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- CUENTOS Y LEYENDAS -



El Italiano Errante
- Por Martín Paiva -
aka el Polaco

La construcción del refugio es tosca, pero funcional: roca sin cortar ni pulir y madera tableada con hacha en caótica composición, fea por donde se la mire. El clima del lugar es un espanto: desde abril a noviembre todo está cubierto de hielo, y aún en pleno verano hay manchones de nieve aquí y allá; sólo algunas lengas achaparradas se acumulan en el pico de la escupidera de roca que forman el valle glaciar y su arroyo de desagote. Pero lo principal es el viento: omnipresente y furioso, siempre empuja a la sensación térmica cerca del cero. En enero y febrero el refugio es un hormiguero, en marzo y diciembre lo visitan sólo algunos extranjeros; en noviembre y abril queda desierto. Salvo que el viajero ocasional esté muy cansado, no tendrá dulces sueños: siempre se están oyendo golpeteos de madera, chapa, hielo y piedra. Así, con todo eso, es un lugar en el mundo, con su propia fábula y todo.

El Italiano errante. Foto: Vanesa Laura Pacini. Cuentos y leyendas de montaña
El Italiano Errante. Foto: Vanesa Laura Pacini

Esta historia no pertenece, técnicamente, al género de ficción: compila dos testimonios provenientes de personas concretas y proviene de diferentes fuentes concordantes; pero tampoco puede ser considerada real ya que no puedo confirmar los dichos de los protagonistas, salvo con los hechos de la investigación policial. En algunas de las líneas que siguen están la verdad que conocí por mi amigo Fernando, la aportada por un tal Linch, médico local que no intervino sino sobre los hechos consumados y la que proporcionó la víctima, conocida como La Poli.

El primero de los tres ronda hoy los 50 años, acumuló todos los títulos que se pueden obtener en la Facultad de Ciencias Económicas; es padre de familia y, en la definición del siglo XX, una “persona confiable”. Además, tenía más de 20 años de experiencia en montaña cuando se introdujo en la historia, involuntariamente, como no podía ser de otra forma. Los que conocemos alguito de alpinismo sabemos que los accidentes se producen por inexperiencia, estupidez o exceso de confianza y todos tuvimos al menos uno de cada tipo; en otoño de ese año, Fernando pecó por lo tercero.

Se le dio por hacer, en solitario, en nevado y en abril, la travesía de Laguna Negra a Frey por el Cordón de los Inocentes: una formación natural preciosamente peligrosa, un filo de un metro de ancho y cuatro kilómetros de largo y con dos soberbios precipicios de cada lado. Después, la vía se pone mejor aún: tiene seis canaletas que lucen iguales a la bajada y sólo la quinta conduce a la picada: el resto habían significado el fin de la carrera de seis escaladores. Como esos seis infelices, Fernando erró la elección. Cayó por un pedrero a 80º de inclinación y por más de 30 metros; resbaló y comenzó a desplomarse de espaldas mientras la mochila se iba deshaciendo contra las piedras –siempre es mejor que la carne si se hace de frente- y sólo en el último metro pudo clavar la piqueta salvadora: “como si hubiera otra fuerza actuando además de mi brazo”. Herido, sin abrigo para vivaquear ni comida, y más cerca del inicio que del destino, decidió volver a Laguna Negra. Ya en el más amable bosque del Arroyo Navidad, lo alcanzó sin linterna la puesta del sol. Ante sí tenía la subida al refugio: la picada normal –el caracol-, una hora y media, o “El Italiano”, no apta para turistas, pero de sólo media hora. Optó por la segunda. Por tenue, la luna engañosa lo extravió.

Alpen Zeitung 1924. Cuentos y leyendas de montaña
Alpen Zeitung 1924

Con hambre, frío y al límite de sus fuerzas, se recostó contra una lenga: ahí vio que un hombre caminaba delante de él, en el borde de su campo visual. Cobró coraje y lo siguió, pero el sujeto se mantenía siempre a la misma distancia; cuanto más se esforzaba Fernando por llamarlo y pedirle ayuda, más se alejaba y desvanecía la silueta. En la vida hay naufragios en los que uno se aferra a cualquier tabla, por misteriosa que sea; Fernando siguió al hombre de negro por más de una hora sin despegarle el ojo por miedo a que lo dejara solo. Pero al ver las luces del refugio, torció la mirada un segundo hacia el brillo y perdió al guía; en ese justo momento, un grito de mujer quebró el ulular del viento. Fernando corrió a los trompicones hacia el refugio, lastimándose las pocas partes sanas que le quedaban en el cuerpo.

Nunca supe el nombre de pila de mi primera fuente, así que puedo llamarla por el que se la conoce, manteniendo un relativo nivel de discreción: La Poli. La Poli fue refugiera en Laguna Negra durante muchos años y llegué a conocerla lo suficiente como para dar fe de su integridad mental.

Vio salir al que después supimos era Fernando muy temprano esa mañana; cerca del anochecer llegó un alemán que, al parecer, no hablaba castellano ni inglés, por lo que no hubo forma de establecer comunicación entre la huésped y el forastero. La Poli lo describió como alto, rubio, de ojos claros y extraviados; “algo en él exhalaba maldad”. Sola, con un hombre al que temía y que la doblaba en peso y triplicaba en fuerza, empezó a inquietarse.

Cocinó, se acostó y trabó la puerta de la habitación de los refugieros con un grueso alerce. No podía dormir: los ruidos llegaban de todos lados. La noche era tormentosa, pero había algo más: en los respiros de los soplos del viento se sentían pasos nerviosos arriba, en el dormi.

El Italiano Errante. Foto: Vanesa Laura Pacini. Cuentos y leyendas de montaña
El Italiano Errante. Foto: Vanesa Laura Pacini

La Poli oyó el ruido de los cacharros al golpearse entre sí y salió de su bolsa de dormir; en corpiño y bombacha, se arrinconó en la esquina opuesta a la puerta y comenzó a temblar, ya fuera por el frío o por el miedo. Los pasos se oían ya en la planta baja. Ahora era seguro que temblaba de pánico. Tragaba, frenética, toneladas de aire, y la condensación de sus exhalaciones formaba nubecitas que volvían al instante a su boca. Ollas, sartenes y jarros emitían el ruido sordo de la caída violenta; se rompió un vidrio. La Poli contuvo la respiración.

La puerta de la habitación empezó a sacudirse, lento primero y frenéticamente después. La tranca no resistiría mucho más. El viento sopló con furia y todos los vidrios estallaron. El ataque a la puerta cesó, pero los pasos inspeccionaron todo su lado del refugio, luego se detuvieron como por la leñera, hubo una risotada y una corrida hacia la puerta trancada. El ruido de madera quebrada reveló a la Poli el filo del hacha.

De pronto, la furia del viento irrumpió en el refugio revoleando cachivaches en todas direcciones. Se oyeron un insulto en alemán y ruidos de pelea. Silencio, tensísimo silencio en dos minutos de quietud y el hacha atacó de nuevo. La Poli gritó, gritó y gritó, con patética desesperación.

El hacha se detuvo, incrustada nuevamente en la madera: ruidos de pelea y un ¡Arghhhhhhhh! grave y sentido.

Nuevamente, se hizo el silencio y otra voz masculina, preguntó en tranquilizador criollo:
-¿Hay alguien? Salga, ya neutralicé la amenaza de este loco.
Porque resulta que Fernando habla así.

Cuenta Fernando que oyó el grito y, conmovido, corrió hacia el refugio. Sólo al tratar de abrir la puerta recordó la piqueta salvadora, olvidada en su mano, y blandió el estorbo como arma. Cuando Fernando entró, el alemán intentó sacar el hacha de la puerta para hacer lo propio pero no pudo.
Una especie de sombra inhumana cubría la herramienta.

Hacha o no, el alemán era de temer lo mismo: atacó a Fernando a puño limpio y se le adelantó con un cross a la mandíbula que puso al defensor de cara al piso. De nuevo la sombra y el alemán también cayó al piso.
Ambos se levantaron, Fernando blandió la piqueta y atacó: el otro quiso esquivarlo pero otra vez la sombra se lo impidió. El arma de mi amigo se clavó en la tudesca clavícula.
El alemán herido salió corriendo hacia el Cerro Negro y la espesura.

Fernando y La Poli se encontraron al fin: no voy a contar cómo siguió la historia entre ellos, baste decir que fue feliz, mientras duró. Con el tiempo, y como suele suceder habitualmente, la vida continuó: Fernando dejó la montaña, pero recuperó la piqueta y la tiene en exposición entre sus diplomas; La Poli emigró a España y nada más se supo de ella por acá; Linch sigue por esos lares, pero esa, es otra historia que no viene hoy al caso.

Supe por Linch que con el deshielo apareció en el Cordón de los Inocentes, en el fondo del acantilado, el cuerpo de un tal Hans Ülrich, con la piqueta de Fernando clavada en la clavícula. Me contó que la muerte fue causada por la caída al precipicio luego de que la cuerda con la que estaba rapelando se cortara. Me dijo también que no había explicación lógica para el hecho de que el corte fuese limpio y simultáneo en los dos extremos de la cuerda cruzada al gendarme; como de navaja, lo describió. La roca de la cual se descolgó Ülrich, y adonde fue encontrado el otro extremo de la soga, era completamente roma.

Alpen Zeitung 1924. Cuentos y leyendas de montaña
Alpen Zeitung 1924

Bajo el cerro y al lado de la laguna, conocidos como Negros, habita una sombra. Pertenece a M. S., el que fundó el refugio “Italia”. Se dijo que había sido uno de los tristemente célebres “Camisas Negras”, que se exilió en la Argentina y que, de ahí en más, vivió aislado en sus montañas: sería difícil precisar si se conservó fascista: todos afirman lo contrario, pero creo que no llegó a arrepentirse. Pienso que prefirió la negación, el aislamiento y la generosidad para perdurar.

De él se cuentan desde relatos de hazañas como montañista hasta historias de apariciones cuando muerto: se lo conoce como el Italiano Errante y muchos afirman haber visto su sombra o recibido su ayuda.

 
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