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- CUENTOS Y LEYENDAS -



Enigma para un genio y un estúpido
(con la ayuda de un imbécil)

- Por Martín Paiva -
aka el Polaco

“En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos (...) El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de manera vertiginosa, alimentándolo con los demás. (...) El cretino ni siquiera habla, babea y es espástico. (...) Ser imbécil es un comportamiento social. (...) no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro. (...) El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. El estúpido incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas. (...)”
ECO, U., El péndulo de Foucault, Buenos Aires, Argentina, Bompiani-Lumen-de la Flor, 1989, 5ta edición 1997. pág. 60, Il pendolo de Foucault, traducción por R. Pochtar, revisada por H. Lozano.

-I-

En marzo comienza la temporada de lluvias en la precordillera de Los Andes. Los hechos transcurrieron hace más de cuarenta años, en lo profundo del bosque patagónico, a treinta kilómetros de El Bolsón. En esos parajes, para fines del verano, el barro hace casi impracticables las picadas. Debajo del Glaciar Hielo Azul, gracias a una donación de tierras y al trabajo del club de andinistas, una tapera, posta de arrieros, ascendió a la categoría de “refugio de vivaque”: paredes y techo de troncos, cocina económica, pilas de leña, una mesa, cuatro cuchetas y dos bancos más que rústicos, toscos, componían la antípoda de la fourniture de una maison urbana. La panorámica desde el glaciar permitía ver un erial de tocones y un huertito con cebollas, zanahorias, repollos y rabanitos.

Glaciar y cumbre del cerro hielo azul, el Bolsón. Foto: Blogs del Clarin
Glaciar y cumbre del cerro hielo azul, el Bolsón. Foto: Blogs del Clarin

-II-

A ciento cincuenta kilómetros de aquel lugar, trazados a vuelo de pájaro, en plena ciudad, se cometió el robo al Banco de la Nación Argentina, sucursal Bariloche, ubicado en la calle Pioneros: por esos días, el único banco de la zona. Tres hombres armados con escopetas del dieciséis y revólveres Colt cuarenta y cuatro, caño largo, modelo 1900, quebraron la monotonía otoñal de grises sin blancos, única época del año en que no hay turistas. Hubo dos muertos, el guardia de seguridad, caído al herir a un asaltante, y el gerente, de mala memoria para las claves. Los ladrones escaparon en un Rastrojero rumbo al sur. Los atracadores estaban muy lejos para cuando la noticia le llegó al comisario Céspedes, máxima autoridad policial de la zona quien se encontraba en la parte más acalorada de una siesta, de esas de techo de chapa y lluvia.

La operación produjo algo más de trescientos mil pesos, motivo suficiente para que todos los diarios de la zona lo sacaran en tapa hasta cansar a los lectores.

Más tarde el Rastrojero apareció en un cañaveral cohihue de la ribera del Azul, como a sesenta kilómetros, en El Bolsón; el pueblo está asentado en la margen este del río y en la otra comienza el bosque cerrado, tierra de baquianos y pobladores. En otoño, a no ser por alguna vaca perdida, chanchos cimarrones o pumas, la foresta está desierta. Para llegar al lugar de los principales hechos de este relato son necesarias ocho horas de caminata.

Desde El Bolsón sólo salían rutas para Bariloche o Lago Puelo, por entonces un caserío. Seguros de encontrar su presa, Céspedes y sus hombres metieron las narices hasta en el último rincón del pueblo: entraron en todas las casas de los vecinos nuevos y en las comunidades hippies, pero no molestaron a los buenos vecinos, los “N.Y.C.” (nacidos y criados). No encontraron ni rastro de los ladrones, pero cosecharon algunos detenidos, incluso el médico del dispensario. El titular de un matutino tomó para la chacota al funcionario: “Céspedes busca plata robada y sólo encuentra césped”; el robo se esfumaba con la niebla otoñal.

Las fuerzas del orden se retiraron a Bariloche y dejaron en paz El Bolsón: Céspedes masticaba rabia; en esa semana hubo más arrestos de vagos y turistas que en todo el año anterior.

Refugio en el Bolsón, Bariloche. Foto: Blogs del Clarin. Cuentos y Leyendas de Montaña
Refugio en el Bolsón, Bariloche. Foto: Blogs del Clarin

-III-

Segura de haber escrutado en cada rincón del pueblo donde los atracadores debían estar escondidos, la policía interrumpió la investigación, mientras meditaba cómo justificarse. Viedma ordenó cerrar el caso, que ya sonaba en Buenos Aires: de más está decir que los calificativos del gobernador para con Céspedes no fueron elogiosos. Sin embargo, éste pensó: “al menos, alguien se acordó de que existo, esto les hará ver que la seguridad y los bienes de los buenos ciudadanos no se cuidan solos.”

Un buen día y cuando ya no le importaba a nadie, la comisaría de Bariloche recibió un llamado que no provenía del gobernador; sino de El Bolsón. Un baqueanito decía haber visto un muerto en la tapera del Hielo Azul: se refería al “refugio”. Céspedes no quería volver a los titulares, le estaban tirando sal en la herida a penas cicatrizada: no podía pedir una partida y tampoco dejar a cargo a otro agente, no fuera cuestión de que encontrara algo y se llevara el crédito o, peor aún, que hablara de más. Demasiado contacto con periodistas y políticos le impedía correr esos riesgos.

Decidió actuar personalmente y de incógnito; sólo llevaría a su agente más calificado, Barreiro, gran cebador de mate, y al Ford Falcon. La versión oficial era que iba a reconocer un muerto común y silvestre, para lo cual necesitaba un médico, profesión que, por esas épocas, no abundaba en la zona. A sugerencia de Barreiro decidió llevar al del dispensario de El Bolsón, todavía preso e incomunicado.

-IV-

El galeno aceptó gustoso la amigable participación y hasta prometió portarse bien: todo era mejor que seguir en esa cárcel piojosa. Se trataba del doctor Linch, primo segundo del legendario “Che”. Leyó bien: dije Linch y no Lynch; unos atribuyen el cambio de letra a un descuido del registro civil, pero la gente que es mala y comenta diría que fue a propósito, para eludir la carga política del parentesco.

Con treinta y cinco años de edad, había logrado ser reconocido en Buenos Aires y felizmente olvidado en el sur. De familia patricia, egresado del Nacional Buenos Aires, medalla de oro en la Universidad, ilustre en la práctica forense, tenía dos libros escritos y había sido joven director de la Morgue Judicial. Su carrera había sido vertiginosa, en subida y en bajada, víctima de una mal entendida automedicación. Un lunes tribunalicio amaneció el profesional en cuestión, desnudo, trepado a una cariátide de la fachada del Palacio de Justicia y proclamándose el nuevo Mesías. La familia logró salvar sus huesos de la cárcel y su matrícula pero, para evitar la vergüenza, lo mandaron al exilio que, por esas épocas, significaba sólo una sola cosa: El Bolsón y un cheque mensual en la estafeta de correo.

Céspedes, con ignorancia supina de los antecedentes del médico, lo mantenía preso. Para él no era más que otro “rarito”; puesto el personaje en escena, huelga explicar los motivos del arresto y el por qué Linch no podía contar con su familia nuevamente.

Ford Falcon. Cuentos y Leyendas de Montañas
Ford Falcon

-V-

En medio de la noche y en silencio, el Ford Falcon salió con tres pasajeros: el brazo de la ley, el escudero y el médico. Al amanecer estaban en El Bolsón y tenían hambre; desayunaron y preguntaron por el baqueanito que había dado la alarma, de apelativo Laguna, según pudieron saber.

Lo encontraron en la casa de una parienta y, en un ratito y con unas tortas fritas convidadas por la dueña de casa, se pusieron al tanto de los dichos del testigo: había llegado hasta el valle del Hielo Azul tras las huellas de un chancho cimarrón, le dio caza, lo subió a su caballo y, como empezaba a oscurecer y estaba todo embarrado, buscó reparo en la tapera cuyo humo se podía ver desde todo el valle. Lo primero que encontró, atravesado en la puerta, fue un cuerpo. El susto le alcanzó para dejar la presa tirada y salir al galope hacia el pueblo. Era todo lo que decía saber.

Céspedes le pidió que los guiara hasta el refugio; se negó. El oficial utilizó su reconocido don de persuasión y, para las once de la mañana, salían cuatro caballos rumbeados hacia el refugio. Algún curioso comentó de la procesión que se podía distinguir el mal trote porteño de uno y el ojo morado de otro. Demorado en sumarse sólo diez minutos, un chubasco se hizo de la partida: el barro hacía difícil el avance de los cascos y volaba en todas direcciones. El doctor Linch hizo un pacto con su zaino, flacucho y montañero, éste guiaría y trataría de que ninguno terminara sus días en un barranco, el otro no haría movimiento alguno e intentaría no estorbar demasiado; La piedad impide contar otros percances que tuvo que sufrir el médico en su aventura montaraz.

Para las cinco de la tarde, desteñido y hambriento, el grupo divisó el techo del rancho. El chubasco los abandonó con la satisfacción del deber cumplido, se abrieron las nubes por el lado del glaciar y un sol tibio dibujó un arco iris que parecía terminar cerca de la tapera.

-VI-

Céspedes echó una mirada rápida al lugar: un cuerpo en la entrada (un disparo de escopeta en el marco), con una perdigonada bajo la axila y con un treinta y dos lechucero en su funda; la huerta en la parte trasera. Bajó del caballo y se acercó al refugio por el sur, donde los había dejado la picada. A través de una ventana, vio otro cuerpo sobre la leña apilada contra la pared: disparo de revólver por la espalda; pisadas de barro negro cruzadas por otras marrones terminaban en él. Otros dos cadáveres en las cuchetas de la esquina; disparos de revólver de nuevo, con un rastro de sangre desde la puerta hasta ellos, la funda del colchón con una quemadura del tamaño de una tapa de olla.

Sonrió. Había encontrado el hueso perdido; esta vez no podía perder. Sacó tabaco y una seda y armó un cigarro desgarbilado, lo prendió y dio sus órdenes a la partida: Laguna a prender la cocina económica, Barreiro a buscar yerba y preparar unos mates, Linch quietito y sin romper la paciencia; él haría un reconocimiento de los alrededores. Satisfecho, desapareció en el bosque.

Los otros se apearon también. Ni Barreiro ni Laguna estaban muy ansiosos por entrar, lo que llevó a Linch a tomar la iniciativa; se acercaron a la puerta a paso lento sobre el suelo rocoso y lavado por la lluvia. El médico puso una rodilla en tierra y reconoció el cuerpo: herida de escopeta a menos de diez metros. Parados a una distancia prudente Barreiro se santiguó y Laguna dijo que era el viejo Glawski, dueño de las tierras circundantes. La curiosidad venció la superstición de Barreiro y lo obligó a preguntar, como quién interroga al viento, quién sería la bestia capaz de esas atrocidades.

Linch alzó la cabeza y la sacudió para salir de su autismo. El caso apareció ante él, los cálculos bailaban en sus ojos, todo era sencillo y con una explicación obvia. Se puso de pie y comenzó a hablar, a caminar por los alrededores de la puerta y a mover el dedo como si estuviera en su cátedra de medicina forense. Los años de destierro se le iban cayendo.

Camino luego de la lluvia en Patagonia. Cuentos y Leyendas de Montaña
Camino luego de la lluvia en Patagonia

-VII-

- Los tres ladrones del banco de Bariloche huyeron en dirección al Bolsón. Llegaron a las cercanías del pueblo en el Rastrojero: al ver que el Azul estaba demasiado crecido porque todavía no había empezado el invierno y la lluvia habría sido copiosa en marzo, abandonaron la camioneta; de mis pocos años aquí, sé que en otoño llueve mucho y no se forma nieve o hielo en los cerros, lo que trae aparejado, como consecuencia lógica, que el nivel de los ríos suba. Concluimos pues que no eran de la zona, ya que no lo sabían. Vadearon a pie el Azul y caminaron hasta el refugio. Uno de ellos, al menos, tenía que conocer la picada: probablemente la habría visitado como turista en verano.

-Ja... porteños tenían que ser - dijo Laguna y soltó una risita.

-No diga, Laguna - respondió Barreiro - ¡Qué inteligente lo suyo! ¿Por qué, mejor, no nos hace el favor y se calla?

Linch tomó una bocanada de aire y continuó: - Obviamente, Glawski no era del grupo. El balazo que hizo carne desde el corazón hasta la axila izquierda y el segundo disparo contra el marco de la puerta demuestran que no venía con el grupo sino que estaba en el lugar repostando, tal vez de un arreo: habría que ver si hay vacas sueltas cerca. Cuando vio venir a los tres desconocidos les salió al encuentro, con gesto gaucho los saludó alzando la zurda; las dos detonaciones lo deben haber sorprendido, una sola impactó mortalmente, otra fue a parar en el marco de la puerta. Debe haber confundido a los ladrones con cazadores de temporada tardía, lo que se explica porque el treinta y dos lechucero de Glawski sigue en la funda: las escopetas deben haber contribuido a la fatal confusión.

- ¿Usted qué opina Laguna? ¿No se hubiera confundido de la misma forma?

El Baquiano tragó saliva, no le gustaba la idea de terminar sus días tirado en el piso y con un escopetazo. - Linch no le dio tiempo a responder.

- El primer homicidio está resuelto, pero todavía nos quedan otros tres.

Saltó el cuerpo de Glawski, les hizo señas a los otros para que entraran y prosiguió su discurso; sus alumnos lo siguieron.

- Si entramos al refugio, cuidado con la mano, Laguna, no sea cosa que pise al difunto y se ofenda, veremos un reguero de sangre que lleva hasta la cucheta inferior, en el preciso lugar donde ese pobre infeliz está acostado con otro encima. Cuidado con las pisadas embarradas del piso, las queremos conservar. Ahora volveremos sobre estas dos pistas.

Barreiro y Laguna cruzaron miradas cómplices, esas que dicen "obvio" y significan "¿de qué habla este hombre?". Con mucha cautela los tres entraron en al refugio.

Hacia el Bolson, detrás el cerro Piltiquitron, Río Negro. Cuentos y Leyendas de Montaña
Hacia el Bolson, detrás el cerro Piltiquitron

Linch continuó con su disertación interrumpida: - Antes, tenemos al que está boca abajo sobre la leña con un disparo de cuarenta y cuatro debajo del omóplato izquierdo. Imaginemos la situación: acabamos de robar trescientos mil pesos, tenemos un herido de gravedad y matamos a un hombre que estaba en el lugar equivocado a la hora errónea; el herido se acuesta, tenemos frío y hambre: vamos a prender un fuego.

Barreiro interrumpió:

-Igual que nosotros y si no hago el mate Céspedes me mata.

Linch lo miró con los ojos desorbitados y con un meneo de cabeza que lo despeinó, y un grito agudo. Le replicó que si iba a interrumpir de nuevo y no le interesaba el curso podía retirarse a la cafetería así no molestaba a sus compañeros que sí querían aprender. Los otros lo miraron sin entender.

- El jefe da las órdenes- continuó- pero, de repente se ve con una bolsa llena de billetes en la mano, con un cómplice ofreciendo la espalda y otro moribundo. La tentación debe haber sido muy grande: sacó el revolver y abrió fuego sobre el cómplice que se le entregaba en bandeja de plata. Jefe sería bueno, pero como tirador un desastre. Veamos. El vidrio del ventanuco está roto por un objeto que le fue lanzado desde el interior; una piedra o una bala, con tantos muertos en el repertorio me inclino por la primera opción. Dos disparos a cinco metros y un solo acierto. Si alguien quiere podemos buscar el plomo en los árboles.-

-Con todo respeto – dijo Laguna –, no jorobe, Linch. Bastante feo es estar entre los muertos como para buscar un plomo en el bosque.

- Tiene razón, lo buscaremos luego. Ahora tenemos sólo dos personas vivas en el cuarto: el jefe y el moribundo. No debemos olvidar las pulsiones; cerca de la muerte el instinto vital se vuelve más fuerte…

-¿Lo qué, Linch? – Dijo Barreiro como si lo hubieran insultado - ¿de qué me habla?

- O deja de interrumpir o lo saco yo mismo del aula: ¿estamos? - tomó aire - Imaginémonos postrados en el camastro y con un hombre, armado de valor por la codicia y la sangre recién derramada, que se nos viene encima con un revólver en la mano. El herido preparó el revólver, podemos ver en la cama el agujero que hizo el fogonazo. Para completar el cuadro imaginemos en qué pensaban los dos hombres enfrentados. Uno ha errado dos disparos a diez y cinco metros, no quiere fallar por tercera vez; el otro desfallece, tal vez con la visión nublada, sabe que tiene un sólo disparo.

- Bueno, hombre, no lo tome a mal...- dijo Barreiro; ni una célula de Linch prestó atención al comentario.

-Ambos se acercan, se enfrentan a una distancia ridículamente corta y abren fuego. ¿Quién ganó el duelo? Aunque no es relevante, veamos más de cerca el catre. Observen las sábanas quemadas: el herido disparó y el fogonazo inició el pequeño incendio; en el que está encima de él se puede descubrir cómo la bala traspasó el abdomen. Nuestro moribundo amigo liquidó al jefe. Ahora, demos una mirada más profunda. Sí, sí, hay otro agujero en las sábanas, la tercera pifia del día.

-Ja... Porteño tenía que ser –dijo Laguna burlándose como había visto hacer a muchos en el pueblo: Linch ni siquiera le dedicó una mirada.

- Nuestro sobreviviente se encuentra herido y desangrándose, no hay nadie en muchos kilómetros que lo pueda ayudar. Su única oportunidad de sobrevivir y llevarse el dinero es quedarse quieto y esperar que pare la hemorragia. Se debe de haber dormido, no tuvo suerte y nunca se despertó. Veamos los ojos: sí, cerrados como supusimos.

Barreiro y Laguna se santiguaron.

- Barreiro, hágase unos mates que estoy congelado, y para algo vino después de todo.

-VIII-

- No se olvide, Linch, de que yo soy la ley acá y usted está invitado y no manda a nadie y que si sigue con ese copete vuelve derechito a la cárcel, ¿estamos?

Barreiro pedía tiempo fuera. La cosa iba muy rápido para él. Laguna no entendía nada pero pensó que pasar por callado iba a ser lo mejor. El policía tenía que decir algo, lo estaban tomando para la chacota:

-Linch, todo muy bonito, pero ¿cómo explica el barro en el piso? Y, lo más importante, ¿adónde está la plata?

-Esperaba a Céspedes pero, si me lo pide, no me puedo negar. Le voy a decir que el amigo Laguna enterró la plata en la huerta, detrás del refugio.

El médico volvió a tomar aire y a dictar cátedra:

- No nos alarmemos: el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón y queda en usted, Barreiro, dividirse la plata con Laguna o delatarlo al comisario; usted elige quedar ignoto, alcahuete y pobre o cristiano avivado como Cruz en el Martín Fierro y, encima, rico. A mi la plata no me interesa; además sé que nunca compartirían el botín conmigo. Pero no interrumpa más, hombre - dijo a un tirante del techo, ya que Barreiro no había abierto la boca; al igual que Laguna, estaba parado y tieso para no tocar nada y, en parte, para evitar un posible acceso de locura de Linch.

- Sabemos –continuó éste- que Laguna sí vio el cuerpo en la puerta como contó, pero lo reconoció, al igual que hoy. Cómo no iba a conocer a su patrón “el polaco” Glawski, si hasta yo lo conocí y a la distancia, por la melena rubia. No importa, el hecho es que el muchacho lo vio tirado en el piso, no sabía si estaba muerto pero, como mucho no le agradaba, lo dejó ahí: no fuera cosa de hacerle un favor al patrón. Entró en la tapera y vio el resto de la escena: tres muertos y una bolsa que rebosa billetes; miró a un lado y al otro ¡buen día para el gaucho! Buscó la bolsa, la sacó de la casa y la enterró en la huerta, donde la tierra es más blanda, cuando dejaran de hacer alharaca vendría a buscarla. Habría que buscar huellas digitales o algún rastro en la bolsa para tener una prueba científica contra Laguna, pero si aplicamos el tertium non datur o decimos que no había más gente en kilómetros a la redonda y durante meses, sólo nos queda laguna, o la leyenda de Los Cueros, naturalmente, sólo que no hay lago cerca.

Silencio.

- Se equivoca, Linch, ¿cómo puede haber embarrado el piso del refugio si primero estuvo adentro y después fue a la huerta como usted dice?-

Linch volvió a la cátedra, nada le molestaba más que una pregunta imbécil de sus alumnos.

- Si observamos el color del barro de la huerta colegimos que es negro, la tierra es humus puro, enriquecido por los detritos que se generan en la cocina del refugio. El barro del interior de la casa es marrón, como el del pantano o mashín que acabamos de cruzar cuando vinimos para acá y dónde Laguna cazó al famoso chancho cimarrón. No se olviden, mis amigos, de que todo el refugio está rodeado de un piso de piedra: nosotros no dejamos marcas porque cruzamos el fango a caballo, pero Laguna cazó a pie y el barro del mashín quedó impreso en el piso. -

-Eso es verdad- Terció Laguna, pero de inmediato supo que había hablado de más -digo, lo del chancho, lo cacé yo solito-

- Barreiro, cébese unos mates y no me haga medir las botas de Laguna que hace mucho frío. Con algo caliente en el estómago buscaremos la bolsa enterrada-

Laguna amagó ir hacia Linch y Luego hacia la puerta, pero Barreiro lo paró en seco: - no sea bobo hombre, ¿a dónde quiere ir? ¿Por qué mejor no se sienta y esperamos un rato tranquilitos? Yo no tengo nada en contra suyo y el que sabe acá es el jefe: eso, buen paisano, quédese sentadito.

El agente empezó a hacer el fuego mientras miraba con asombro al baqueanito: no podía creer que ese cretino lo podría hacer rico o cabo.

- IX -

Entró Céspedes, las botas llenas de barro negro hicieron un camino al lado del marrón ya seco. Miró a Laguna, se le acercó y le dio un bofetón. Las hojas de la cebolla que estaba mascando ni se le movieron en la boca.

- Mire si será sonso, Laguna, para qué se anda metiendo en cosas que no entiende.-

Sin universidad, sin secundario siquiera, con un título de primario muy dudoso, ahora Céspedes era el que dictaba cátedra, como si hubiera nacido para eso:

- El sonso de Laguna, de casualidad, se encontró con la bolsa del robo, como muchas luces no tiene y es vago, la enterró en la huerta de atrás del refugio. Pero, como tenemos dicho, se olvidó clavado al lado del pozo tapado el cuchillo de monte con cachas de cuerno de ciervo con sus iniciales que usó para hacer el agujero; para nosotros los de ojo entrenado todo esto no fue más que un paseo, caminamos un poco en las cercanías y nos resultó obvio que si los ladrones iban a enterrar los billetes lo harían en la huerta.

Masticó su cebolla en tono triunfal. Dio nuevas órdenes: Linch a tomar notas para las actas de defunción, Barreiro, a hacer mate de una buena vez, Laguna quietito y a la vista.

Luego de la burocracia que entraña el encuentro de cuatro cadáveres, Céspedes obligó a Laguna y Linch a enterrarlos más allá de la huerta. Sus tumbas permanecen allí todavía para el que las sepa buscar.

Comieron fideos húmedos que encontraron en una lata y se fueron a dormir. Barreiro tenía que quedarse en vela cuidando a Laguna; según Céspedes, Linch no servía ni para eso.

Al alba salieron para el pueblo, esta vez, Laguna iba cabizbajo, todo resignación. Otra vez la lluvia los siguió todo el camino. Al llegar al Bolsón, salió el sol.

- X -

Céspedes despidió a Linch no sin antes recomendarle silencio, que se cuidara y anduviera derechito; y le recordó que los accidentes eran comunes en la montaña, y que lo seguiría de cerca.

Por única respuesta, el médico le recomendó el último modelo de Torino, con dirección hidráulica y tapizados de símil piel de tigre.

El comisario, el agente, el preso y el botín subieron al Ford Falcon. Tomaron por la ruta de tierra y desaparecieron en la polvareda.

- Dígame, comisario, con todo respeto, ¿Cómo hizo para saber qué pasó?-

- ¡Qué sé yo, Barreiro! me dio hambre, saqué una cebolla y justo abajo, casi a nivel del suelo, estaba la bolsa; no me vas a decir que ese doctorcito te hizo el cuento del detective ¿no?-

- No, jefe, para nada, preguntaba nomás, ¿Una pena que sólo se encontraran cien mil pesos, no?-

- Una pena, si se encontraba todo, te hacía sargento-


Abril de 2006

 
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