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- CUENTOS Y LEYENDAS -



El singular misterio de la aparición de los cueros
- por Martín Paiva -
aka el Polaco

Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez

Tzun Tzu dijo: “Ofrece cebos a tu
enemigo para atraerlo, finge
desorden y golpéalo.”

En julio del dos mil cinco, se encontraron en el Archivo Histórico Nacional cuarenta y siete cartas escritas por un tal Fulgencio Cafulcurá y dirigidas al presidente de los argentinos. La mayoría de ellas no poseen valor histórico y se limitan a simples quejas sobre el maltrato a los aborígenes; se sospecha que el motivo por el cual no fueron leídas hasta su descubrimiento tardío se debe a que están escritas en mapuche y nadie en el gobierno central hablaba esa lengua, o se preocupó hacerlas por traducir, como aquí se hace.

El texto que sigue revela los detalles de una operación ilegal, que implicó a personajes públicos que luego fueron poderosos empresarios y políticos que ocuparon cargos de primera línea; todo fue desbaratado por el accionar de un misterioso personaje identificado sólo como “Linch”, del cual sólo se sabe lo que está expuesto en la carta.

Aborigenes de la patagonia argentina. El singular misterio de la aparición de los cueros. Cuentos y Leyendas de Montaña.
Aborigenes de la patagonia argentina

- I -

Sr. Presidente de los argentinos:

No espere que le diga “estimado” o “excelentísimo” porque no lo quiero nada y si usase el segundo adjetivo lo acompañaría de un sustantivo que no resultará apropiado; su constante negativa a responder mi correspondencia ofende a su investidura y a mi pueblo: espero una satisfacción personal, si usted es suficientemente hombre, cosa que pongo en duda.

Sepa que hoy no le escribo para denunciar otro atropello al honor de los míos sino para que haga justicia de blancos, entre blancos y para blancos. Juro por la tumba de mi padre que cada palabra que escribo es cierta: ésta es la historia, juzgue usted, que para algo es jefe de los blancos, además de para torturar a los Mapuches.

Como ya le dije hace tres cartas que se mantienen incontestadas - reitero que es usted un maleducado – el gringo Morris forzó a una de mis familias a vender por poco y nada sus tierras; nos organizamos e hicimos Justicia: le incendiamos el aserradero y matamos a tres de sus esbirros. Nos cayeron luego la Gendarmería y la policía local, perdimos seis hombres y yo fui preso; allí fue donde encontré a Linch: hombre honorable, a pesar de tener cara y apellido gringos y de ser muy nervioso. Estaba tembloroso por su largo encierro.

Nuestra residencia común por esos días era la comisaría de Bariloche, pero ninguno de los demás presos sabíamos por qué Linch estaba preso, creo que ni él lo sabía. Los nuestros lo conocían y respetaban como curandero de los blancos: él consultaba a nuestros brujos y nuestros brujos a él y así no se moría nadie que no se tuviera que morir; hasta aprendió nuestra lengua. Fue la única persona con la que hablé durante mi cautiverio.

Desconozco cual es su suerte pero pido Justicia para él.

- II -

Era verano, en la comisaría no pasaba nada y vivíamos una de esas quietudes pegajosas; Linch, el cabo Barreiro y yo jugábamos al tute mientras tratábamos de estirar cada chupada de mate como para acortar la tarde; hacía más de un mes que no veíamos a Céspedes. El parte diario era, hacía varías páginas, una constante repetición de “sin novedades” con la firma del comisario mal falsificada pie.

- ¿Cómo vamos, don Fulgencio? –
- No sea imbécil, Barreiro: sabe que el hombre no habla castellano ¿cuántas veces se lo tengo que decir? Además, ¿no sabe contar más que con los dedos? ¿no tiene ojos para ver el papel? -
- Bueno, bueno… ¡Bueno! No se arrebate, Linch, y no se olvide de su lugar…¡Bah! No se lo tome a mal, ¡hombre! ¡tómese un amargo a ver si se le pasa! -
- Para serle sincero, debo coincidir por una vez con Céspedes: si no hiciera tan buenos mates habría que matarlo por pazguato -

Aborigenes de la patagonia argentina. El singular misterio de la aparición de los cueros. Cuentos y Leyendas de Montaña.
Aborigenes de la patagonia argentina

Miré mis cartas como apartándome de la discusión mientras Linch apuraba el sorbito: me divertía mucho entender lo que hablaban y que Barreiro no lo supiera, digo esto porque era evidente, que Linch los sabía, pero no preguntó, de puro educado nomás.

El médico acomodó a su vez las cartas, las puso sobre la mesa abriéndolas en abanico: - Gano de nuevo, usted pierde, Barreiro –y dirigiéndome la palabra en mapuche – anote, Cafulcurá, este es tan jetón que no se cansa de perder, no es culpa nuestra que sea tan marmota.- Intercambiamos miradas cómplices y no pude contener una risita que traté de tapar inútilmente con la mano.

- ¿Se puede saber de qué se ríe este indio roñoso? -
- De nada, Barreiro… le toca repartir a usted –
- ¡Yo no juego más! – me arrebató la libretita y se le fueron los ojos del espanto - ¿Mil pesos? ¡mil pesos! Ustedes me hacen trampa: de eso se ríen, ¡yo no pago nada! ¿escuchó? ¡ni un peso! –
- Me lo imaginaba, ya le dije que el dinero no tiene importancia para mí, sólo juego para matar el tiempo y nuestro amigo… - hizo un aparte hacia mí en mapuche – dice que le gustan los muchachitos bien jóvenes y tiernitos así que no le pagará con sexo… -

De nuevo me reí como loco hasta que Barreiro se puso azul.

- Dígale que para bichos blancos y feos prefiero las ovejas. –
- Dice que no tiene problema en saldar la deuda si usted se pone una vincha y una pluma en la cabeza y hace “how, how” mientras se tapa la boca con la palma; me parece justo: yo acepto bajo las mismas condiciones –
- A la pelotita, mil pesos…les debo mil pesos, eso quiere decir que hay muchos sueldos de cabo ahí…-

Barreiro salió de la pieza morado de rabia y volvió con el atuendo puesto, hizo una torpe reverencia y habló con las palabras escritas en el gesto: “¿está bien así?”.

- Perfecto, ¡perfecto! –
- ¡No me falte al respeto Linch! -
- Jamás, cabo, jamás: ahora la representación –
- How, how, how, ho…la comisario; yo le puedo explicar todo… -

- III -

A Céspedes le llevó un buen rato salir de su estupefacción.

- Barreiro, hágame acordar que lo muela a patadas y que tiene una semana de arresto por pavote; pero ahora no tengo tiempo: Linch, quiero hablar con usted –
- Como Su Alteza guste mandar, comisario, acá lo que me sobra es tiempo –
- Ve que va mejorando Linch, ya se refiere a mí con el debido respeto; bueno, la cosa es así: a Morris le desaparecieron más de cien cabezas de ganado cerca de Lago Escondido y está furioso. Si no tuviera a este indiecito acá diría que son ellos como siempre, pero no hay explicación: cada noche, cuando arrían los animales en el corral que linda con el lago, desaparecen algunas vacas. Si desaparece una está furioso, dos hecho un demonio, tres y lo tengo en casa a los gritos y amenazas –
- Me temo que esta vez no podré ayudarlo, comisario, estoy preso y si Morris reconoce mi cara soy hombre muerto y… - tragó saliva como si tuviera faringitis – no tengo… digo, no estoy en el pleno de mis facultades –

Aborigenes de la patagonia argentina, Chu Tehuelches. El singular misterio de la aparición de los cueros. Cuentos y Leyendas de Montaña.
Aborigenes de la patagonia argentina, Chu Tehuelches

Céspedes miró la salita meditativo, como si la respuesta estuviera debajo de alguno de los floreros grasientos y vacíos.

- Barreiro, ¿me puede hacer un favor muy importante? –
- Sí comisario, ¡lo que usted mande! –
- ¡Sáquese eso de la cabeza antes de que se la corte! –

El pobre cabo había olvidado que todavía tenía puesto el disfraz de “piel roja”, y de un manotazo se lo sacó y lo tiró a la chimenea; a pesar de que el calor era agobiante se lamentó de que la lumbre no estuviera prendida e hiciera desaparecer, de una buena vez, la prueba de su ignominia.

- Veamos –dijo Céspedes – el primer problema lo soluciono ahora mismo, para algo lo tengo acá, y para el tercero yo vendo y consigo el hueso que un perro como usted necesita; en lo que hace al segundo, me importa un bledo si lo matan, pero vamos a actuar en secreto: ya tuve más publicidad de la que querré en toda mi vida en el último tiempo.

Por un momento me pareció que el hielo de la cara de Linch se derretía, pero no, ese hombre jamás había reído en su vida.

- Bueno, si usted arregla el tercer problemita podemos salir de inmediato a inspeccionar la zona, Cafulcurá nos puede servir de baqueano.-

- IV -

La singular partida que formábamos necesitó dos horas para ponerse en tránsito: los cuatro subimos al Torino colorado de Céspedes, que recorrió la distancia a El Bolsón, más que como un rayo, como un trueno: el escape libre era ensordecedor: una tortura timpánica. En toda mi vida sentí la Comarca Andina tan silenciosa como cuando apagó el maldito motor, pero cierto es que cuando bajamos estábamos casi sordos.

Nos hicimos de caballos donde la viuda de Glawski, en Machín Ahogado, y al caer el sol estábamos en la picada de arreo que lleva a Lago Escondido. Doña Luisa de Glawski nos proveyó de los mejores sánguches de milanesa que existen en el mundo: para mí y para Linch gratis, para los otros, el doble: hasta el prepotente Céspedes respetaba a doña Luisa y temía su cólera como para aceptar sin chistar.

Llegamos a Lago Escondido con una hora de retraso: la fama de Linch como jinete era bien conocida y explicaba y hacía previsible la demora.

Alcanzamos la orilla y empezamos a seguir las sendas de las vacas hasta el corral lindero con el lago; al ratito estábamos en medio de la vacada, dormida con la tranquilidad y estupidez con que sólo pueden hacerlo los bovinos.

Nos apeamos y los otros empezaron a recorrer la zona, mientras yo me senté en un tronco caído a armar un cigarro; Linch parecía inquieto y temblaba más que en la cárcel.

- Céspedes, se acuerda del tercer problema, bueno, será mejor que lo solucione pronto o no podré serles de utilidad. – Una gota de sudor se resbaló desde su frente hasta la mejilla y de ahí se cruzó con la sangre que le manó de la nariz.

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Aborigenes de la patagonia argentina

- V -

Una hora más tarde, Linch volvió de entre los arbustos y terminó su largo “permiso para orinar”; era otro hombre: la lividez lo había dejado y estaba rosado como la mosqueta; nosotros esperamos mientras apurábamos una botella de ginebra para combatir el frío que nos calaba los huesos.

Linch, en mangas de camisa, y hasta diría que acalorado, nos miró sobre el hombro y dijo al viento, pero con la intención de que lo escucháramos: -Ah… ¡cuánto mal le hace el alcohol al hombre! ¡cuánta degradación! ¡cuánta neurona perdida! –

Cualquier respuesta hubiera implicado una discusión y decidimos dejar hablar al hombre.

- Pongamos manos a la obra que mi tiempo vale y sólo tenemos dos horas de clase – nunca había escuchado hablar así a Linch, - ¿siempre pasan el sereno en este corral de tres bardas las vacas? -
- Así es – escupió en el suelo Céspedes – y salvo que sepan nadar en el agua helada o volar no hay forma de que se escapen: mire el tamaño de esos candados -
- ¿Vieron alguna huella de tigre? -
- No, ninguna.

Linch levantó la cabeza un segundo y la volvió a bajar – es verdad, no hay huellas y… ¿seguro que dejaron peones acá durante la noche? –

- Eso dice Morris; pero, según ellos, nunca vieron nada y sólo cuando cuentan a la mañana se nota que faltan; estas no son unas cimarronas cualquiera: Morris quiere introducir una nueva raza más resistente al frío y cada una de esas patitas vale más de quinientos pesos -
- De seguro SENASA y el gobernador están al tanto -
- No sea ingenuo, Linch, cuándo vio que el SENASA viera una vaca si no le muerde la nariz al secretario; y el gobernador, bueno, digamos que tiene interés en el tema –
- Veo, veo ¿Los peones son de confianza? –
- Lo más leal a Morris que va a encontrar en toda la Patagonia, no tienen muchas luces pero son medio parientes del Inglés, primos pobres o algo así: no hablan ni una palabra de castellano- Céspedes se rió con desprecio – me extraña que no se haya dado cuenta de que la única forma de salir del valle es por donde entramos nosotros o por el camino de autos que pasa por la puerta del casco de la estancia –

Licnh lo miró con más desprecio aún.

- Me había dado cuenta, de eso y de muchas más cosas que usted no notó ¿vio las marcas en la arena? esas que se parecen a las dejadas por el arrastre de una bolsa de papas grande. -
- Ah, es verdad, se me habían pasado…- terció Barreiro, y agregó:
- No hay barcos en este lago y es como una gran olla ¿las vacas escalaron las paredes laterales o se las robó el hijo de Glawski que vino volando? No, por el lago no salió nada y no me diga que no, Linch –
- No le digo que no –

Céspedes y Barreiro se acercaron a la arena y constataron con las manos lo que se veía a lo lejos. Por mi parte, y ya que no tenía el más mínimo interés en los resultados de la pesquisa, prendí otro cigarro y me dediqué a paladear el silencio con el mal recuerdo de la máquina infernal de Céspedes todavía repiqueteando en mi cabeza; ese día entendí cómo mis ancestros se aterrorizaron ante el primer disparo de un arma de fuego.

- No necesito observar más: el robo está resuelto – gritó Linch mientras hacía una morisqueta que imitaba mal a una sonrisa; exhalaba petulancia. -
- No nos tome el pelo, ¡hombre! ¿qué es lo que tiene resuelto? – tartamudeó Barreiro.
- Lo dicho: ya sé quién se roba las vacas de Morris, por qué y cómo lo hace: me extraña que siendo NYCs no sepan la respuesta
- A ver, señorito inglés, con perdón de Morris, ¿qué es lo que estos experimentados policías no entendemos y que un medicucho porteño y soberbio descubrió con sólo echar una mirada? -
- Creo que el amigo Cafulcurá puede explicar mejor que yo qué son “los Cueros” – me hizo un gesto y me dijo en mapuche - ¿Tiene ganas de reírse un rato de estos? – le dije que con todo gusto y que le seguiría.
- Acérquense y escuchen la leyenda que este hijo de la tierra tiene para contarles y que no es más que la pura verdad… -
- Querrá decir que ese indio sarnoso – interrumpió Céspedes.
- Como quiera, pero escuche, yo voy a hacer de lenguaraz –

En mapuche y con cara seria se dirigió a mí.

- Yo sé que entiende castellano pero no lo puede hablar: eso me va a servir para dos cosas: reírme de estos imbéciles y pedirle consejo sobre una pena que me come el corazón; usted es muy sabio y, por más que quiera no puede ser indiscreto con ningún blanco -
- Hable, yo escucho, usted es un hombre bueno -
- No vaya a creer, pero está bien, vamos a hacer así: entre nosotros hablamos mapuche y yo le cuento mi historia y me hago el que traduce una leyenda para ellos -
- Siga, yo lo acompaño –

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- VI -

- Dice Cafulcurá que las vacas son robadas por “los Cueros”; son las almas de los Huemules que fueron muertos por las brujas para hacer sus conjuros y para no enojar a los dioses tiraban los cueros al lago. Con la primera luna llena toman vida y se llevan a todos los que se duerman en las orillas -

Céspedes lamió la colilla de su cigarro, pidió un fósforo a Barreiro y mientras se rascaba la cabeza preguntó - ¿Y eso que tiene que ver con las vacas de Morris, ¿me toman por un Barreiro cualquiera? –

- No hace falta ofender, comisario – dijo tímidamente el cabo.
-Escuche Cafulcurá, necesito un consejo porque no sé como vivir: en Buenos Aires dejé un amor imposible y que cuando fue, dañó, sin que fuera mi voluntad, a muchos de mis seres queridos. -

Me sorprendió que esa roca humana tuviera sentimientos.

- Podré ser sabio, pero no soy adivino: ¿por qué no me cuenta la historia de una buena vez? -
- Cafulcurá dice que los Cueros son siempre malos, pero que las brujas que los crearon los pueden manejar para dirigir el mal a quien ellas quieran; que eso es la magia y el porqué todos les temen a las wichis, todos los que tienen cabeza sobre los hombros
- ¿Y eso que tiene que ver con las benditas vacas de Morris? – masculló Céspedes cada vez más impaciente.
- Cafulcurá, en Buenos Aires amé a una mujer a la que la el hombre no debería amar, ella me amó a mí y nos seguimos amando como que tengo sangre en estas venas; pero lo nuestro es imposible no habría un lugar en el mundo para escondernos; me quise apartar de ella aquí, con la idea de traerla algún día, pero igual me encontraron y nos hubieran encontrado… -

Mis cejas tomaron forma de un arco tenso mientras me rascaba la barbilla.

- Veo, veo: ¿por eso aceptó la reclusión aquí? ¿por aquello no quiere ver a nadie de Buenos Aires y aguanta los malos tratos de estos hombrecitos cuando podría aplastarlos como moscas con el poder de su familia? Hay que estar ciego para pensar que usted es médico rural, y se le nota a la legua que tiene el porte de los blancos ricos y poderosos. -
- Dice que Morris ofendió a sus ancestros y que las brujas están haciéndolo pagar. Nadie las controla, ellas actúan según su propio criterio y sólo ellas pueden parar la orden a los Cueros; hasta que eso pase van a seguir despareciendo, y cuando se acaben las vacas seguirán con los hombres -

Barreiro dejó de prestar atención a un murciélago que volaba cerca y bajó la cabeza en actitud pensativa.

- Hombre resumido este Cafulcurá: por cada palabra de él Linch dice como tres… -
- No sea entrometido – escupió Céspedes mientras lo empujaba para callarlo - ¿Sabe?, Linch, no creo nada de esto y me parece que este indio piojoso nos quiere tomar el pelo – Debo hacer saber que Céspedes era completamente calvo: su estructura física se componía de dos globos redondos: uno pelado y rosado y otro revestido de azul viejo.
- Como usted diga, comisario, usted es el más experimentado de todos nosotros y le debemos subordinación y valor –
- Nada, ¡Nada!, es de noche y no pasa nada -
- ¿Por qué no hacemos la prueba? Usted y yo nos quedamos en la orilla acostados y quietitos y así constataremos con seguridad qué pasa; Barreiro se puede quedar entre los árboles y cubrirnos desde lejos a los tiros si se aparecen los Cueros –
- Cafulcurá: tenemos poco tiempo ¿qué puedo hacer? –
- No sé qué decirle, mi amigo, me contó sólo media historia… -

En ese momento caí al suelo como si hubiera sido alcanzado por el rayo del trueno del Torino de Céspedes.

- VII -

Pronto recuperé la conciencia pero fingí seguir desmayado; me tiraron contra un alerce caído y ahí me quedé como la lagartija, mimetizado, quietito, pero con la visión de toda la escena ante mí: no me iban a encontrar con la guardia baja dos veces el mismo día.

- Éste se queda durmiendo la mona – graznó Céspedes con la culata del revólver todavía ensangrentada en la mano – no quiero truquitos indios. -
- Comisario, con todo respeto, usted es una bestia y le juro que antes de que termine el día las va a pagar – amenazó Linch.
- ¡Cállese, señorito! le tengo tanto miedo como a un tábano y si no se calla con esta misma culata le bajo todos los dientes de esa boca afrancesada y prolijita que tiene -

No hubo respuesta por parte del médico.
Céspedes y Linch se acostaron en la arena de la playa. Barreiro se puso a horcajadas de la rama lateral de un Cohihue, y quedó alto como dos personas con la escopeta en cabestrillo y lista para disparar ante cualquier cosa; y digo así porque con lo asustado que estaba, una parejita de cauquenes estuvo a un segundo de terminar sus días entre perdigones.

Aborigenes de la patagonia argentina. El singular misterio de la aparición de los cueros. Cuentos y Leyendas de Montaña.
Retrato de Aborigenes de la patagonia argentina

Se hicieron las tres de la mañana y todo sereno. Linch se durmió o se hizo el dormido; creo que Céspedes estaba demasiado asustado como para relajarse.

Luego, la luna se ocultó tras un nubarrón y los grillos se callaron: un chillido como de chancho salvaje proveniente del lago cortó el aire: sepan los porteños que los jabalíes no nadan en aguas heladas y menos de noche.

- Linch, Linch – susurró Céspedes mientras le movía el hombro al médico – despiértese. -
- Un ratito más, mamá, ¡no quiero ir al colegio! Los chicos me cargan –
- ¡No se haga el vivo! Hay algo que se mueve y chilla en el lago – dijo Céspedes con ese susurro que todos usamos cuando tenemos mucho miedo. Pero no terminó de decir “…go” cuando se aparecieron dos luces en la niebla; sepan los señores de ciudad que ningún blanco en sus cabales navega de noche en un lago de alta montaña-
- ¡Liiiiiinch! Hay dos ojos, veo dos ojos de fuego en el agua –
- Hoy es sábado, mami, no me quiero levantar todavía: la cama está calentita –
- ¡No jorobe que se nos vienen encima!-

En efecto las luces se acercaban lenta, pero firmemente y ya estaban a pocos metros de la costa.

- ¡LINCH! – gritó Céspedes y el médico se levantó sobresaltado, miró al lago y salió a la carrera mientras agitaba los brazos; gritando como un enajenado y se perdió en la espesura -

Mientras tanto, Barreiro, más asustado que su jefe se resbaló, tiró la escopeta, cayó de la rama y empezó a correr mientras gritaba más enajenado aún, si fuera eso posible, que Céspedes.

- Tire Barreiro, tírele a los Cueros que me comen, me muerden los calzones ¡tire, por el amor de Dios! – Pero era inútil, ambos corrían y en el apuro se olvidaron de mí, de Linch y de los caballos: sólo tenían ojos para ver la estancia de Morris y hacia allá se dirigieron poseídos por el pánico.

Vi cómo llegaron y se encontraban con un grupo de visitantes que salió a su encuentro impulsado por la curiosidad de ver qué era toda esa bulla.

- ¿Me da fuego, Cafulcurá? - Dijo la voz serena de Linch a mis espaldas, sólo que esta vez habló en castellano. Le extendí una lumbre.
- Acabo de ver a sus muchachos subiendo vacas a las canoas – Le dije en mapuche.
- Parece que va a ser una noche productiva, podremos trabajar tranquilos – suspiró – canoas, no barcos: en este lago se anda en canoa…
- ¿Saca mucha plata de esto? –
- Nada, las hago sacrificar y carnear en lo de Glawski y repartir los cortes entre los pobladores; las milanesas que comimos hoy son de “vaca cara inglesa” – dijo linch intentando de nuevo una sonrisa que se vio amedrentada por el resto de la cara del médico y no se atrevió a salir.
- Ja, parece que encontró al delincuente después de todo –
- No, encontré al que robaba las vacas, al delincuente sólo lo molesto un poco: sé que esto no va a parar a Morris, pero soy un hombre encerrado por su pasado –
- ¿Quiénes son los que están en la estancia de Morris?
- Periodistas de Buenos Aires, vinieron para relatar la ostentación de ese sinvergüenza -
- Me gusta su actitud ante la vida, es casi mapuche le diría –
- Gracias, me elogia, pero es lo único que sé hacer, yo no elegí nacer así.–
- ¿Linch? -
- ¿Qué? -
- ¿No quiere que terminemos nuestra charla? -
- No –
-Vamos, sabe que puede confiar en mí –
- Ya pasó la hora… y, no se ofenda, Cafulcurá, pero pensé que Céspedes lo iba a matar: ya sabe demasiado para andar por ahí con mi secreto… -

- VIII -

No fui testigo de lo que siguió, pero los titulares de los diarios lo recogieron así: “Policías locales aterrados por leyenda mapuche”, “Monstruo imaginario pone en jaque a la policía de Bariloche” y “Las vacas las robaron los Cueros: afirmó el Comisario Céspedes”.

No hubo forma de parar una noticia recogida por periodistas de todo el país sedientos de notas ingenuas y graciosas que tapasen los problemas de verdad: todos los tabloides que estuvieron en Lago Escondido hicieron “investigaciones especiales”, no pocos concluyeron que el problema había sido el exceso de ginebra en las venas de los oficiales.

Aborigenes de la patagonia argentina. El singular misterio de la aparición de los cueros. Cuentos y Leyendas de Montaña.
Aborigenes de la patagonia argentina

- IX -

Los diarios locales comieron de esa noticia durante varios meses y recogieron la otra historia: “Céspedes separado de la fuerza por incidente con los Cueros”, “El abigeato de los Cueros sigue en Lago Escondido ¿debemos llamar a un exorcista?”, “El cuatrerismo está fuera de control en Bariloche: luego de la renuncia del intendente ¿debe renunciar el gobernador?”.

Pero Morris se encargó de que sus vacas finalmente desaparecieran de la estancia antes que llegara el SENASA; sus planes de cría fueron estropeados y con ellos una cuantiosa ganancia que recuperó más rápido que ligero, no lo dudo.

De mí se olvidaron, pero Linch al día siguiente se fue a entregar a la comisaría donde un Céspedes furioso lo sacó a los empellones: la última vez que lo vi iba camino al Bolsón, sólo y a pie.

- X -

Termino esta carta diciendo que por una sola vez se hizo justicia con los milicos y los gringos, ladrones y prepotentes, pero, sea cual fuese la pena de Linch, nadie le hizo justicia al justiciero y por eso le escribo: ustedes le deben un reconocimiento entre los blancos como el que tiene entre los mapuches.

Pero sé que usted no lee mis cartas; ojalá que le caiga entonces la misma milicada que nos oprime a nosotros todos los días.
Sin ningún afecto,

Fulgencio Cafulcurá

Traducido el 16/08/2006




Área Restauración Fotográfica del CCAM:
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Jefe de Proyecto: Ing.Natalia Fernández Juárez      Diseño/Desarrollo: Hernán Rafaele















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