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Noviembre 2012 – Revista Digital Nº 39
Exploración en Caverna de Las Brujas

Adentrándose en esos pasadizos estrechos y pozos oscuros, 1987
Provincia de Mendoza

- Por Bernardo Guevara -

Fotos: Bernardo Guevara y Guillermo Martin

Integrantes: Guillermo Martin, Gustavo Loos, Osvaldo Pérez, Enrique “Kike” Piccardo y Bernardo Guevara.

 

Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez

 

Todavía puedo imaginar aquellos momentos, adentrándonos en esos pasadizos estrechos y en esos pozos oscuros. Todavía puedo ver esas formaciones de piedra, sin vida pero expectantes, con su particular misterio. Todavía puedo sentir ese olor característico, tan sutil, provocado por la combinación de distintos minerales y el sonido silencioso que nos evoca a la nada misma, a un extraño silencio sin tiempo, a una quietud imperturbable, la que nos resistíamos a experimentar.

Grupo de Exploración Espeleológica Espelaion

Grupo de Exploración Espeleológica Espelaion

 

 Ubicación de Caverna de Las Brujas, Provincia de Mendoza, Argentina

Ubicación de Caverna de Las Brujas, Provincia de Mendoza, Argentina

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Primer viaje a la Caverna de las Brujas. Guillermo Martin caminando los 11 kilometros de aproximación

Primer viaje a la Caverna de las Brujas. Guillermo Martin caminando los 11 kilometros de aproximación

Caverna de las Brujas, Ciudad de Malargüe, Mendoza. El poblado más cercano a la caverna.

Caverna de las Brujas, Ciudad de Malargüe, Mendoza. El poblado más cercano a la caverna.

Pasaron veinticinco años de nuestro quinto viaje de exploración a ese mundo subterráneo de la caverna de Las Brujas, veinticinco años del viaje inaugural de nuestro recién formado grupo, Espelaion (tomado de la palabra griega Spelaion = caverna). Éramos cinco integrantes y los cinco participamos de aquella aventura. Los motivos que nos movilizaron, y nos siguen movilizando, pueden ser objeto de algún debate filosófico, o quizás cabría mejor algún análisis psicológico, que debería responder también sobre el porqué de introducirse en un mundo de piedra, oscuro y desconocido. En parte es internarse en las profundidades de uno mismo. Seguramente no hay una única respuesta, y seguramente por la cabeza de cada uno, en ese entonces veinteañeros, discurrían cuestiones distintas. Pero ese no es el tema para tratar acá.

Mapa satelital de la ubicación de la Caverna de las Brujas, Mendoza. Foto: www.google.com.ar

Mapa satelital de la ubicación de la Caverna de las Brujas, Mendoza. Foto: www.google.com.ar

Plano de la Caverna de las Brujas, zona turística. Imagen: www.oni.escuelas.edu.ar

Plano de la Caverna de las Brujas, zona turística. Imagen: www.oni.escuelas.edu.ar

Gracias a un artículo de la revista Aire & Sol, de septiembre de 1984, escrito por Jorge González y con fotos de la agrupación Karst; Guillermo Martín y yo supimos de la existencia de esta caverna del sur mendocino. Con esa sola lectura nos aventuramos en un primer viaje a la Las Brujas ese mismo año, sin experiencia, sin conocimientos, sin equipo, pero con muchas ganas. Estuvimos en la cueva solo una noche, pero nos sirvió para un primer reconocimiento de lo que iban a ser las sucesivas expediciones. Al regresar conseguimos alguna escasa información más, otro artículo, en una revista de la década de los setenta, escrito por Norberto Ovando, de la Sociedad Argentina de Espeleología, al que fuimos a visitar pero no pudo darnos mucha información más.

Nuestros datos se resumían a que era una cueva de unos 520 metros de recorrido, y que existiría una galería principal. A esa búsqueda nos dedicamos en las dos expediciones siguientes, en 1986, esta vez solo Gustavo Loos y yo. Nunca tuvimos claro cual era esa galería principal, pero dimos con galerías largas, con muchos pasajes estrechos y ocultos, con la denominada “Estalagmita Gigante” y con lugares muy bellos como la “Salita del Capitel”. Lo que teníamos claro era que Las Brujas tenía mucho más de 520 metros de recorrido. En Malargüe, la ciudad más cercana, pudimos conseguir copias de una carta topográfica de la caverna, un mapa, realizado por otro grupo espeleológico, el GEA.

Acceso a Caverna de las Brujas. Foto: Luis Carabelli

Acceso a Caverna de las Brujas. Foto: Luis Carabelli

Vista del cerro Moncol, caverna de las Brujas. Foto: Luis Carabelli

Vista del cerro Moncol, caverna de las Brujas. Foto: Luis Carabelli

Al regresar logré entusiasmar con mi relato a mi primo Osvaldo Pérez, y juntos analizamos profundamente ese mapa, lo copiamos por partes, señalamos las zonas recorridas y las que nosotros desconocíamos pero estaban perfectamente topografiadas. Lo que más nos interesaba eran las incógnitas señaladas en el mismo, y teníamos que desentrañarlas, era algo urgente. Cuatro meses después partíamos los dos en una nueva expedición a Las Brujas, a comienzos de 1987. Los descubrimientos de esa expedición superaron nuestras expectativas, logramos explorar puntos dudosos señalados en el mapa, pero sumamos otros nuevos. Trajimos más interrogantes de los que llevamos, la caverna nos estaba volviendo locos.

Con esas exploraciones previas nos encaminamos en esta nueva expedición, la quinta, Guillermo Martin, Gustavo Loos, Osvaldo Pérez, Enrique “Kike” Piccardo y yo.

Llegamos al pie del cerro donde se abre la caverna, a la denominada Cañada de Leiva, con un Fiat 125, pero por falta de espacio no voy a contar las peripecias de ese viaje que nos llevó dos días desde Buenos Aires. Llegamos de noche, el valle estaba muy silencioso y cubierto por un blanco tenue de luz de luna, sabíamos donde estaba la caverna y lo primero que hicimos fue acarrear todo el equipo hasta la misma por los cien metros de ladera del cerro. Las rejas, viejas y maltrechas, estaban abiertas, acampamos adentro, en la “Sala de la Entrada”. Comimos algo, y ya no nos quedaron más ganas de hacer algo y nos acostamos a dormir, bastante apretujados ya que la carpa era para cuatro personas. Serían las tres de la mañana de un día de abril de 1987 y ya empezábamos a perder la noción del tiempo.

Caverna de las Brujas. Bernardo Guevara cerca de la entrada de la caverna

Caverna de las Brujas. Bernardo Guevara cerca de la entrada de la caverna

Bernardo Guevara con su mochila cerca de caverna de las Brujas

Bernardo Guevara con su mochila cerca de caverna de las Brujas

Despertamos al mediodía del lunes 13. Después del almuerzo Gustavo se dedicó a preparar las luces para iniciar una primera exploración a las entrañas de la caverna. Irían tres y los otros dos se quedarían afuera esperando, la idea era hacer exploraciones por turnos para aprovechar el tiempo al máximo. Kike se ofreció para ir voluntariamente hasta el poblado de Bardas Blancas, a unos diez kilómetros de allí, a comprar algunas provisiones, partió a las cuatro de la tarde.

No podíamos esperar más, había llegado el gran momento de la exploración. Nadie se quiso quedar, así que nos preparamos los cuatro para iniciar esa primera entrada dirigida a la Sala Echart, donde teníamos siete interrogantes, siete lugares para investigar.

Nos sujetamos las baterías de cuatro volts a la cintura, para alimentar a la luz de las linternas frontales (hechas por Gustavo artesanalmente). Llevábamos de repuesto una carga de pilas alcalinas y una linterna de bolsillo cada uno. Los guantes, indispensables, si no queríamos terminar con los dedos lastimados por los filos de los cristales de las paredes. Las rodilleras, que figuran entre las cosas más necesarias porque gran parte de la exploración tenía que hacerse “gateando”. Las coderas, que solo usaron Gustavo y Guillermo. Una cuerda de cinco metros y otra de treinta. Una cámara de fotos, una tableta de chocolate para el camino, una brújula, lápiz y papel y un hilo de diez metros para tomar mediciones. Ese era todo el equipo. Yo hice un plano de la zona que íbamos a recorrer y marqué las siete incógnitas y la hora de salida. Lo dejé justo en la entrada de la caverna para que lo viera Kike cuando volviera, y en caso de que nosotros no regresáramos a las diez horas, que era el plazo máximo de exploración, nos tendría que ir a buscar. Casi sin saberlo se había transformado en nuestro rescatista.

Caverna de las Brujas, Equipo de última generación

Caverna de las Brujas, Equipo de última generación

Campamento nocturno, cerca de la caverna de las Brujas

Campamento nocturno, cerca de la caverna de las Brujas

Partimos los cuatro a las 21,15 horas de ese lunes, pero estando allí, ¿qué importaba que día fuera? Hasta las horas no importaban, porque perdíamos la noción del día al internarnos en ese mundo sin sol, sin amaneceres ni atardeceres, sin viento y sin lluvia, con una temperatura uniforme durante todo el año, de alrededor de diez grados. Solo el reloj nos indicaba el transcurrir del tiempo.

Al llegar al fondo del Gran Salón continuamos por la izquierda, por una gran diaclasa. Las diaclasas son rajaduras en sentido vertical en el corazón de la montaña, son relativamente estrechas pero muy altas. Nosotros teníamos que subir. Miramos hacia arriba y vimos una grieta con paredes totalmente verticales y más o menos lisas, lo cual nos haría difícil un ascenso. Buscamos otra subida. Avanzando unos metros más, y al pasar por un lugar estrecho, llegamos a la unión de las dos diaclasas que parten del Gran Salón para continuar en una sola que desciende en dirección norte. En ese lugar, debajo de un bloque de piedra, parte un pozo que exploraríamos después. Justo encima encontramos una pared bastante accesible para subir. Lo hicimos.

Una vez en lo alto continuamos por una serie de galerías hasta dar con la entrada, estrecha y aislada, de la denominada Galería del Tigre, que presenta unas franjas negras en sus claras paredes. Las denominaciones, los nombres, de los lugares y galerías de la caverna casi siempre se relacionan con alguna figura pétrea, con alguna característica del paisaje cavernícola, que se asemeja a otra cosa. Los encargados de nombrar, como una forma de apropiarse de lo desconocido, de incorporarlo a nuestras categorías mentales, somos los propios espeleólogos. Gente de otras agrupaciones han bautizado a los lugares en honor de sus integrantes. Algunos sectores tienen más de un nombre, y esto puede llevar a la confusión. Cuando leo los recorridos turísticos actuales y si me guiara solo por las denominaciones y ocurrencias nuevas, no sabría por donde están paseando a la gente. Nosotros intentamos respetar las denominaciones anteriores, en caso de conocerlas, y más de una vez hemos dado rienda suelta a nuestra imaginación para bautizar ciertas formas y pasajes subterráneos.

Primer viaje a la Caverna de las Brujas,  Guillermo Martin durmiendo en la estación de San Rafael esperando el micro que salía a la mañana

Primer viaje a la Caverna de las Brujas, Guillermo Martin durmiendo en la estación de San Rafael esperando el micro que salía a la mañana

Entrada a Caverna de las Brujas

Entrada a Caverna de las Brujas

En la Caverna de las Brujas, Bernardo Guevara, Gustavo Loos y Guillermo Martin

En la Caverna de las Brujas, Bernardo Guevara, Gustavo Loos y Guillermo Martin

La caverna presenta una serie de galerías que se abren en sentido norte-sur, pero a distintos niveles de profundidad, y hasta este viaje no teníamos muy en claro las conexiones entre ellas, cosa que investigaríamos después llevándonos varias sorpresas. Pero ahora estábamos frente a una galería que apunta en dirección oeste, alejándose de las demás. Ya la conocíamos desde la expedición anterior, la habíamos visto marcada en el mapa. En aquella ocasión, y a pesar de estar frente a ella, tuvimos que recurrir a la brújula para asegurarnos que teníamos que seguir por allí, ya que la entrada apenas era reconocible debido a su estrechez. Osvaldo tomó la delantera y se aventuró por ese paso estrecho de paredes lisas y sin piso, que a los dos o tres metros, y un metro más para abajo, se ensancha. Gustavo y Guillermo pasaron después y yo en último lugar. Ahora había que arrastrarse por el costado de una piedra y luego caminar libremente por la bella galería del Tigre. Tendrá unos veinte metros de largo o más. Más adelante hay otra estrechez que en el verano, en el suelo, presentaba un charco de agua y ahora estaba completamente seco. Tres o cuatro metros más adelante se llega al borde de una gran bajada.

Alguien nos había dicho que en la caverna había un gran pozo, de unos ciento cincuenta metros verticales, y que al llegar abajo conectaba con otra caverna, llamada Echart, pero teníamos serias dudas sobre la veracidad de ese relato. ¿Era un rumor pueblerino? Los rumores tienen la característica de que son relatos breves, sin un origen conocido, que van circulando de boca en boca, son el clásico “dicen que”, y que en ese circular van cambiando, se borran detalles pero se agregan otros, se distorsionan, se exageran, pero algo de veracidad pueden dejar.

Caverna de las Brujas, vista desde adentro

En el interior de Caverna de las Brujas

Primer obstáculo. Caverna de las Brujas

Tres meses antes Osvaldo y yo estuvimos al borde de ese pozo, y teníamos esas dudas, y bajamos. Algo de veracidad tenía ese rumor. No eran ciento cincuenta metros. No era correcto hablar de otra caverna, todo es parte de la misma, es más aproximado hablar de una sala y varias galerías. Echart era el nombre que le habían dado a la sala en honor a un espeleólogo que la había explorado. Ahora estábamos de vuelta en el lugar, y el obstáculo era importante, pero uno más de todos los que nos tenía preparados la caverna. Aseguramos la cuerda de treinta metros en una columna de piedra y la lanzamos hacia abajo, donde se perdió en la negrura. Seguidamente Osvaldo emprendió el descenso llevando la punta del hilito para medir.

Recuerdo que al bajar no tenía muchos puntos de apoyo, las paredes eran lisas y el pozo una grieta estrecha, no veía mucho para abajo. Me ayudaba sujetándome a la cuerda y haciendo presión sobre las paredes. Después de diecisiete metros llegué a un descanso, donde la bajada cambia de dirección. Por último, después de dar dos vueltas a la cuerda en una saliente, me quedaban los últimos cinco metros, totalmente verticales, hasta el suelo de la Sala Echart. Sin mayores dificultades descendimos los cuatro.

En realidad este era el punto de partida para continuar con la exploración de las diversas galerías. En la expedición anterior solo habíamos echado un vistazo nada más, ahora teníamos como objetivo desentrañar todas esas incógnitas que nos habían surgido de la exploración.

Caverna de las Brujas. La Gran Bajada

En el interior de la sala de las momias. Caverna de las Brujas

Un gran entusiasmo nos movilizaba, las ansias por llegar al anhelado final de cada galería, pero paradójicamente sucedía que al alcanzarlo dos sensaciones nos invadían, dos sensaciones contradictorias. Por un lado la satisfacción de haber alcanzado un objetivo, de haber llegado al final de una exploración, sentir que lo habíamos logrado. Pero, por otra parte, nos invadía la sensación de que el final era algo más. Era el final de aquello que nos mantenía expectantes, exaltados, despiertos. Lo que nos movilizaba era la búsqueda en si misma. Siempre nuestra imaginación se nos adelantaba a lo que descubríamos, y el alcanzar el final significaba en alguna medida dejar de imaginar.

Primero exploramos dos galerías cortas para luego continuar por la denominada por nosotros “galería de las Estalactitas Rotas”, por los destrozos que encontraríamos más adelante. A continuación exploramos un pozo. Bajó Gustavo por ese amplio y retorcido agujero, y a unos siete u ocho metros finalizaba en un rincón que presentaba estalactitas y estalagmitas retorcidas y que adoptaban ángulos extraños que desafiaban las leyes de la gravedad. ¿Cómo se habían formado? ¿Es posible que las estalactitas goteen hacia un costado? ¿Qué estaba pasando? Osvaldo y Guillermo también bajaron a observar el fenómeno.

Avanzamos hacia el sudeste por una galería que presentaba una columna de un centímetro de ancho que iba del suelo al techo. A Guillermo le teníamos que pegar un grito de vez en cuando para que no se llevara por delante ninguna estalactita.

Unos quince metros más y se llega a una salita, que por presentar una formación rocosa extraña recibió el nombre de Sala de la Momia. Hacia el norte parten dos galerías paralelas. Sabiendo que se unen a los diez o más metros de recorrido, nos aventuramos dos por cada una. Por la galería de la derecha fueron Osvaldo y Gustavo y descubrieron a la mitad un orificio ascendente a la derecha, pero lo dejaron pendiente de exploración. Guillermo y yo avanzamos por la galería de la izquierda, completamente horizontal y de fácil recorrido. El suelo de color miel presentaba pequeños agujeros en la capa delgada de piedra. Pequeñas y frágiles estalactitas colgaban del techo. Guillermo comenzó a golpear las estalactitas para escuchar como sonaban a cristal…

En busca de la galería del tigre. Caverna de las Brujas

Entrando a la galería del tigre. Caverna de las Brujas

Nos encontramos en la unión de las dos galerías. Dos metros más adelante hay que subir un bloque de piedra de unos dos o tres metros. Luego se continúa por una amplia galería con piedras caídas, hasta llegar a una bajada vertical de unos tres metros. En este lugar tuvimos que bajar usando la técnica de apoyarnos en ambas paredes. Una vez abajo se continúa por una galería recta, más o menos con dirección norte, por espacio de unos cuarenta metros hasta una nueva bifurcación. Exploramos varios agujeros y avanzamos por un pasillo en dirección este, curvándose hacia el sur, que a los siete u ocho metros termina en un laminador.

Un laminador es un pasaje ancho pero de techo muy bajo, al igual que las diaclasas siguen las fracturas de la montaña, pero en sentido horizontal. Del otro lado salimos detrás de un bloque de piedra, el cual hay que trepar. Una vez encima de ese bloque nos vimos en medio de una inmensa galería que se continuaba hacia el norte y hacia el sur. Las paredes estaban repletas de “pinitos” cristalinos. El techo quedaba unos diez metros arriba y la anchura sería de unos tres o cuatro metros.

Seguimos hacia el norte. Al avanzar unos cuatro o cinco metros nos encontramos con una nueva bifurcación. ¿Cuántas galerías nos quedaban por explorar? Derecho una subida impresionante y, a la derecha y hacia abajo un pozo, que para bajarlo había que usar una cuerda.

Galería del tigre. Caverna de las Brujas

Estábamos cansados y apagamos las luces para descansar un rato y de paso comer el chocolate que llevábamos. Un silencio negro nos invadía, solo alterado por el inconfundible y claro sonido de alguna gota que se desprendía del borde de una estalactita y caía, depositando minerales en el suelo, y formando su forma complementaria, una estalagmita, tratando de crecer de arriba hacia abajo una y en sentido contrario la otra, para luego unirse en una columna de piedra, ese acercamiento tan solo lleva unos cuantos miles de años.

Regresamos por el mismo camino andado. Descendimos por la galería hasta la sala Echart pero en su sector inferior, donde dimos un rápido vistazo a las salas que bajaban, anticipándonos a lo hermoso que iba a ser el explorarlas. En la primera sala veíamos una extraña formación rocosa color ámbar, de dimensiones gigantescas. Más allá nos aguardaba el lugar más maravilloso de la caverna, una selva de estalactitas y columnas: la Sala de la Madre. Pero este espectáculo quedaría para otro día. Regresamos hasta Echart Superior, donde habíamos dejado colgada la cuerda. Ahora teníamos los veintisiete metros en subida.

Al volver al campamento en la entrada de la caverna, Kike estaba durmiendo en la carpa, sin intenciones de ir a buscar a nadie, lo despertamos para cenar algo. Había llegado a las doce de la noche después de haber recorrido esos caminos a la luz de la luna para volver del pueblo.

Catorce de abril, las baterías estaban semi-descargadas pero igual las preparamos para la segunda exploración. Teníamos que superar la marca de la noche anterior en Echart. Gustavo y Guillermo dijeron que en esta incursión se quedaban. Así que nos alistamos Osvaldo, Kike, y yo, para ir de nuevo a las entrañas de la caverna. Nos pusimos las luces y las rodilleras, con la cámara de fotos y la cuerda de cinco metros nos internamos por segunda vez en la cueva.

Avanzando en la galería del tigre. Caverna de las Brujas

Partimos a las 19 horas, era la primera exploración que hacía Kike en Las Brujas y le costó bastante entrar a la galería del Tigre debido a su marcada pancita. Llegamos a la gran galería y avanzamos hacia el norte hasta ese lugar donde habíamos comido el chocolate la noche anterior. Desde allí en adelante era terreno desconocido para nosotros.

A la derecha un pozo, se tenía que usar la cuerda, la cual até en una roca, y Osvaldo bajó solo, para ver a donde conducía, encontró el suelo a unos cuatro o cinco metros y el final a más de diez metros. Dibujamos el plano del lugar, y mientras yo desataba la cuerda para dejarla allí hasta el regreso Osvaldo y Kike se adelantaron y subieron por la galería, derecho, en una subida impresionante. Yo me coloqué los guantes y fui tras ellos. Se subía por unos diez metros y luego la galería se curvaba hacia el este, donde había dos agujeros; por el primero se metió Osvaldo, y salió por el segundo diciéndonos que continuaba. Siguiendo derecho la galería se estrecha y hay que pasar por el costado de unas estalactitas. Pasó Kike y a uno seis metros encontró el final de la misma en un pequeño agujero donde había agua, la cual bebió. Al acercar el oído se escuchaba el ruido de alguna corriente subterránea. Yo también me acerqué a escuchar el fenómeno, aunque no bebí el agua “mágica” que Kike decía que tenía poderes especiales.

Ahora nos metimos por donde había pasado Osvaldo, y después de unos diez metros la galería se transforma en una subida en dirección norte con hermosas concreciones rocosas. Por momentos teníamos que andar arrodillados. No sé por cuanto tiempo ni por cuantos metros avanzamos. La galería ahora tenía paredes de pinitos, y luego de una subida donde hay una estalagmita sola, de la cual nos agarrábamos para poder trepar mejor, desembocamos en una sala pequeña, que yo denominé Sala de Arcilla, por las paredes arcillosas que nos dejaban las manos embarradas. El lugar mostraba un aspecto macabro y teníamos la sensación de que se iba a derrumbar en cualquier momento. Yo le encontré un parecido a una zona de la galería del Capitel. Divisamos un agujero en la pared, al cual se accedía por tres metros arcillosos y resbaladizos. Kike se arriesgó y trepó hasta el borde del abismo, porque ese agujero era un pozo de unos cuatro metros de profundidad y no se veía bien si se continuaba abajo. Kike sujetaba con las manos la cincha y así trepamos Osvaldo y yo. Bajar este pozo de arcilla se veía un tanto difícil, y ya llevábamos tres horas de exploración, lo dejamos para la próxima.

Bajamos de esa pared arcillosa y Osvaldo echó una mirada a la galería que continuaba siempre hacia el norte. Avanzó unos diez metros más, donde dejó un cartel del Espelaion.

Apagamos las luces mientras comíamos el chocolate, luego emprendimos el regreso de esa maraña de galerías que parecía que no se terminaban nunca.

Galería de Eschart. Caverna de las Brujas

Al volver a pasar por la parte de la bajada de la estalagmita, me pareció que ese lugar era demasiado parecido a una bajada de la galería del Capitel. No podía ser que hubiera en la cueva dos lugares tan parecidos y con una estalagmita en la misma posición. Entonces exclamé:

-¡Estamos en la galería del Capitel! ¡Y la Sala de Arcilla es de donde sale la Chimenea de Arcilla, que era la que tuve arriba mío cuando estaba sentado!

A Osvaldo no le convenció la idea y se negaba a aceptarla. Yo me preguntaba que si estábamos en la galería del Capitel entonces ¿dónde estaba la pequeña y hermosa salita del Capitel? Le dije a Osvaldo, que iba adelante, que en vez de volver por donde habíamos subido siguiera derecho, que tenía que haber algún agujero, lo encontró y se puso a exclamar en un tono eufórico:

-¡La salita del Capitel! ¿Cómo puede ser? ¡Es la galería del Capitel!

Habíamos encontrado la unión entre Echart y las demás galerías a través de la galería de Cristal, que era de la que proveníamos, pero aún no teníamos las cosas bien claras. ¿Dónde se unían?

Sin darnos cuenta habíamos subido por las paredes de esa imponente diaclasa llamada Galería de Cristal, con sus paredes tapizadas de rocas con pequeñas salientes repletas de cristales. Salientes frágiles, que se podían desprender con facilidad, donde nuestras pisadas resonaban a vidrios rotos. Recuerdo que en la expedición anterior esta galería casi nos hace entrar en pánico, no pudimos superar la mitad de la misma, caminábamos con un pie en cada pared y un estrecho abismo filoso en el medio, a mi se me desprendió uno de los apoyos y casi voy para abajo. Por suerte lo estoy contando. Al volver, en una parte no encontrábamos la salida, el croquis que llevábamos encima no estaba claro, yo comencé a trepar por las rajaduras casi hasta el techo, mientras Osvaldo me decía “¡Pará loco, tranquilizáte!” Al final salimos.

Galería de Eschart. Caverna de las Brujas

Pasamos por la salita del Capitel esquivando frágiles estalactitas. Recorrimos el túnel que conduce a la chimenea “obstáculo”, cerca de la Estalagmita Gigante, por unos cien o más metros.

Ahora aparecía esa bajada impresionante ante nuestros ojos. Pero no hubo problemas en bajarla. Unos diez metros más llegamos a la Estalagmita Gigante, donde le señalamos a Kike, que no había estado nunca allí, la galería del Pesebre y el Mar de Coral. Atravesamos esa sala, también denominada Jardín de la Gruta. Pasamos el Pozo de la Duda sin ningún problema. Kike rebelándose a nuestra técnica, lo cruzó apoyando las manos y la espalda en una pared y las piernas en otra, un poco más y llegamos al Gran Salón.

Comenzamos a gritar llamando a Gustavo y a Guillermo. Al rato aparecieron y nos preguntaron cómo nos había ido.

-¡Bien, venimos de Echart! – contestamos.

-¡Ah,…de Echart…! ¿Qué? ¿De Echart? ¿Y salieron por la Estalagmita Gigante? – exclamó Gustavo.

Ahora teníamos que descansar, en los días siguientes seguiríamos con esa emocionante exploración, descubriendo una sala nunca antes pisada y quizás el lugar más profundo de la caverna. La bautizaríamos: “Sala del Cráter”.

 

Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez


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