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La segunda expedición francesa a los Andes Argentinos
Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez
AUTORES: René Ferlet y Guy Poulet
TRADUCCIÓN: Raquel W. de Ortiz
EDITORIAL: Editorial Caymi, Talleres Gráficos Lumen, Buenos Aires.
AÑO: Primera Edición, abril de 1956
FORMATO: 14 x 20 cm.
PÁGINAS: 151
IDIOMA: Castellano
Tapa del Libro Ascensión del Aconcagua. Autores: René Ferlet y Guy Poulet
EDICIÓN FRANCESA: VICTORIE SUR L"ACONCAGUA
EDITORIAL: Flammarion Editeur, Paris.
AÑO: Primera Edición, marzo de 1955
FORMATO: 16 x 21 cm.
PÁGINAS: 247
IDIOMA: Francés
Tapa del Libro Victoire Sur L'Aconcagua. Autor: René Ferlet y Guy Poulet
Dedicación edición francesa:
Dedicado al General Juan Domingo Perón y a todos los amigos franceses de Argentina que nos ayudaron a realizar esta victoria, a los médicos argentinos que nos han dado los medios para el comienzo de esta nueva lucha y a nuestros parientes quienes nos han dado el coraje de seguir adelante.
Descripción contratapa:
Escrita con la sencillez que caracteriza el estilo de los deportistas cultos, esta obra describe la culminación de una de las hazañas más grandes, sacrificadas y por consecuencia heroicas de nuestro siglo. A través de sus páginas, compuestas en forma amena, objetiva y sincera, se siente el entusiasmo de los jóvenes franceses que cumplieron la ascensión del más alto pico de la Cordillera de los Andes, el Aconcagua, cuya meseta quiso ser conquistada antes por eminentes alpinistas europeos, tales como Fitz-Gerald, sin lograrlo, sin embargo. A pesar de que varios de los protagonistas de esta magnífica aventura tuvieron que soportar, la mutilación de muchas falanges de manos y pies, no hesitaron en terminar la misión que ellos mismos se encomendaron para aportar, así, a la ciencia moderna, por un lado, y al deporte mundial, por otro, una de las más bellas condiciones del hombre: la inteligencia al servicio del valor.
Camino de aproximación al valle de los Horcones, Aconcagua
Prefacio
Seis jóvenes alpinistas franceses han cumplido en febrero de 1954 una hazaña prodigiosa: la ascensión por el lado sur, reputado impracticable, de la más alta montaña de las Américas, el Aconcagua, que se eleva a 7039 metros por sobre el suelo argentino.
El jefe de la expedición, Rene Ferlet, y uno de sus compañeros, Guy Poulet, cuentan para nuestros lectores lo que fue esa bravuconada heroica. saludada por los especialistas de la montaña como uno de los hechos más destacados del alpinismo mundial.
Rene Ferlet toma primero la palabra para exponer la organización de la Segunda Expedición Francesa a los Andes Argentinos y presentar a los hombres de su equipo, todos jóvenes "alpinistas de día domingo", pero que han llegado a ser, como lo dice Lionel Terray, uno de los vencedores del Annapurna, "de una calidad que, sin duda, no será jamás superada".
Rene Ferlet comienza a relatar en seguida la historia de la conquista del Aconcagua y nos conduce al pie de la formidable montaña. Clavado en la base por un ataque de ciática, le cede la palabra a Guy Poulet, que lleva el diario de ese escalamiento terriblemente arduo, pues hay que superar una muralla colosal de 3000 metros.
Después de unas jornadas de esfuerzos sobrehumanos y de vivaquear en medio de la tempestad glacial de los 6000 metros, Guy Poulet evoca el precio de esa victoria, que ha despertado el entusiasmo de toda la Argentina. Los héroes del Aconcagua lo pagan con mucho coraje en el hospital de Mendoza, en donde se les amputan dedos de manos y pies congelados.
El texto de Rene Ferlet y Guy Poulet ha sido redactado con la colaboración de sus camaradas Lucien Berardini, Adrien Dagory, Edmond Denis, Pierre Lesueur y Robert Paragot.
Vista de la pared sur del Aconcagua donde se marca la ruta seguida por los franceses
Capitulo IX: Una revelación brutal Pies Congelados!
EL DESCENSO LES RESERVA A LOS JOVENES FRANCESES NO SOLO LA GLORIA SINO TERRIBLES SUFRIMIENTOS: SUS PENURIAS NO HAN TERMINADO TODAVIA.
"Quedo aterrado por la brutal revelación: también yo tengo los pies congelados! Los dedos están hinchados y la piel, brillante y aterciopelada, parece la de una uva negra. . ."
"TODOS TENEMOS LOS DEDOS DE LOS PIES DE COLOR VIOLETA. . . EDMOND Y LUCIEN TAMBIEN TIENEN AFECTADAS LAS MANOS. . . LAS OREJAS DE PlERRE ESTAN DEFORMADAS POR LA CONGELADURA Y EL SOL LE HA QUEMADO LOS OJOS".
A las siete y media, la estrecha choza se ilumina con un rayo de sol. Durante la noche, el refugio se ha transformado como bajo el golpe de una varita mágica. Una capa de escarcha, debida a la condensación de nuestras respiraciones, recubre las tablas; tenemos la impresión de habernos despertado en medio de un verdadero glaciar. Lucien empuja la puerta. Las rocas rojizas y asoleadas de la plataforma nos aportan una débil sensación de calor.
El cuadrado de cielo que se divisa es azul; no hay por qué esperar más, nadie vendrá a buscarnos, tenemos que partir y comenzar el descenso... lo más pronto posible. Nos preparamos para bajar; yo recuerdo que tengo otro par de medias de repuesto en el fondo de mi bolsa; las pongo por un rato entre mi camisa y la piel para calentarlas antes de ponérmelas. Mis pies están blancos, insensibles, pero puedo mover fácilmente los dedos. Siento verdadera pena por Edmond y Lucien, pues ahora ya está todo terminado y yo estoy bien: no tengo nada. Hay esa insensibilidad, es cierto, pero no es la primera vez que me pasa: me ha sucedido con bastante frecuencia, esquiando. Los esfuerzos del descenso van a restablecer la circulación y todo volverá a quedar en orden. El sendero serpentea cómodamente. A pesar de nuestros pies endurecidos, vamos descendiendo rápidamente, con el pico bajo el brazo.
Durante una hora seguimos las vueltas del camino jalonado con mojones amarillos y, súbitamente, a la vuelta de un espolón rocoso, descubrimos los dos refugios de Plaza de Mulas. Descubrimiento maravilloso: vemos dos mulas atadas y unas siluetas humanas. No podemos dar crédito a nuestros ojos. Descendemos corriendo, corriendo a breves pasos por entre las piedras, y lanzando aullidos para señalar nuestra llegada. Las siluetas se animan y nos responden agitando los brazos.
Campamento Nro 2, Aconcagua
De regreso entre los hombres
Nos enteramos de que esos andinistas son dos chilenos acompañados por un sargento del ejército y un guía. Nos explican que "Dallori" y "Lesour" han llegado a Plaza de Mulas a la una y media de la mañana. Ellos han venido a buscarnos y a ayudarnos a descender. Les agradecemos y les preguntamos si no tendrían, por casualidad, algo para beber. Esas gentes están perfectamente organizadas: dos termos con café caliente aparecen de inmediato. Hasta nos han traído mulas. Nos enhorquetamos en nuestras monturas y comenzamos el descenso. Jamás he profesado tanta simpatía por esos sencillos animales. Que agradable que es dejarse mecer, con los músculos relajados, bien sentados sobre el recado de piel de carnero, y seguir el suave balanceo de las ancas de la bestia, sin pensar en nada! jQue bueno es, también, no sentirse ya aislados, hallarse de nuevo entre hombres! Mientras recorremos las ultimas curvas, muy empinadas, que nos separan del fondo del valle, el sargento que nos acompaña ha tornado la delantera. Grita repetidas veces:
—Los franceses —congelados— agua caliente!
Llegamos por fin al campamento. Una verdadera multitud sale de las carpas, todo el mundo se agolpa alrededor de nosotros, los brazos se tienden. Uno de los dos chilenos que vinieron a nuestro encuentro, el señor Garcia Swart, habla francés, el nos sirve de interprete, pedimos noticias de Pierre y de Adrien. Nos responden que sufren congelaciones y que esa mañana han bajado a Puente del Inca. Ahora que todo el mundo está algo más tranquilo, pido que se ocupen de Edmond y de Lucien. Inmediatamente los descalzan: Edmond esta azul hasta la mitad del pie y, !sorpresa!, Lucien tiene los dedos de los pies de color violeta. Nos miramos con Robert. Los argentinos nos apremian a que nos descalcemos también nosotros. Convencidos de no estar atacados, nos rehusamos por un momento, pero después cedemos a su insistencia. Robert termina antes que yo y agita sus pies rosados y normales. Yo retiro mi primera media para completar la demostración y sufro la más amarga de las decepciones: los dedos de mi pie derecho están hinchados, de un violeta oscuro; la piel, brillante y aterciopelada, tiene el aspecto de las uvas negras.
Febrilmente me quito la otra media, para constatar que el pie izquierdo se halla en el mismo estado. Me siento aterrado por esa brutal revelación, pero me resigno con una esperanza, en el fondo de mi alma, de que no esté todo perdido y de que tal vez logremos salir de esto mejor de lo que pensamos. Abandono mis pies a las fricciones diligentes de dos enfermeras benévolas y me pongo a comer y beber.
Llegada a Plaza de Mulas de Berardini y Poulet
Nos levantan la moral
Todo el mundo desfila para ver nuestros pies y todos tratan de persuadirnos de que no estamos muy gravemente afectados. Garcia Swart resume las opiniones: con frecuencia se producen congelamientos en el Aconcagua, y se los ha visto peores, gente azul hasta los tobillos y que no han perdido más que las primeras falanges. Nosotros no pedimos más que dejarnos convencer. Nos explican que en Mendoza los médicos tienen una gran experiencia en el tratamiento de congelados y que evitan a toda costa las amputaciones. En pocas palabras: todos se esfuerzan por levantarnos la moral. A las 13,30 hemos estrechado un numero impresionante de manos y, acompañados por los sargentos Darvich y Lavado, comenzamos a descender por el valle Horcones. Cabalgamos por el lecho pedregoso del torrente, de unos doscientos a trescientos metros de largo, sobre la otra vertiente de la garganta, unas nubes de polvo nos indican el paso de una caravana. Continuamos nuestra ruta y unos instantes más tarde identificamos por sus chaquetas de plumón de color azul cielo a Rene y Suzanne, su mujer, que descienden de nuestro campamento base en dirección a Puente del Inca.
Rene avanza a nuestro encuentro, cojeando; tiene los ojos hundidos, la cara sumida, una barba de ocho días.
—Que tal? —nos dice.
—Y bien! Ya nos lo hemos metido en el bolsillo!
—Sí, ya lo sé, y las congeladuras? Graves?
—Si sabes, no hay que hacerse ilusiones. En cuanto a los pies, estamos como Herzog y Lachenal, salvo Robert, que no tiene nada.
—Estás seguro?
—Me temo que sí; todos tenemos los dedos de color violeta. Edmond y Lucien tienen también afectadas las manos. De todas maneras, no perdamos tiempo; espero que el "matasanos" estará en Puente del Inca. el nos dirá mas exactamente lo que pasa.
Al final del camino carretero que lleva a la Laguna Horcones, nos espera un coche del comando del ejército, junto al cual descubrimos al doctor Antinucci y al teniente primero Ramazzi. Una vez pasadas las efusiones, abandonamos las mulas para ocupar nuestro sitio en el coche, durante el trayecto hasta Puente del Inca acosamos a preguntas al doctor:
—Es grave esto? Es que nos van a "cortar"? Como están Adrien y Pierre?
El doctor responde con la mejor voluntad a nuestro interrogatorio. Y afirma formalmente.
—Nada de amputaciones!
Escalando en hielo en la pared sur del Aconcagua
Un instante de desaliento
La camioneta se detiene en el refugio militar. Penetramos en la gran sala común, reluciente de limpieza, en donde los soldados a toda prisa nos sirven unos tazones de café con leche. Sin esperar más, le mostramos nuestros pies al doctor Antinucci, quien los examina con una sonrisa reconfortante. Con su aprobación, volvemos a ponernos nuestras medias y el calzado de esquiar y subimos al primer piso, en donde se encuentran Adrien y Pierre, al abrir la puerta de su habitación tenemos la sorpresa de descubrirlos tendidos en camas gemelas. Cuando nos ven entrar, vuelven hacia nosotros sus rostros quemados por el sol y exclaman alegremente:
—Han llegado, por fin, después de tanto esperarlos! Nosotros estamos aquí desde el mediodía!
Damos vuelta alrededor de las camas para abrazarlos. Adrien tiene la cara hinchada y agrietada, las orejas de Pierre se hallan deformadas. Bajo la acción del frio, los lóbulos se han distendido y alanzado el triple de su volumen.
—Vamos, mi pobre Pierrot —le dice Edmond— que te ha pasado? Se diría que has hecho diez "rounds" con La Motta.
—Mucho peor: tengo las orejas congeladas, pero ustedes, tienen el aspecto de estar completamente bien: están de pie, como los jefes; ustedes no tienen nada.
—Eso te crees —replica redondamente Edmond— Aparte de Robert, todos tenemos los dedos de los pies como carbón.
Entra un soldado con una bandeja cargada con vasos y botellas de cerveza. Vaso en mano, les pedimos a nuestros camarada que nos relaten su descenso.
Pierre termina de beber y comienza:
—Yo partí ultimo de la cima. Cuando empecé ; descender, Edmond y Adrien se hallaban apenas ; unos metros delante de mí. Yo me di cuenta de que tenía los ojos quemados por el sol, pues casi no podía distinguir los colores de sus ropas contra la roca. Al primer salto que di en ese terreno resbaladizo, me desplome lamentablemente.
"Mi segunda tentativa no fue más feliz; fue en ese momento que me di cuenta de que había algo raro en mis pies. Francamente, muchachos, eso fue un buen golpe para mi, y creo que tuve un instante de desaliento. Pero me dije que de nada serviría apiadarme de mi suerte y que, cuanto más pronto llegara al refugio, mas pronto podría empezar a friccionarme.
Guy Poulet y Lucien Berardini en el primer vivac a 5.730 metros
Viva Francia!
"Para entonces la noche casi había caído, y yo los había visto a ustedes doblar hacia la derecha, pero cuando llegue al lugar por donde habían desaparecido, no pude descubrir ninguna huella y seguí andando derecho. Veía por debajo de mi la planicie del valle y no dudaba de que Plaza de Mulas no debía de estar lejos. Me decidí a no perder tiempo en buscar el refugio, para continuar lo más abajo posible.
"De tanto en tanto lanzaba gritos al azar y, súbitamente, descubrí luces abajo. Para ganar tiempo, trate de descender resbalando. Olvidado de mis pies, baje sobre el vientre. En la oscuridad eso debía de producir un efecto curioso! Cuando me levante, entre los peñascos, me di cuenta de que había perdido un guante. Mientras lo buscaba, creí oír un grito detrás de mi, al que respondí: dos minutos despues se me reunía Adrien. El me dio un guante, y seguimos descendiendo juntos. Las luces se aproximaban; entonces, sin hacer caso de mis pies, me eche a correr. Alguien salió de la oscuridad, y me abrazo gritando: "Viva Francia". Reconocí a Darvich. Es una estupidez, pero sentí deseos de llorar.
"En ese momento caí en la cuenta de que no estábamos en un refugio, sino simplemente en un lugar en donde habían acampado cinco hombres, metidos en sus sacos de dormir. Nosotros no teníamos mas que una idea: llegar a Plaza de Mulas. Finalmente, después de una larga discusión, ensillaron unas mulas, y dos hombres descendieron con nosotros. Llegamos a Plaza de Mulas a la una y media de la mañana. Todo el mundo nos rodeo, nos friccionaron los pies, nos dieron de beber. De madrugada nos instalaron sobre unas mulas y nos hicieron descender hasta aquí."
El teniente Ramazzi vino a preguntarnos si podíamos ir a cenar al hotel de la cercanía, con pena, abandonamos a nuestros camaradas y aceptamos la invitación. La comida fue muy alegre, regada con numerosas libaciones; brindamos por el Aconcagua, por Francia, por la Argentina, y nos fuimos a dormir ligeramente mareados.
Nuestros pies empezaban a hacernos sufrir. En el umbral de nuestras habitaciones nos aprestamos a despedirnos del doctor Antinucci, pero el "matasanos" meneo la cabeza:
—Escuchen, nosotros no podemos dejarlos marchar así. Comprendimos recién el sentido de la frase, cuando el regreso unos instantes después acompañado por un soldado que traía, no botellas de cerveza, sino una fuente cargada con jeringas variadas. Intramusculares y endovenosas, pusieron el broche final a nuestra primera velada en el mundo de "los de abajo".
Al pie de la gran fisura, pared sur del Aconcagua
Indice
PREFACIO................................................................................................................ |
7 |
Escalando en la pared sur a mas de 6.000 metros de altura después de abandonar el campamento 4
Capitulo VI |
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Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez
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