo comelibros, un..., un..., ¿cómo era Barrreiro?
El cabo sacó un bollo de papel arrugado del bolsillo, lo estiró y empezó a leer con profusión infantil: -Usted es un: engreído..., soberbio, fogoso, orgulloso, violento..., pedante, inoportuno, vano, erudito...
- Barreiro – le llamó la atención Céspedes.
- ...petulante, vano, exagerado, presuntuoso, pretencioso, elegante, lujoso..., elitista, gustoso, preferente, no común, partidario, predominante..., oligarca y... –
- ¡Barreiro!, cállese, haga el favor – Gritó Céspedes abochornado: ya no le parecía tan buena idea haber tomado notas de un diccionario estudiantil.
Para mi sorpresa, mi cofrade no reaccionó, sino que bajó la cabeza y se sonrojó: nunca lo había visto tan abatido por algo tan tonto. Estuve a punto de levantarme para golpear a los intrusos, pero mi amigo me detuvo: -Dejá, tienen razón, ellos siempre ganan – miró a la esfera con aire indiferente–. Le agradezco el cumplido, es usted muy amable.
Céspedes nos miró a todos con aire triunfal, pero sin entender la ironía, le bastaba con verse vencedor y demostrar poder, sobre todo esto último.
-¿Qué necesita comisario, en qué lo puede ayudar este pobre médico? – Dijo Linch con una modestia tan falsa como la asociación del concepto mismo con su apellido.
-Ve Barreiro, es como yo le digo siempre, para mandar hay que ser un hombre centrado, estar en el justo medio y ser humilde, todos los extremos son malos, como este perdedor engreído que tenemos acá -dijo Barreiro, como si se tratara del discurso de un desfile romano de victoria, aunque no pudiera, siquiera, indicar dónde queda Roma en el mapa.
-VI-
Céspedes le dio otro sorbo al Criadores que le había servido Linch, se acomodó en la butaca, aclaró la garganta y comenzó su exposición (pocas veces había visto yo tan pobre oratoria):
-Bueno el whisky importado, ¿eh? Seamos prácticos, no hay tiempo para jactarnos con dudas y yo no soy intelectual, soy un hombre de acción: hubo un hurto, sabemos quién es el ladrón, qué y cuándo robó, sabemos que el botín está escondido en la casa del ladrón porque el malviviente no lo tiene encima y el caco no se animaría a esconderlo en otro lado.
-Excelente, tienen un muy buen caso, buenas noches, ¿nos harían el honor de privilegiarnos con su ausencia? -dije al borde de la indignación.
La carta robada, robada. Foto: www.grantswhisky.com
- Mire, no sé quién se cree que es usted, pero si me interrumpe de nuevo lo mando a pasar una temporada a la alcaidía -nuevamente intenté levantarme, pero Linch me contuvo.
-Céspedes, me animo a aconsejarle que no le falte el respeto a mi amigo, es muy irascible y tiene más amigos en Buenos Aires que usted; y no creo que usted tenga ganas de terminar peinando pingüinos en Ushuaia; no es como yo, está en la plenitud de sus facultades y tiene detrás todo el poder de su familia. Por su propio bien, déjelo en paz y sigamos con este tema.
Me pidió calma con la mirada y no pude más que acceder al ruego de mi amigo y contener mi excitación.
-Le decía, sabemos todo menos una cosa: en qué parte de la casa está lo robado.
-¿Por qué no lo arrestan y lo obligan a hablar? ustedes son buenos en eso -dijo Linch.
-No podemos, aunque ganas no nos faltan, no lo podemos tocar.
-Permítanme la intromisión -dije- pero no hace falta tanto secreto cuando el asunto es de público y notorio, te cuento, Linch, porque sé que estás aislado de todas las noticias del mundo, que la víctima del robo fue un japonés, el Sr. Takahashi, coleccionista de arte, que trajo una exposición de incunables a Bariloche y, hace cinco días, algún asistente a la inauguración robó el manuscrito original de Edgard Alan Poe de...
-"La carta robada" –terminó Linch la frase.
- Exacto.
-¿Irónico, verdad? -dijo mi amigo- supongo que el ladrón no es otro que el inglés Morris, que lo robó en plena fiesta de inauguración, lo tiene escondido en su estancia de "Lago Escondido", al lado de los campos del hijo del polaco Glawski y denunció en los últimos días, al menos, dos atracos camineros. La codicia de ese hombre no tiene medida Ni necesidad, mala cosa.
-Sí -dijo Céspedes-. ¡Barreiro, le dije que no le contara a nadie si quería una parte de la recompensa!
El cabo tragó saliva nervioso.
-Tranquilo, Céspedes, hace más de dos meses que no lo veía al bueno de Barreiro y mi querido colega acaba de llegar de Buenos Aires: es muy fácil, no sabía nada de la muestra itinerante, pero cuando el caballero aquí me puso en autos saqué el resto por deducción.
Tomó aire e impostó la voz como solía hacer en sus clases de la facultad.
-Morris es el único en la zona con abolengo y poder suficientes como para ser invitado, por el gobernador mismo, a la inauguración de la muestra y estar lo suficientemente cerca del manuscrito como para robarlo frente a todo el mundo sin que nadie lo note; muchos ven, pocos observan. ¿Si hablamos de esconder, qué mejor lugar que su fortaleza de Lago Escondido? ahí dónde ningún policía llega, el gobernador le da impunidad absoluta y tiene su seguridad privada; además, como respondieron que sí al tanteo de los dos atracos camineros que inventé, estoy seguro de que ustedes organizaron dos robos en el camino, donde es vulnerable, y no le encontraron nada encima ¿verdad? Hasta es divertido: “La carta robada”, robada y escondida en “Lago Escondido”, ni que fuera a propósito, Céspedes. ¿De cuánto es la recompensa que ofrece el Sr. Takahashi?
Copia de manuscrito original
de E. Alan Poe
Foto: www.2bp.blogspot.com
-Eso a usted no le importa -dijo Céspedes-. Si nos ayuda puede que archive ciertas causas que tenemos en su contra.
-¿Qué causas?- dijo Linch azorado.
-Usted elija, es más creativo que nosotros.
-VII-
-Bien, tenemos “La carta robada”, robada y ustedes no pueden ir a Lago Escondido así que quieren que vaya yo, la encuentre, se las dé y ustedes cobran la recompensa: ¿es así, verdad?
-No exactamente -dijo Barreiro - después que asaltaron dos veces a Morris dijimos que los ladrones habían escapado a Lago Escondido, hicimos un operativo, previo pedir permiso a don Morris, claro está, y por más que buscamos en toda la estancia, no pudimos encontrar los papeles del Japonés.
-¿Takahashi hizo algo en defensa de sus intereses?
-Sí, fue, como quien va de visita, a lo de don Morris antes que nosotros y encontró sobre el escritorio una encuadernación lujosa que decía "'La carta robada', robada, por W. S. Morris", pero adentro sólo había unos papeles viejos manuscritos.
-Y el Gobernador no va a hacer nada contra Morris porque estamos en época de campaña ¿verdad?
-Y que lo diga – apostilló dijo Barreiro.
-¿Y para mí no hay nada salvo que si me niego me mandan al calabozo de nuevo? –concluyó Linch.
-Y que lo diga -bufó Céspedes
-¡Esto es extorsión, los voy a denunciar, es un ultraje! -grité sin poder contenerme, pero sólo recibí dos especies de muecas de sonrisa de los policías y una mirada de desaprobación de mi amigo.
-Está bien, vengan pasado mañana y tendré la solución a todos los problemas.
Céspedes y Barreiro se dieron por satisfechos y se fueron sin saludar, pero no sin clavarme una ojeriza.
-¿Qué vamos a hacer, Linch?
-Nada, ayudar a la justicia -dijo con cara de resignación-. Mañana no voy a poder estar con vos ¿no te enojás?
-VIII-
Para cuando me levanté a la mañana siguiente, Linch no estaba y la Land Rover tampoco. Me preparé un desayuno acorde al hambre de clima de montaña y elegí un libro de la biblioteca de mi amigo: no estaba de humor para policiales y sabía que tenía mucho tiempo, así que me puse a releer "La guerra y la paz". No puede dejar de notar que mi colega había glosado todo lo referente a Napoleón Bonaparte. Otra de sus manías.
El valle de el Bolsón. Foto: Javier Ventosa, www.panoramio.com
El día pasó lento: el tiempo estaba frío y el cielo plomizo. Luego de caída la noche volvió Linch, con una sonrisa
-¿Cómo estás para un lomo de ciervo a la pimienta?
Cenamos como reyes y bebimos un buen tinto varietal andino y coñac con habanos Montecristo N° 4 en la sobremesa. El clima de camaradería era inmejorable, así que no quise inquietar a mi anfitrión con el caso que lo convocaba.
Antes de irnos a dormir me agradeció la visita y me informó que al día siguiente debería salir de viaje pormucho tiempo, que me dispusiera a volver a Buenos Aires y que nunca más volviera a verlo. Al principio pensé que era otro de sus estados de ánimo químicamente inducidos, pero su cara me dijo que la cosa iba en serio: estaba dispuesto a permanecer olvidado y pagar el precio por ello. Trágico como sólo Linch podía serlo.
Esa noche dormí mal, no podía dejar de pensar en el destino que le esperaba a mi amigo y la forma estúpidamente determinista con que lo aceptaba. El día llegó con un sobresalto de bocinazos: los policías estaban allí.
-IX-
Céspedes pateó la puerta y entró hecho una furia: - Linch, tengo al gobernador llamando a mi oficina porque dice que maltraté a un ciudadano inglés, me llamó el cónsul, tengo encima un habeas corpus por un tal John Smith y ¡hasta el Banco de Londres me cerró la cuenta!-. Tomó aire y trató de tranquilizarse –pero lo más curioso es que todos los diarios dicen que voy a donar una fortuna al dispensario de El Bolsón. ¡Me quieren hacer un homaje! -golpeó la mesa con furia-. Barreiro, deténgalo, espóselo y lo quiero incomunicado hasta que se me ocurran buenos cargos. ¡Usted! –me señaló con el dedo.
-¿Quién, yo? – me burlé.
-¡Sí! ¡Usted! No se haga el distraído y mejor se calla y se vuelve a Buenos Aires.
Linch me miró con una cara que vacilaba entre la sorna y la resignación.
-No te preocupes, voy a estar bien -dijo en un suspiro.
-Espere que le explique, Céspedes -Linch se dirigió al comisario.
-No entiendo nada, Linch, ¿qué es lo que hizo? ¿Por qué se hizo meter preso, hombre? -Terció Barreiro.
-Tomen asiento, no me voy a escapar y mi amigo le da su palabra de que no va a hacer nada tampoco, charlemos un rato, si después de lo que tengo que decir todavía me quieren entre rejas, soy su hombre.
-X-
Linch comenzó a dar cátedra:
-Cuando ustedes vinieron y contaron los hechos, y mi amigo me puso al tanto de las noticias del mundo más allá de El Bolsón, enseguida supe cuál era la respuesta al enigma, demasiado simple: el Inglés sabía que ustedes son casi analfabetos.
-No insulte, Linch, porque me lo llevo pero ya mismo –dijo Céspedes.
-Digamos que no son "léidos y éscritos".
-Ah, eso, bueno, nuestro conocimiento viene de la experiencia y eso es lo único que importa ¿Verdad, Barreiro?
-Sí, el comisario tiene treinta años en la fuerza.
Linch me lanzó una mirada cómplice: si las circunstancias no hubieran sido tan graves nos habríamos desternillado de risa.
Copia de manuscrito original de Edgar Alan Poe. Foto:www.despuesdeg.com
-Como decía -siguió mi amigo carreteando en su discurso-, súbitamente vino la respuesta a mi mente: el Inglés es muy astuto e instruido y, con seguridad, había leído "La carta robada"; también sé que considera estúpida a la policía local, o si no, no se explica cómo hace para extorsionar a todos los pobladores para obligarlos a vender su tierra por poco y nada; y no ha tenido ni una sola causa judicial. Con este cuadro, era muy grande la tentación de la ironía y Morris no la pudo resistir. Escondió los manuscritos robados en su escritorio, junto a sus cartas personales, a la vista de todos y en una encuadernación que si se lee de corrido es una confesión del delito.
-No entiendo –acotó Barreiro.
-Fácil, es una cuestión de puntuación, en esa encuadernación dice “'La carta robada', robada por W. S. Morris".
-O sea que la tuvimos todo el tiempo frente a la nariz -dijo Barreiro mientras apuraba otro trago de Criadores y se rascaba la cabeza.
-Cállese, no interrumpa con sandeces -había despegado el gran Linch y ya nada lo podía parar-, como yo ya había leído la respuesta al enigma diez años antes de que se robara la carta, tenía toda la seguridad de que estaría donde estaba; sólo quedaba una cosa: comprobar mi teoría con los hechos, ir a buscar las pruebas y traerlas. Ayer me vestí con un traje Tweed que conservo de mejores tiempos y me fui directamente a Lago Escondido, me hice anunciar como John Smith, inmigrante inglés en desgracia y acosado por la policía local, estúpida y xenófoba. Morris no podía dejar de asistir a un compatriota en apuros. El nacionalismo es la reserva moral de os canallas.
-¿Y cómo hizo para hablar en inglés si usted es argentino? –Preguntó Barreiro sincero.
-Cállese, caramba, deje de interrumpir -esta vez fui yo quien, atrapado por el relato de mi amigo, silenció al molesto policía.
-A ver ustedes dos, en el fondo, les molesta si doy clase mientras hablan - silencio-. Le dije que Céspedes me acosaba, me extorsionaba y que robaba mi ganado; me ofreció un trago y, en la complicidad de los expatriados y los buenos bebedores, pude acercarme lo suficiente a su escritorio. Vi la encuadernación de la que les venía hablando ya que estaba ahí para quien quisiera mirar y esperé el momento preciso para cambiar el manuscrito falso de Takahashi por unos papeles que llevé conmigo.
-¿Pero cómo? ¿Qué tiene que ver Takahashi? ¿Qué manuscritos falsos?
-¡Ay! ¡Tengo que explicar todo!, los alumnos de antes venían mejor estudiados a clase: Takahashi encontró el manuscrito que había robado Morris adentro de la encuadernación lujosa que les mencionamos cuando fue donde Morris, pero siempre supe que no halló papel viejo sino lo robado –el manuscrito original de Alan Poe-, descaradamente lo robó de nuevo y, sin poder resistir la tentación, dejó otro manuscrito.
-Las cosas que hay que oír hoy en día – tercié con desaire.
La carta robada, robada
Foto: churuymarianenelbolson.blogspot.com |
-¡Cállese! –Gritó Linch–. Así no se puede dar clase–. Continuó: - agradecí mucho a Morris su apoyo, me retiré y uno de sus esbirros me llevó en auto hasta el pueblo. El Inglés va a tener un problema serio cuando trate de vender el "Linch incunable" que no es más que una copia manuscrita por mí de “El muerto” de Borges, pero necesitábamos las pruebas contra el Sr. Takahashi; quien, les cuento, no pudo resistir la tentación de aparecer más inteligente que Morris y escribir una cartaconfesional de puño y letra que fue lo que dejó adentro de la encuadernación; digamos que tenía pensado que para cuando el Inglés la encontrara él estaría en Osaka, que es donde está ahora. Es cuestión de leer, mis teknónes catecúmenos, todo está ahí en los libros, esperando a ser descubierto.
Por un segundo me pareció verle una sonrisita, pero no, era Linch, él no sonreía. Nos miramos con Barreiro y Céspedes, azorados por la simplicidad y perfección del plan.
-Luego, vine hasta el correo y despaché un telegrama para el Sr. Takahashi con Céspedes como remitente, pidiéndole discreción y que mandara a buscar su confesión manuscrita por la comisaría de Bariloche y dejara unos yenes en compensación dentro de... –miró su reloj- digamos, tres horas; les conviene apurarse. Luego escribí otra carta a la Sociedad de Fomento de El Bolsón en nombre del comisario con la promesa de donar el premio del japonés. Céspedes, ¡usted es un héroe y tiene un corazón de oro!
-Momento -interrumpió Barreiro-. ¡Esto es muy confuso!
-Claro como el agua -dijo Linch- el Sr. Takahashi era lo suficientemente inteligente e instruido como para descubrir el ardid de Morris, entonces, robó al ladrón y recuperó lo suyo pero, como todo era una secreto podía cobrar seguro del robo original y quedarse, además, con el incunable –es un coleccionista-; una forma fácil de duplicar los valores. Mala cosa la ambición.
-¿Qué seguro? –farfulló Céspedes.
-Todas las muestras itinerantes están aseguradas; pero nadie podía esperar que el sagaz comisario Céspedes tuviera las pruebas en contra de Takahashi y las fuera a cambiar por la recompensa, simulando haber encontrado el original y devolverlo a su dueño; al pobre oriental le salió mal la charada y perderá el dinero del seguro. Y los yenes de la recompensa que tuvo que ofrecer para cubrir las apariencias.
-Pero yo me pierdo toda la plata ¿para qué quiero yo un homaje?- refunfuñó Céspedes.
-Y usted, Linch, no cobró la recompensa, ni extorsionó al japonés- dijo estupefacto Barreiro.
-Eso no importa, el dinero no tiene ningún significado para mí, tengo todo lo que necesito–. Confusión en el auditorio por las palabras de mi amigo.
-¿Por qué lo dejaste tan mal parado a Morris, si te quiso ayudar? –Pregunté.
-Porque es un crápula y me molesta que esté tratando de comprar todas las tierras vírgenes y use el bosque para sus negocios. En unos cuantos años será el amo y señor de toda la Comarca Andina, yo sólo lo molesté un poquito. Digamos que soy un mosquito indignado.
-¿Y por qué no denunciaste al Sr. Takahashi? –dije.
-Porque si no mi amigo Céspedes se quedaba sin la recompensa y porque soy médico, no policía, no tengo ninguna obligación de hacer el trabajo de ellos.
-Y, además, porque si no usted era carne de jaula -intervino Barreiro.
-Digamos que mi libertad física era un beneficio adicional para considerarlo a la ligera.
-¡Mi plata, Linch, quiero mi recompensa!
-Comisario, le di algo mucho mejor, le di el ascenso en la fuerza y la fama de héroe en todos los diarios; sabía que usted es tan humilde que no se iba a animar a hacer lo que su corazón le pedía que hiciera.
-Acá tiene las pruebas contra Takahashi –dijo Linch mientras tiraba una carpeta marrón sobre la mesa– acá tiene la llave de su futuro como héroe policial y su recompensa, usted se las ganó.
-Bien dice que yo me los gané, usted no me dio nada, si yo asciendo es porque tengo treinta años de combate contra el crimen y ahora tengo un homaje y no una valija de billetes.
Ni Linch ni yo estábamos de ánimo para aclararle que se dice "homenaje".
-Pero es un héroe: “Céspedes el héroe de la gente”, ya imagino los titulares de los diarios, es mejor que "Céspedes busca plata robada y sólo encuentra césped", como mal recordará.
Lago Escondido. Foto: www.fondos10.net
-¿Héroe? ¡Héroe! me gusta como suena; ve Barreiro lo que logramos los que tenemos constancia y no somos teóricos –y se quedó repitiendo ensimismado–. Héroe, me gusta.
-Sí, claro, jefe, yo debería aprender más de usted y no prestarle atención a este medicucho porque siempre me quedo afuera de los premios y nadie me llama héroe, ni me hacen un homaje.
-Ya la va a llegar su hora, usted es muy joven todavía ¿diez años en la fuerza, verdad? Héroe, me gusta.
Linch me guiñó un ojo.
-Sabe, Linch, por ahora, no me lo llevo, ¿vamos Barreiro?
-Sí comisario ¿Qué hacemos con estos?
Se hizo un silencio incómodo.
-Mmm, Linch, mejor por ahora me lo llevo a Bariloche, me es más útil allá. Barreiro, las esposas, no tenemos todo el día, no quiero llegar tarde a mi cita con la gente del japonés.
- XI-
Y así, tras un ronco sonido de motor, se alejó mi amigo Linch. Él fue a dar a la cárcel para permanecer felizmente olvidado y yo volví a Buenos Aires y seguí con mi vida.
Sospecho que, aunque él quiera alejarse de todo y de todos, no se lo permitirán y seguiremos escuchando más historias acerca de un soberbio médico que hace de las suyas por el sur.
El Bolsón.
Foto: www.excursionesbariloche.com